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Anunciar el evangelio en la universidad

Hacia una visión poliédrica, así quisimos llamar al primer encuentro de Pastoral Universitaria organizado por el Dicasterio para la Cultura y la Educación. Y sin ocultar que el título refleja la pretensión de contribuir no solo a una reflexión amplia, sino también a un fortalecimiento creativo y sinodal de la misión en este ámbito que nos une a todos.

En realidad, la pastoral universitaria no puede permanecer indiferente a ese dinamismo que la síntesis final de la sesión del Sínodo celebrado el pasado octubre, designaba como una «nueva conciencia de la dimensión sinodal de la Iglesia», ni a la proclamación de que «en lugar de decir que la Iglesia tiene una misión», se debe reconocer «que la Iglesia es misión».

Al mismo tiempo, es el propio Sínodo el que nos recuerda que, al enfrentarnos al llamado a la misión, también debemos partir del reconocimiento de que «los contextos culturales en los que la Iglesia está presente revelan necesidades espirituales y materiales diferentes». ¿Cuáles son estas necesidades espirituales?, ¿qué aportan las universidades, en términos materiales diferentes, a la construcción de la misión eclesial actual? y ¿cómo nos volvemos más o menos conscientes de esa diversidad? El entorno universitario es, ciertamente, un contexto cultural específico, con desafíos propios, y necesitamos escuchar juntos nuevamente sus necesidades y aspiraciones, y entender lo que el Espíritu dice a esta porción de la Iglesia (Ap 2,7).

El entorno universitario es, ciertamente, un contexto cultural específico, con desafíos propios, y necesitamos escuchar juntos nuevamente sus necesidades y aspiraciones, y entender lo que el Espíritu dice a esta porción de la Iglesia.

¿Qué ves?

En la experiencia de la fe bíblica, nos damos cuenta de que la visión es una etapa importante en el proceso de revelación de la Palabra de Dios y de la respuesta a esa Palabra a través de la profunda adhesión del Pueblo de Dios. Esto ocurrió tanto en el Antiguo Testamento con los profetas, como en el Nuevo Testamento, especialmente en la acción de Jesús.

La visión tiene un papel impulsor, cuestiona el estado actual de las cosas, sacude nuestra comodidad establecida, hace emerger otras posibilidades, impulsa el presente. Y es curioso que algunas de estas visiones no sean sueños o imágenes oníricas para situar en la hermenéutica de lo fantástico. Dios también habla a través de la historia minuciosa y sus eventos ordinarios. Hay una operación que podríamos llamar «narrativización de la Revelación». Dios se comunica a través de la realidad histórica, sus contradicciones y sus sueños, manifestándose en preguntas, en impases, en pasajes y transformaciones. Así fue como el profeta Jeremías escuchó el mandato dirigido por el Señor que decía: «Levántate y baja a la casa del alfarero; allí te haré oír mi palabra» (Jer 18,2). Entró y simplemente vio: «Si la vasija que estaba modelando se estropeaba, como suele ocurrir con el barro en manos del alfarero, [este] volvía a intentarlo y hacía otra vasija» (Jer 18,4). La visión describe así tres etapas, conocidas por todos: el barro que se estropea entre las manos del alfarero; el coraje de comenzar de nuevo; la sabiduría de hacer con él otra vasija.

De manera similar, hay un pasaje en el Evangelio de Marcos (Mc 8,22-26) que nos permite ver claramente la pedagogía de Jesús sobre la mirada. «Llegaron a Betsaida y le trajeron un ciego, rogándole que lo tocara. Entonces tomó al ciego de la mano, lo sacó del pueblo y, después de ponerle saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: ‘¿Ves algo?’. El hombre, alzando los ojos, dijo: ‘Veo a la gente, porque veo como árboles que caminan’. Entonces le impuso de nuevo las manos en los ojos y él veía claramente, fue sanado y podía ver distintamente todas las cosas desde lejos». Jesús toma al hombre de la mano y lo saca del pueblo. La transformación ocurre cuando aceptamos alejarnos de nuestro punto de vista habitual —de nuestro pueblo, podríamos decir— hacia un lugar nuevo, que no es tanto un lugar como una relación, una nueva visión. Cuando están solos, Jesús pone saliva en los ojos del ciego. Es un elemento simbólicamente fuerte, porque la saliva es una linfa, una secreción que proviene de Jesús mismo. Él no prepara un remedio externo, no propone como remedio, por ejemplo, una planta o las entrañas de un pez. La medicina es Jesús. Y es entonces cuando surge el diálogo más impredecible. Jesús le pregunta al hombre: «¿Qué ves?»; es una pregunta puntual, no general ni abstracta. «¿Qué ves en este momento?». «Veo a los hombres y los veo como árboles que caminan». No hay quejas, no hay acusaciones, sino el ímpetu de la objetividad: «Veo esto». Entonces Jesús puede corregir, reorientar su mirada, y el hombre comienza a ver claramente. La autenticidad de ese hombre, que admite «no veo bien», «veo a los hombres como árboles», le ofrece la oportunidad de ser sanado y de llegar a ver con claridad.

Necesitamos aprender la simple aceptación de la historia por lo que es. Aceptar la vida sin moralizar, sin ocultar, exponiendo nuestra situación, con la confianza en que Él puede transformarnos. De esta manera, Jesús le permite habitar un horizonte nuevo, una nueva visión: habitar la verdad como si fuera un umbral. «¿Qué ves?» y «¿Qué ves en este momento?» son puntos de partida valiosos también para nuestra reflexión. Pero en el acto de ver hay una dimensión dramática que nos obliga a revisar críticamente nuestros límites.

Necesitamos aprender la simple aceptación de la historia por lo que es. Aceptar la vida sin moralizar, sin ocultar, exponiendo nuestra situación, con la confianza en que Él puede transformarnos.

Como recuerda Jesús mismo, podemos escuchar sin entender y mirar sin ver de verdad (Mt 13,14). Creo que esto es a lo que se refiere el papa Francisco cuando nos desafía a reemplazar la esfera con el poliedro. Lo hace, por ejemplo, en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (n. 236).

Atreverse a la creatividad y la renovación  

En la Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae, San Juan Pablo II ofreció a las Universidades Católicas un impulso de aliento que vale la pena recordar. De hecho, está en línea con lo afirmado por el Concilio Vaticano II, ya que la Gravissimum educationis había asignado a las escuelas superiores vinculadas a la Iglesia el horizonte de investigar «cuidadosamente las nuevas cuestiones e investigaciones suscitadas por los avances de la época moderna», de modo que «se comprenda más claramente cómo la fe y la razón se encuentran en una única verdad» (GE 10). El espíritu de la Ex corde Ecclesiae es ciertamente el de arraigar a las Universidades Católicas en el «corazón de la Iglesia» (n. 1) y su misión, en una «ardiente búsqueda de la verdad» (n. 2), en la «fidelidad al mensaje cristiano» (n. 13) y en el «compromiso institucional al servicio del pueblo de Dios y de la familia humana» (n. 13). Pero también desafía a la universidad a posicionarse como «un centro incomparable de creatividad» (n. 1), a sentirse llamada «a una continua renovación» (n. 7), especialmente «en el mundo de hoy, caracterizado por desarrollos tan rápidos en la ciencia y la tecnología» (n. 7).

La constante renovación, en una institución que hace de la búsqueda de la verdad y su transmisión desinteresada su modo de existencia, debe considerarse, por lo tanto, algo normal. Las Universidades Católicas deben dialogar con lo nuevo, abordar a fondo las preguntas y problemáticas actuales, y constituirse a sí mismas como grandes laboratorios del futuro. De las Universidades Católicas y de la pastoral vivida en ellas no se espera solo que mantengan viva la noble memoria del pasado, sino que también sean sensores e incubadoras del mañana. Esta renovación que las caracteriza debe ser, sin embargo, acompañada y respaldada, como recuerda la Ex corde Ecclesiae, por la «clara conciencia» (n. 7) de lo que es su naturaleza e identidad. No hay duda de que el futuro demanda una visión interactiva, una maduración poliédrica de la realidad y el atrevimiento de correr riesgos. El riesgo es, como bien sabemos, inseparable de un contexto educativo digno de ese nombre. El Papa Francisco lo recuerda con pasión: «Un educador que no se arriesga no sirve para educar. (…) Estás seguro en este punto, pero esto no es definitivo. Debes dar otro paso. Tal vez te caigas, pero te levantas y sigues adelante… El verdadero educador debe ser un maestro del riesgo».

De las Universidades Católicas y de la pastoral vivida en ellas no se espera solo que mantengan viva la noble memoria del pasado, sino que también sean sensores e incubadoras del mañana.

Las universidades, y más aún las universidades de la Iglesia, se encuentran en una encrucijada de posibilidades culturales, científicas, sociales y religiosas. No viven para sí mismas, como si fueran burbujas impermeables de realidad. Al contrario, cuanto más se desarrollan, más capaces son de escuchar, de ejercer prácticas colaborativas corresponsables, de encuentros generativos entre personas y culturas. Para ello, se necesita una inteligencia creativa, pero también un discernimiento que no puede ser parcial ni improvisado, sino arraigado en sus propios valores. Al inicio de su pontificado, enfatizando el papel decisivo de las universidades en las dinámicas de la transición cultural que estamos experimentando, el Papa Francisco exhortaba: «Es importante leer la realidad mirándola de frente. Las lecturas ideológicas o parciales no sirven, alimentan solo la ilusión y la desilusión. Leer la realidad, pero también vivir esta realidad, sin miedos, sin escapadas y sin catastrofismos. Cada crisis, incluso la actual, es un paso, el trabajo de un parto que conlleva fatiga, dificultad, sufrimiento, pero que lleva en sí el horizonte de la vida, de una renovación, lleva la fuerza de la esperanza. Y esto no es una crisis de «cambio», es una crisis de «cambio de época». Es una época la que cambia. No son cambios epocales superficiales… La Universidad como lugar de «sabiduría» tiene una función muy importante en formar al discernimiento para alimentar la esperanza». Esto es lo que se espera de la Pastoral Universitaria: que alimente la esperanza. Que sea una antena y un conducto para difundir la novedad del Espíritu del Resucitado.

Conferencia dictada el 23 de noviembre de 2023. Tomado de L’ Osservatore Romano y traducido del original en italiano por el Padre Federico Ponzoni.

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