Quizás el norte de California no parezca el lugar obvio para escribir acerca de la búsqueda de Dios. La imagen más inmediata conduce a pensar en otra dirección: una cultura individualista orientada hacia el consumo material, indiferente a la religión y con cierto grado de angustia existencial reflejada en el movimiento hippie. En suma, una clara muestra de una sociedad secularizada que ve la vida como algo inmanente. Considerando esto, mis expectativas eran bastante bajas antes de venir aquí.
Sin embargo, luego de establecerme en el área, he aprendido a matizar mi anterior punto de vista. Así, he podido observar la riqueza espiritual que se vive en muchas de sus comunidades, como por ejemplo, en la parroquia en que habitualmente participamos junto a mi familia. Pienso que las personas de distinto credo que he conocido, allí y en otros lugares, tienen una valiosa experiencia sobre cómo intentar acercarse a Dios en condiciones culturalmente adversas.
Muchos de ellos viven con gran libertad la búsqueda de la fe, entendida siempre como un regalo. En una sociedad indiferente a Dios, que por su pluralidad cultural ofrece numerosas opciones, ser creyente no constituye un acto de inercia. Esto lo pude constatar hace algunos días cuando cené con dos colegas norteamericanos, una musulmana y otro episcopal, quienes me relataron sus procesos de conversión. Sus historias con- firmaron el testimonio de otros amigos de la parroquia: la libertad la ejercen con mucha responsabilidad, siendo siempre necesario oración, lectura y una buena dosis de sacrificio. Para ellos ser creyente «a mi manera» no es aceptable.
Otro hecho positivo es el enorme respeto por las creencias religiosas del otro, las que son consideradas un valor sagrado. En este sentido, hay mucho esfuerzo por convivir espiritualmente. Conozco de cerca el caso de un matrimonio amigo, él católico y ella protestante, quienes con mucha buena voluntad tratan de educar a los hijos y rezar juntos.
Además, las personas son muy comprometidas a la hora de participar. Es difícil encontrar un espacio donde sentarse en la iglesia en caso de llegar atrasado a la misa, pues está repleta. Incluso más, luego de un tiempo uno puede reconocer a quienes siempre asisten. La mayor parte de los feligreses trata de ofrecer sus dones en el coro, ayudando o reuniéndose tras la misa. Del mismo modo, son bastante generosos. Existen numerosas iniciativas para ayudar a indigentes, inmigrantes o enfermos, no solo mediante la asistencia material, sino también con acompañamiento y oración. Muchos viven esta oportunidad como parte integral de la búsqueda por la trascendencia.
Aunque la apatía espiritual que describía en un inicio es real, no un estereotipo, debo decir que lo que he visto en muchos creyentes del norte de California ha sido una grata sorpresa. Al final, el Señor es quien hace posible su encuentro, incluso en ambientes inesperados.