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¿Baja Usted en la Próxima?

Basta subirse por una vez a la micro en Roma para experimentarlo. Aunque sea esa primera vez en que llegas, trasplantado del lejano Chile a la ciudad eterna, con la maleta física y la otra (la espiritual). Basta esa primera vez para escucharlo, dicho sea por una señora de edad o por un joven universitario, no importa, cualquiera suele decirlo. Así, directamente, formulado como una pregunta: scende?

Es  obvio  que  con  mis  dos  maletas  a cuestas no pude entenderlo esa primera vez.  Entonces,  invariablemente  viene  la segunda formulación más extensa: Scusi, lei scende la prossima? (¿disculpe, baja usted en la próxima?). La persona que habla simplemente quiere bajar en el siguiente paradero y está preguntando a quien le bloquea el paso si él también baja o si puede dejarle acercarse a la puerta.

Se dice entre los extranjeros estudiantes en Roma que esa es la primera palabra italiana que se aprende aquí. Por mi parte, después de casi tres años, todavía me hace reflexionar esta pregunta dicha así tan sencillamente en la micro italiana.

Confieso que al principio alguna vez me molestó: «¿qué le importa a usted si yo bajo o no? ¡Pregunta intrusa! Déjeme usted viajar tranquilo que ya bastante tengo con venir en un autobús lleno (más o menos como los nuestros en Santiago) volviendo de un cansador día de estudio». Luego me he ido habituado al scende y ahora lo utilizo también yo, mientras pienso en el valor de ese modo italiano de estar en la gran ciudad: es que basta subirse a su autobús para que te consideren en relación, de algún modo parte de ellos. No importa si eres turista, migrante, estudiante o cura. Estás ahí y eso te pone en diálogo, de manera que es lo más normal del mundo la pregunta: ¿baja usted?

Puede ser esa —que es la más simple y común—, como puede ser otra. Puede ser un llamado de atención también, o un reproche. El hecho es que estamos en relación, en diálogo. Notable es el caso que cuenta un amigo, de dos señoras que venían conversando de la vida y de todo, como dos grandes amigas en el viaje en tren. Al llegar una a su estación se despide: «bueno, un gusto conocerte, quién sabe si nos veremos alguna otra vez» (se habían conocido apenas en el viaje).

Quizá este último caso sea exagerado, por eso lo simpático. Pero la actitud que revela es la que merece ser destacada: esa apertura confiada al otro. El otro, quien sea, por el hecho de estar ahí está en relación conmigo. Por eso el diálogo surge espontáneamente. Este aspecto de la cultura italiana me parece un reflejo de la actitud del mismo Verbo divino, que naciendo de María se hace Emmanuel: Dios-con-nosotros. No le importó nuestra pobreza, no retuvo su comodidad celeste, se hizo nuestro hermano.

Si en Santiago hemos perdido esa actitud familiar que tenían nuestros antiguos en una vida más sencilla y pueblerina, eso no puede pasar en nuestra universidad. Porque solo en el diálogo que nace de sabernos familia puede fructificar la misión que se pide a la Universidad Católica.

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