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Mantenernos Fieles a las Enseñanzas del Señor

Homilía pronunciada por SER Ricardo Ezzati, Cardenal Arzobispo de Santiago y Gran Canciller UC, con ocasión de la inauguración del Año Académico 2015 y juramento del nuevo período del rector Ignacio Sánchez en la Pontificia Universidad Católica de Chile.

 

 

 

 

Casa Central,

viernes 13 de marzo de 2015.

 

En la oración colecta de nuestra celebración eucarística hemos pedido a Dios la necesaria “ayuda para mantenernos fieles a sus enseñanzas”. Jesús fue categórico: “Así como el sarmiento no puede dar fruto por sí solo si no permanece en la vid. Separados de mí no pueden hacer nada” (Jn 15,4-5). ¡Sin Mí no pueden hacer nada!: es la experiencia de nuestra impotencia pero, al mismo tiempo la experiencia de la omnipotencia de Dios que salva porque es misericordioso y tierno con sus criaturas. Conscientes de ello, elevamos a Dios nuestra súplica, porque todo don nos viene de su gracia. También los dones que hoy invocamos sobre nuestra Universidad y sobre quien asume la delicada misión de conducirla.

Las circunstancias que acompañan la oración de este día no son indiferentes, más bien imprimen un tono esencial y de concreta realidad a nuestra oración. El día de hoy marca el inicio de un nuevo Año Académico y el comienzo del segundo período del Doctor Ignacio Sánchez como Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile, con la ratificación del nombramiento hecho por el Gran Canciller de parte de la Congregación para la Educación Católica.

En esta circunstancia pedimos: “Señor, infunde tu gracia en nuestros corazones para que con tu ayuda, nos mantengamos fieles a tus enseñanzas”. Alrededor de esa fidelidad se funda la identidad y la misión de nuestra Universidad. En esa fidelidad el Rector y la Comunidad Universitaria se comprometen a vivir y a trabajar para conducirla fundando y refundando constantemente la existencia y la misión solidaria de esta casa de estudio, como un servicio que brota del Corazón de la Iglesia, ex corde ecclesiae, en el Chile de hoy.

En la primera lectura de la liturgia de este tercer viernes de Cuaresma, el profeta Oseas nos sacude con el insistente llamado hecho al pueblo de Israel: “Vuelve al Señor tu Dios…, vuelvan al Señor” (Os 14, 2-3), a la fuente cristalina de la vida. Después de haber vivido amargas experiencias, y de haber pretendido fundar su esperanza lejos de Dios, engañado, derrotado y defraudado el pueblo elegido madura una confesión impresionante: “¡Asiria no nos salvará!” (Os 14, 4). Una confesión y un aprendizaje que, sin embargo, nunca será suficiente. Cuántas veces Israel debió volver a la misma conclusión: “Nosotros hemos pecado, hemos faltado, hemos hecho el mal, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y tus preceptos. No hemos escuchado a tus servidores los profetas que hablaron en tu Nombre… no hemos escuchado la voz del Señor, nuestro Dios” (Dn 9, 5-10). “Asiria no nos salvará”.

Es también la amarga experiencia vivida por el hijo menor de la Parábola del Padre misericordioso, narrada por San Lucas en el capítulo 15 de su Evangelio: “El hijo menor dijo al Padre: «Padre dame la parte de la fortuna que me corresponde»… Y a los pocos días emigró a un país lejano donde derrochó su fortuna viviendo una vida desordenada… Deseaba llenarse el estómago de las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba…” (Lc 15, 12-16). Las promesas engañosas de felicidad dejan lugar a la decepción, al vacío y al llanto. El hijo pródigo “recapacitando pensó: a cuántos jornaleros de mi padre les sobra pan, mientras yo me muero de hambre. Me pondré en camino a casa de mi padre…” (Lc 15, 17-18). Solos los brazos abiertos del Padre son salvadores. Será necesario salir de la apostasía y reconocer que solo Dios puede ser como el “rocío”; que solo Él hace “florecer como lirio”; solo hundiendo en Él nuestras “raíces, será posible que la vida crezca como el bosque del Líbano” o “como el olivo” que empapa de fragancia todo el entorno o como la viña que florece en primavera.

Las palabras que el profeta pone en labios de Dios, no pueden ser más claras y consoladoras: “Yo velo por ti…, de mí procede tu fruto” (Os 14, 9). Y agrega: “¡Que el sabio comprenda estas cosas! ¡Que el hombre inteligente las entienda! Los caminos de Señor son justos; por ellos caminarán los justos” (Os 14, 10).

El texto del profeta Oseas invita a un profundo examen de conciencia, no solo personal, sino también comunitario e institucional. ¿En nuestra historia, pasada o reciente, no habremos cedido a la tentación de creer que ‘Asiria’ nos salvaría? ¿Qué nombre tienen las ‘asirias’ en las cuales hemos puesto nuestra esperanza? ¿No habremos, tal vez, cedido a la tentación de emigrar a “países lejanos” para buscar prestigio, éxito u orgullo? ¿Somos libres de ese pecado? Hace cuatro años, al asumir la responsabilidad de Gran Canciller, insté al Consejo Superior a desechar la tentación de fundar la excelencia de nuestra Universidad en los criterios mundanos del éxito, del poder o del dinero, para ponerlos, en cambio, con confianza y generosidad, en el servicio del bien común, en la necesaria contribución a la formación de personas honestas y verdaderas, arraigadas en convicciones de justicia y solidaridad, comprometidas a prestar especial atención a los pobres y a los oprimidos, enseñando, de esta manera, a los estudiantes a ser ciudadanos responsables y activos. Algunos reproches recibidos en estos días pueden convertirse en un estímulo a mantenernos fieles a la enseñanza del Señor. Nos auxilie la Madre de Jesús.

Al inicio de su nuevo mandato de gobierno, vuelvo a solicitar al Señor Rector, a cuantos lo van a acompañar en la alta dirección y a todos los miembros de la Comunidad Universitaria, este compromiso. Como Universidad “nacida del corazón de la Iglesia”, profesamos nuestra fe en los caminos del Señor, más aún, profesamos nuestra fe en el Señor que “es camino, verdad y vida” (Jn 14, 6). A Él y a sus criterios queremos volver una y otra vez, para que borre todas nuestras faltas y acepte lo que hay de bueno en nosotros. Y ¡cuánto bien hay en nuestra Universidad! Cuántas mujeres y hombres rectos sienten su trabajo como una misión.

Cuántos hombres y mujeres, en todos los campos del quehacer universitario, dan lo mejor de sí para que, bajo nuestro techo se formen profesionales de estatura moral alta y de acuerdo a la vocación que Dios ha regalado a cada uno.

Entre estas personas están quienes, en los últimos cinco años, han llevado a término una tarea de bien para todos los miembros de nuestra comunidad universitaria. Gracias, señor Rector, por su incansable dedicación a la Universidad, por enaltecer en el país, la noble tarea de educar, defendiendo sus rasgos humanos esenciales: personales, sociales y espirituales. Gracias por la valiente defensa de la vida que ha encabezado, desde las ciencias humanas y desde las más profundas convicciones de fe. Un liderazgo que hace honor a su persona y a toda la Universidad. Gracias por las tantas iniciativas desplegadas, que hacen que nuestra comunidad sea, al mismo tiempo, de gran prestigio y excelencia académica y de reconocida catolicidad en fidelidad al magisterio de la Iglesia y de la Sede Apostólica. Siga pregonando que no serán las engañosas “asirias” quienes no nos salvarán. Gracias también a todos los miembros del Consejo Superior, a los académicos, administrativos y auxiliares que hacen posible la caridad intelectual. Gracias a los alumnos y alumnas que comprendiendo el ideal de la Pontificia Universidad Católica, lo hacen propio y lo desarrollan con inteligencia y fe y lo proponen a sus pares.

[…]

Monseñor Ricardo Ezzati en la Misa de inicio del Año Académico 2015.

 

En este año, cuando nos aprestamos a celebrar dos aniversarios, 50 años del documento sobre la Educación Gravissimum educationis y 25 años de la Constitución apostólica Ex corde Ecclesiae, los invito a renovar el compromiso de hacer reales cuanto se nos ofrece en ambos documentos, como una oportunidad y estímulo para trazar proyectos e itinerarios educativos para el próximo quinquenio y los futuros de nuestro casa de estudios para el bien de nuestra patria y de sus jóvenes.

El Sagrado Corazón de Jesús nos otorgue un corazón semejante al suyo, para que seamos sembradores de esperanza, de la única esperanza que no engaña.

“Vengan, volvamos al Señor. Él nos ha desgarrado, pero nos sanará; ha golpeado, pero vendará nuestras heridas. Después de dos días nos hará revivir, al tercer día nos levantará, y viviremos en su presencia”(Os 6, 1-2). Amén.

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