¿Qué es lo que se necesita cambiar? Esta pregunta hace eco en los jóvenes que ven la realidad con los ojos de una nueva cultura, ojos que ven de manera tajante las problemáticas enraizadas como maleza en la Iglesia católica, como son los abusos de poder, la necesidad de reparación de familias y comunidades, incluso deudas históricas con grupos sociales. Estas situaciones vulneran el aspecto más íntimo de las personas y generan un distanciamiento con ellas, que oscurece las acciones que la Iglesia ha realizado para resguardar los derechos humanos, que en situaciones históricas, como durante la dictadura militar, fueron claves para proteger vidas humanas¹.

Una comunidad herida no puede seguir cometiendo los mismos errores de manera cíclica.

Sin embargo, en este periodo sinodal se puede tener voz, voto y poder de acción para cortar de raíz esta maleza y dejar que los verdaderos valores de la Iglesia se muestren a la sociedad². Los tres pilares en este proceso son: comunión, participación y misión.

Por un lado, misión y comunión hacen referencia al origen de la Iglesia como punto de encuentro, un espacio de solidaridad y amistad entre todos los pueblos. Lamentablemente, este punto se ha perdido por los errores y equivocaciones de personas que, en búsqueda de bienes personales, han pasado a llevar este origen. La oportunidad del diálogo nos devuelve la esperanza, pues permite evidenciar el anhelo generalizado de detener la cadena de errores y, además, reparar no solo económicamente a aquellos que han sido víctimas de actos que los dañaron de manera emocional, física, psicológica y legal, como puede constatarse en precedentes penales en Chile³, sino hacer un esfuerzo fraterno de encontrar la necesidad real y, mediante un trabajo de escucha y empatía, lograr una reconciliación profunda. Se debe destacar que la reconciliación es uno de los procesos claves para detener dinámicas de violencia. Este proceso es fundamental para todas las partes, dado que permite obtener un bienestar psicológico a nivel social, junto con construir una paz duradera en el tiempo ⁴.

Por último, el pilar de participación se refiere a comprometerse con ser agentes activos de este proceso de renovación y de los nuevos caminos que se decidan tomar. Este punto es trascendental en el retorno a una comunidad que se acoge, que se acepta y que es capaz de mirarse e identificar los propios errores para volverse agente activo de cambio y mejora. Una comunidad herida no puede seguir cometiendo los mismos errores de manera cíclica.

Tengo la convicción de que, sin importar si es una persona o una institución, se puede mejorar, quizás no de la noche a la mañana, pero si se logra, existirá una renovación y, aunque los errores sean parte de la historia, se podrá seguir adelante para ser un espacio de solidaridad, fraternidad y servicio al prójimo.

1. Schickendantz, C., “La reforma de la Iglesia en clave sinodal: Una agenda compleja y articulada”, Teología y Vida 58(1), pp. 35-60. Disponible en: https://dx.doi.org/10.4067/S0049- 34492017000100002.
2. Imbarack, P. y Viera, D., “Investigación cuantitativa del fenómeno religioso en Chile: ¿cómo y quiénes?”, Sociedad y Religión 30(53), pp. 146-155. Disponible en: http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1853-70812020000100146&lng=es&tlng=es [15 de julio de 2022].
3. Carvacho, P., “La responsabilidad institucional de la Iglesia Católica por los abusos sexuales de su sacerdote (Corte de Apelaciones de Santiago)”, Revista de Derecho (Valdivia) 33(1), pp. 355-363. Disponible en: https://dx.doi.org/10.4067/S0718- 09502020000100355.
4. Cortés, Á. et al., “Comprensiones sobre el perdón y la reconciliación en el contexto del conflicto armado colombiano”, Psychosocial Intervention 25(1), 2016, pp. 19-25. Disponible en: https://dx.doi.org/10.1016/j.psi.2015.09.004.