« En la alabanza hay una proclamación de reconocimiento, en la canción del amante hay amor”. Es decir, a través de la música propiciamos el encuentro de Dios con el hombre.
En la universidad la música antigua se ve como parte de lo que debe saber un músico, pero no como materia de profundización. En Chile, no existen grados académicos para el estudio de la música sacra y sus vertientes: composición, canto gregoriano, órgano, etcétera. Mi objetivo es rellenar el vacío que tengo sobre la historia de la música. Hay mucho que aprender y entender para que esta acompañe, correctamente, la liturgia. En Roma, existen legislaciones para la música litúrgica, leyes, reglas, sugerencias y comentarios de pontífices, que se han escrito durante siglos y de las que no sabemos nada. Por eso estoy en Roma, donde la música docta es parte de su folclore, sus raíces.
Lo más importante es que lo siento como un llamado de Dios para ayudar a servirlo y darle gloria, y en un futuro me gustaría volver a Chile y crear un instituto, como hubo en el siglo XIX, donde se enseñe todo lo que hemos ido perdiendo desde que empezamos a aplicar mal el concepto de “acercar la Iglesia al pueblo”. Por ejemplo, en la misa tridentina, que la gente llama “de espaldas al pueblo”, en realidad el sacerdote, con el pueblo, están mirando de cara a Dios. Esto nunca se suprimió y, de hecho, el Concilio Vaticano II dice que los templos que tengan altares ad Orientem se sigan utilizando. Lo mismo pasó con la música que se tornó banal, perdió gran parte de su valor sagrado y se convirtió en «utilitaria», casi de adorno, porque se creaban y enseñaban “canciones oreja” y dejamos de cantar obras como Cantemos al amor de los amores. El valor de ese texto y su música son impresionantes.
En la Iglesia chilena hay muchas ganas de aprender, pero sin una correcta guía de los sacerdotes como formadores, ese entusiasmo y talento se desvían. Los integrantes del coro pueden meterse a YouTube a buscar y terminan aprendiendo canciones evangélicas porque ven que dice “Dios”. También hacen canciones de Iglesia con música secular; probablemente esa sea la razón por la que aparecieron plagios como Sabemos que vendrás de Bob Dylan.
Al respecto, hay incertidumbres tales como si la canción debe ser exclusivamente pensada para la liturgia o mientras hable de Dios bastará. Me gustaría saber qué dice la Iglesia. Por otro lado, las canciones litúrgicas, a veces, sufren cambios por el pueblo. Y pasa lo mismo: ¿Se canta como la hizo el autor o como la gente la fue modificando? A mi juicio, en algunos casos, el pueblo perfeccionó el canto, en otros, lo empobreció.
San Agustín decía que “aquel que canta alabanzas, no sólo alaba, sino que también alaba con alegría; aquel que canta alabanzas, no sólo canta, sino que también ama a quien le canta. En la alabanza hay una proclamación de reconocimiento, en la canción del amante hay amor”. Es decir, a través de la música propiciamos el encuentro de Dios con el hombre.
El Papa en Maipú llamó a “hacernos cargo de la historia”. Irme a estudiar fuera es postergar mi proyecto de vida entregándome en las manos de Dios. Jesús mismo dijo: dejen las redes y síganme. Estar en el coro de la misa es consagrarse al servicio de Dios en la liturgia.