A un año del cierre del Concilio Vaticano II, Pablo VI promulgó la encíclica Populorum progressio, cuyo eje central fue el desarrollo de los pueblos. “Desarrollo”, “hombres” y “pueblos” son las tres palabras que más se repiten. Esta encíclica vino a poner en clave pastoral las enseñanzas del Concilio y a dar respuesta a la cuestión social, la que, como advierte, estaba tomando dimensiones mundiales. Al poner el tema del desarrollo como eje central, el Papa hizo de este asunto de realidad terrenal uno en el que la Iglesia estaba llamada a intervenir, puesto que tiene también dimensiones morales. Así, aparecen novedosamente palabras como “pobreza”, “miseria”, “justicia”, “trabajo”, “crecimiento” y “progreso”.
Populorum progressio plantea una mirada cristiana sobre el desarrollo, el que “no se reduce al simple crecimiento económico”, sino que debe ser integral, “es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”. Con esta afirmación, se constata, por una parte, que en la sociedad globalizada —en aquella época recién se estaba tomando conciencia de la globalización— no pueden estar bien unos a costa de otros, puesto que existe interdependencia; de este hecho se des- prende el deber de solidaridad de todos los pueblos. Y, por otra parte, el desarrollo también debe ser “de todo el hombre”, considerando no solo la satisfacción de necesidades materiales de la persona, sino también su desarrollo social, cultural y espiritual. De ahí que las palabras “Dios”, “social” y “común” adquieran también un peso relevante.