«Preguntas entre académicos»: Artículo basado en Cursos de Formación para Académicos Pastoral UC.
El papa Francisco nos ha llamado a ser protagonistas del cambio, a involucrarnos activamente en las políticas que conducen la sociedad y a salir al encuentro de otros. Para esto, ha enfatizado en la necesidad de renovar la Iglesia y mantener un diálogo permanente a la luz de la fe y la razón. Dos académicos de la UC comentan sobre los alcances de los primeros documentos del Santo Padre, Lumen Fidei y Evangelii Gaudium, textos que serán abordados en los Cursos de formación para Académicos de la Pastoral durante este primer semestre 2014.
Muchas corrientes de pensamiento hoy plantean que la fe y la razón no pueden tener puntos de encuentro. ¿cuál es el aporte que la encíclica Lumen Fidei nos da respecto de esta afirmación? 1
Andrés Covarrubias: En efecto, fe y razón tienen un fin común que se refleja en una «verdad grande» (n. 3). En este sentido, la Encíclica hace patente las posiciones de Nietzsche y Wittgenstein, para quienes la fe se opondría a la búsqueda de conocimiento y certeza.La Encíclica tiende un puente entre la Fe y la razón ya que, por una parte, muestra que la fe no ha de ser concebida como un ámbito asociado a la oscuridad y, por otra parte, pone en evidencia las consecuencias que se desprenden de una razón concebida como absolutamente autónoma y con pretensiones de abarcar todos los espacios de la vida humana.
Un resultado de esto ha sido la vinculación de la fe con una especie de oscuridad y un salto al vacío cuando faltan las certezas, y que nos conduce a la subjetividad más radical. Sin embargo, constatamos que la luz de la razón, cuando intenta actuar autónomamente, no logra iluminar de manera suficiente el futuro, dejando al ser humano desamparado. De aquí que se hace necesario recuperar el carácter luminoso de la fe, como una gran luz que puede ofrecer respuestas que la razón, desentendiéndose de esta dimensión trascendente, no logra responder.
De manera que la Encíclica abre un profundo espacio de reflexión respecto al cual la filosofía no puede mostrarse indiferente. Este espacio se despliega en las amplias coordenadas que implican el ver, tan significativo para el mundo griego, y la palabra, la escucha, tan íntimas y fructíferas para la tradición judeo-cristiana y el encuentro con nuestro ser personal. En este contexto resuena lo afirmado por la Encíclica, en el sentido de que «la fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos» (n. 24). Actualmente constatamos una crisis de la verdad, donde solo parece ser aceptada una «verdad tecnológica» (n. 25). De aquí el gran olvido del mundo contemporáneo, pues la pregunta por la verdad es una cuestión de memoria profunda, que apunta a algo que nos precede y que puede unirnos más allá de nuestro yo, pequeño y limitado. Esta pregunta afecta al origen de todo, el que permite con su luz ver la meta y el sentido del camino que nos es común.
El papa Francisco ha hablado durante este tiempo de la necesidad de renovar la iglesia, ¿a qué se refiere con esto? ¿son reformas estructurales, nuevas formas de gobierno, cambios en la doctrina o en la manera de vivir el catolicismo?
P. Andrés Ferrada: Sin duda, el horizonte del Papa Francisco es el Concilio Vaticano II. En la Constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium, se hace hincapié: «Mientras que Cristo, “santo, inocente, sin mancha”, no conoció el pecado, sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación» (LG n. 8). Asimismo, en el Decreto Unitatis Reintegratio se puntualiza: «Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación […] Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad» (Ur n. 6).
El papa francisco subraya que la renovación de la Iglesia implica tanto la conversión pastoral de todos sus miembros como la reforma de las todas las instituciones eclesiales. Su dinámica es permitir que la Iglesia cumpla su misión esencial: evangelizar y manifestar el amor misericordioso de Dios en Jesucristo.
Por lo mismo, es tarea de cada cristiana y cristiano y de todas las comunidades eclesiales. Nace de la conciencia de que todos somos pecadores y necesitados de la misericordia, tal como nos lo recuerda san Juan en su carta: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Pero si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad» (1Jn 1,8-9).
La purificación misionera de la Iglesia corresponde al más hondo anhelo del papa francisco; es el corazón de su programa pastoral. Así lo ha dicho en tantos discursos y escritos: «Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad» (EG n. 27).
El mensaje es claro: la renovación eclesial no es cosmética, ni tampoco meramente tonificante, sino que toca el corazón mismo de la vida de la Iglesia.
*Ilustraciones Paulina Bustamante