José Tomás Ibarra
Facultad de Agronomía
jtibarra@uc.cl

Constanza Monterrubio
constanza.monterrubio@gmail.com

 

 

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Cultivando justicia agroalimentaria: pasos hacia una agroecología de la reciprocidad

“Todos claman por la paz
Nadie clama por justicia…
Todos van hacia la cima
Pero dime qué tan lejos está del fondo…
No quiero paz
Necesito igualdad de derechos y justicia” (Tosh, 1977) 

La crisis socioambiental que atravesamos a distintos niveles, desde lo local y nacional, a lo continental y global, nos advierte sobre la necesidad de transformar nuestros sistemas agroalimentarios. La agricultura intensiva es responsable de más del 20 % de las emisiones gases de efecto invernadero que contribuyen a la crisis climática global y también es cuestionada por consumir cerca del 70 % de agua dulce a nivel mundial. Lamentablemente, un tercio de la producción agrícola global se desperdicia mientras, paradójicamente, unos 700 millones de personas pasan hambre. En centro de las actuales crisis climática, sanitaria, inflacionaria y bélica, existe una creciente percepción de injusticia agroalimentaria que azota a parte significativa de la población. Ante un escenario de tal magnitud y dada la complejidad de la problemática es necesario preguntarnos: ¿Qué es lo que podemos hacer como personas individuales y como colectivos para aportar en esta transformación?  

Figura 1. Principios del modelo de Agroecología propuesto por FAO (2018).

Si bien la transformación a mayor escala que se requiere sólo podrá ser fruto de la organización y la acción colectiva de la sociedad y en cómo ésta empuja a la política pública transformando modelos económicos, hay elementos de nuestra vida cotidiana que pueden ir aportando en esa dirección; uno de ellos es el alimento. El alimento es un fenómeno que nos atraviesa como seres humanos y que toca cada una de las aristas que necesitamos reformular para subsistir. En América Latina, numerosos movimientos campesinos, de organizaciones de la sociedad civil y de la academia comprometidos con la comunidad, han conformado el movimiento agroecológico como respuesta a las crisis actuales. A través de este movimiento se plantea redefinir nuestra relación con el alimento desde los suelos y los territorios donde estos son cultivados, hasta las relaciones sociales donde el alimento es adquirido y consumido. La Agroecología plantea una visión sistémica de la agricultura y la alimentación, atendiendo no sólo a la regeneración del suelo y las relaciones ecológicas de los agroecosistemas, sino también a la dignificación de la labor de las y los campesinos.

Actualmente, hay numerosos académicos y miembros de la sociedad civil involucrados en la masificación de la Agroecología y, con esta, el fortalecimiento de la soberanía alimentaria. Esta última significa el promover sistemas de cultivo, distribución y acceso para poder ofrecer alimentos sanos, frescos, cercanos y justos a la población más allá de la escala local. Este movimiento científico, social y político ha logrado posicionarse al punto que, en 2018, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO por sus siglas en inglés) señaló a la Agroecología como el enfoque a seguir para atender las diversas crisis que aquejan al sistema agroalimentario global. La FAO, a su vez, identificó los principios que dicho modelo agroecológico debe contener (Figura 1): sistemas diversos, resilientes, eficientes, donde la energía se recicla y donde las innovaciones son producto del intercambio de saberes y la creación conjunta entre valores humanos, culturas y tradiciones alimentarias. Todo esto debe construirse en un contexto de gobernanza responsable y modelos económicos alternativos, tales como la Economía Solidaria.

Figura 2. Una huerta familiar en Wallmapu, región de La Araucanía. Nótese que la huerta forma un verdadero continuo en el gradiente huerta-bosque y tiene similitudes con el paisaje circundante de bosque nativo.

En la región de La Araucanía, que incluye a parte de Wallmapu o territorio ancestral del pueblo mapuche, las y los campesinos mantienen prácticas agrícolas, alimentarias y redes de reciprocidad. Estas prácticas son, a la vez, consistentes y fundacionales para los principios del enfoque agroecológico que plantea FAO. En las huertas familiares y chacras de Wallmapu (Figura 2), la diversidad se expresa, por ejemplo, en las variedades de semillas y cultivos. Algunas semillas y cultivos característicos incluyen a las habas (verdes, marrones, moradas y negras), porotos (perdiz, pitío, pallar, coyunda, angelito, pollonko, vaquita, azufrado, entre varias otras decenas; Figura 3), arvejas (triuke, sinhila, arvejón, orejona, siete semanas, etc), kinwa y maíz mapuche, cuyos cultivos trascienden la lógica economicista del “rendimiento” que abunda en el sistema agrícola industrial. Las prácticas de intercambio de semillas, productos agrícolas y saberes, conocidas localmente como Trafkintü, las cuales tienen como base las relaciones de reciprocidad, son la expresión de modelos de gobernanza y economía solidaria. Estas prácticas han resistido a través del tiempo y han cobrado una fuerza creciente a partir de distintos movimientos territoriales. Es en los espacios de intercambio que la transmisión de los saberes agrícolas, alimentarios y la confianza se mantienen vitales.  

Figura 3. Ejemplo de la extraordinaria diversidad de porotos que se cultivan en huertas familiares en Wallmapu, región de La Araucanía. Existen registros arqueológicos que evidencian el cultivo de porotos hace unos 1300 años en La Araucanía.

Todos estos elementos hacen explícito que la puesta en marcha de los principios para la regeneración de los agroecosistemas que son integrados en la Agroecología y apoyados por FAO, no suceden en un contexto vacío. En territorios de América Latina, las prácticas agrícolas y alimentarias, así como las redes de reciprocidad que se tejen alrededor de ellas, mantienen numerosas claves para enfrentar los desafíos de producir alimentos frescos, sanos y cercanos para una población creciente, golpeada por las crisis socioambientales, pero que es cada vez más consciente de la importancia de la agricultura familiar. 

La alianza entre agricultoras y agricultores, académicas y académicos, políticos y organizaciones de la sociedad civil se está reproduciendo y debe seguir fortaleciéndose para poder garantizar que la Agroecología se masifique. Si bien la Agroecología es una aproximación holística a la agricultura y la alimentación, el gran desafío es movilizar y promover la justicia agroalimentaria. Esta justicia busca garantizar el acceso a semillas libres, tierra y agua para poder seguir nutriendo la reciprocidad y el principio de Derecho Humano a los alimentos sanos en un contexto de soberanía alimentaria. Tal como lo indica el Movimiento Campesino Internacional La Vía Campesina1, que agrupa a más de 200 millones de personas, “la agroecología sin soberanía alimentaria es un mero tecnicismo y, ciertamente, la soberanía alimentaria sin agroecología es un discurso vacío”. 

 

Acerca de los autores
José Tomás Ibarra 2,3,4
Constanza Monterrubio-Solís2 

Notas

  1. Movimiento internacional que reúne a organizaciones y movimientos campesinos de todo el mundo con el objetivo de promover y defender los derechos de los agricultores familiares, pueblos indígenas, trabajadores agrícolas y comunidades rurales. Fue fundada en 1993 y se ha convertido en una de las principales voces en la lucha por la justicia social, la soberanía alimentaria, la equidad de género y la sostenibilidad en el ámbito agrícola y rural.
  2. Co-Laboratorio ECOS (Ecosistema-Complejidad-Sociedad), Centro UC de Desarrollo Local (CEDEL) y Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), Campus Villarrica, Pontificia Universidad Católica de Chile, Villarrica, Chile.
  3. Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal & Center of Applied Ecology and Sustainability (CAPES), Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, Chile.
  4. Centro Internacional Cabo de Hornos para Estudios del Cambio Global y Conservación Biocultural (CHIC), Universidad de Magallanes, Puerto Williams, Chile.

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