Consuelo Araos
Profesora de Sociología UC
cxaraos@uc.cl

 

Belén Larrondo
Presidenta de la Federación de Estudiantes UC 2019
mblarrondo@uc.cl

 

Verónica Undurraga
Profesora de Historia de la UC
vundurra@uc.cl

 

CON LA COLABORACIÓN DE:
Rafael Zanetta Benguria
periodista de la Dirección de Comunicaciones de la UC
rzanetta@uc.cl

Revista

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Desde la Sociedad a la Iglesia: La Revalorización de la Mujer

Hasta hace poco, veíamos cómo las personas se sorprendían ante la designación de una mujer en un puesto de poder, sin un mayor cuestionamiento sobre la institucionalidad que generaba esa sorpresa. Hoy, se habla de una reivindicación, una lucha invisibilizada, que parece por fin tener escucha transversal.

Sobre los roles de hombres y mujeres. ¿podría la iglesia repensar estas categorías abriéndose a un nuevo planteamiento?

Consuelo Araos (CA): La Iglesia tiene una deuda consigo misma y con el principio básico del propio testimonio de Cristo respecto de la mujer. En la práctica, la organización eclesial ha traicionado en cierta forma su propia potencialidad con respecto al origen de la mirada cristológica de la mujer, que podría aportar muchísimo en el contexto actual. Esa tradición obviamente debe ser reinterpretada y repensada desde hoy. La Iglesia tiene una visión muy fija de la mujer y necesita abrirse para hacerse cargo, por ejemplo, de las transformaciones que las nuevas tecnologías traerán sobre nuestra base reproductiva. Repensarlo es un desafío del que la Iglesia no puede quedar fuera. 

¿Repensarlo significa por ejemplo dar nuevos espacios a la mujer en la iglesia?

Verónica Undurraga (VU): Las mujeres fueron las grandes aliadas de la Iglesia Católica chilena durante la secularización de la sociedad en los siglos XIX y XX. Las asociaciones femeninas católicas y conservadoras fueron activas y, en este sentido, la Iglesia debiera reconocer de manera más explícita y enfática el gran aporte de las mujeres en su interior. Y no se trata de tareas secundarias o de segundo orden, sino de una considerable agencia y protagonismo femenino importante en la historia de la Iglesia chilena. En el caso de nuestra universidad, por ejemplo, he constatado el papel central que desempeñó la beneficencia femenina, la que representó nada menos que la mitad de todas las donaciones particulares que recibió la universidad en sus primeros 60 años. La Iglesia se vería enormemente beneficiada si abriera todos sus espacios para que las mujeres pudieran intervenir con el mismo poder de decisión que los hombres.

CA: La presencia masculina durante la liturgia es en extremo preponderante, sin embargo, la Iglesia se ha ido pisando la cola, alejándose cada vez más de lo que Cristo introdujo con respecto a la valoración de la mujer.
La argumentación propia de la doctrina se contradice: la base del concepto mismo de persona está puesta en esta dignidad de la diferencia entre hombre y mujer, la persona entendida como unidad relacional, reflejo de la Santísima Trinidad. Pero luego, la institución eclesial oculta esa diferencia. No estoy segura, pero quizás la sobrevalorización y centralidad del celibato como una obligación de esa estructura clerical, por sobre la consagración matrimonial, ha llevado a que en la práctica la Iglesia no esté constituida por la diferencia y complementariedad entre hombre y mujer, en una condición de igualdad en la pluralidad, sino por un mundo de hombres que no experimentan una relación complementaria con la mujer y a lo sumo en la forma de una subordinación radical.

«Las asociaciones femeninas católicas y conservadoras fueron particularmente activas y, en este sentido, la Iglesia debiera reconocer de manera más explícita y enfática el gran aporte que han desempeñado las mujeres en su interior».
Verónica Undurraga

 

Belén Larrondo (BL): La exclusividad del varón al sacerdocio debe cuestionarse, junto con la jerarquía de la Iglesia. Si llegase a haber una sacerdotisa —como en la Iglesia anglicana—, ¿se sentiría cómoda? ¿Cuán enriquecedora o nociva es la jerarquía en este aspecto? No sé si Jesús estaría cómodo donde se valora a ciertas personas por su cargo y se desvaloriza al resto. Cuestionar este orden y cambiarlo también podría traer beneficios en la equidad de género en la Iglesia. Por otro lado, el valor por dedicarse al hogar y al cuidado ha quedado invisibilizado en comparación con el trabajo remunerado, que significa poder económico y dominación del hombre a la mujer, y eso es un error. No tiene que ser menos valorado un trabajo doméstico por no ser remunerado. Incluso hoy vemos millones de mujeres que tienen una doble carga, lo que implica la mayor parte del tiempo dedicándose al resto y no ellas mismas.

CA: Es muy cierto que no se trata de sustituir al hombre por la mujer en la jerarquía, sino que implica cuestionar el modelo completo. Ahí aparece lo de revalorizar lo doméstico y el cuidado, no eliminarlo sino ponerlo al centro y hacerlo transversal al hombre y a la mujer, al más alto y al más bajo en la jerarquía institucional. Poner la cultura del cuidado al centro de la Iglesia en su dimensión vocacional, pero también institucional. Quizás hay un atisbo de ese cambio en lo que ha planteado el Papa intentando instalar lo que tiene que ver con la mujer y con el medio ambiente, las relaciones de esta cultura del cuidado, que debería ser un criterio organizador, más que jerarquía y estructuras de poder.

BL: Fui educada en un colegio de monjas con puras mujeres y desde ahí me llamaba la atención la composición contradictoria de la Iglesia, como hablar del prójimo y los pobres, sin darse cuenta de que la inequidad de género dentro de la misma institución es evidente. Como católicas debemos criticar y aportar. La mujer no está en cargos de poder y el Papa reconoce que esto es algo que hay que cambiar (en julio, Francisco nombró por primera vez a siete mujeres como miembros de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica [CIVCSVA], por ejemplo). Ahora tenemos más y mejores herramientas para hacernos responsables por este cambio en relación con cómo se conforma el poder, porque la Iglesia no puede sola. También ha existido una evolución en distintos gobiernos que pasaron de ser liderados sólo por hombres a tener mujeres en la política. Esto es una ganancia para la cultura, aunque no llegue de manera inmediata. La sociedad se escandaliza cuando hay una mujer en un puesto de poder. ¿Por qué no pasa lo contrario cuando hay solo hombres, como en la Iglesia? En nuestra universidad de los 18 decanos, solo una es mujer, y se tuvo que instalar un sistema de las cuotas de género. Cuando se discutió en el Consejo Superior, fue impresionante el escándalo causado por la posibilidad de que existiera una cuota del 40 por ciento a cargo de mujeres, cuando la realidad es que una gran parte del cuerpo académico está compuesto por mujeres.

«Hoy es un valor social fundamental contar con presencia femenina en la toma de decisiones. Me parece interesante que se discuta la ley de cuotas. Cuando se critica, se opone al criterio (que se supone valorativamente neutro) de la “meritocracia”».
Consuelo Araos

 

¿Cómo ven la discusión sobre la mujer en las distintas instancias del debate en la academia y en lo público? 

VU: Me gustaría reflexionar en torno a la invisibilización, porque las reivindicaciones por los derechos de las mujeres han estado en la agenda política de los últimos 140 años. Primero por los derechos civiles, una igualdad jurídica que permitiera mermar de manera paulatina la patria potestad masculina —control del hombre sobre nuestro cuerpo y bienes materiales—; luego fue una lucha por la igualdad política, en particular por el acceso al sufragio universal; también existieron disputas por los derechos reproductivos y por el reconocimiento de la mujer como factor económico relevante de la sociedad. Ahora el debate se visibilizó gracias a los medios comunicación, que nos dan acceso al mundo y derecho a opinar en una sociedad de la información, donde circulan las imágenes y en la que es mucho más fácil difundir y masificar una reflexión sobre el género a través de soportes audiovisuales.

CA: Ese debate se ha vuelto predominante en general. Resulta difícil abordar cualquier temática sin incorporar esta dimensión de género o discusión de lo femenino, del lugar de la mujer. El desafío para la sociología es incorporar esta dimensión no como un adicional o esta “partecita” sobre cómo tal o cual tema se aplica al género, sino como un elemento central en el planteamiento mismo de las problemáticas sociológicas. Tiene muchas cosas buenas, pero la principal es que obliga a repensar, exige una renovación, introduce un aire transversal en la disciplina y en nuestro quehacer.

BL: Hay una necesidad dentro del mundo estudiantil y de la sociedad de visibilizar el debate sobre nuestro rol, que concuerda con repensar nuestra historia y a nosotras mismas: somos mujeres, pero también personas, y hay muchos espacios donde se nos dejó en segundo plano. Hoy estamos cambiando y eso es lo importante para que avancemos hacia un mejor futuro en relación con la equidad de género, que debiese ser el pilar fundamental en una sociedad capaz de criticar lo que fue.

¿Existe esta dicotomía entre lo masculino y femenino en otras sociedades o es este un fenómeno local?

CA: Todas las sociedades reconocen una distinción simbólica y asignan diferencias entre lo femenino y lo masculino: un estatus atribuido a ciertos entes, no solo a seres humanos, pues es un poco más abstracto y complejo que la diferencia entre hombre y mujer. Lo que se conoce al observar la evidencia antropológica comparada es que la diferencia hombre-mujer en principio está asociada al reconocimiento de una diferencia inscrita en la naturaleza, pero es muy variable cómo se construye lo femenino y lo masculino sobre ella; en otras sociedades no se le asigna a la mujer un rol activo en la reproducción, por ejemplo, mientras que en la nuestra ocurre lo contrario. En todo caso, pienso que debemos hacernos cargo del problema como mujeres, reivindicado nuestro estatus a través de la reformulación y no de la renuncia.
Respecto del tema de los roles, hay culturas africanas donde los hombres comparten con las mujeres la procreación y pueden parir de manera ritual, sufriendo performativamente los dolores del parto, acompañando el proceso como si lo vivieran físicamente. En otras, las mujeres importantes y ricas intercambian ganado por otras mujeres bajo una figura similar a la de “esposa”, siguiendo la lógica de la alianza entre grupos, y las primeras pasan a llamarse “padres” de los hijos que las segundas tienen con hombres; ese es el concepto con el que esa sociedad las designa.

VU: No se puede hablar de una, sino de varias identidades femeninas en la sociedad occidental, cuyas variaciones se pueden rastrear históricamente a través de la construcción de imaginarios y discursos hegemónicos en torno a ellas. Por ejemplo, el libro La perfecta casada de Fray Luis de León (publicado en 1584) calificaba a las mujeres como aquellos seres de “ingenio quebradizo” y “proclives al pecado”, además de irracionales y débiles. Ellas necesitaban de la tutela y del control masculino para guiar correctamente sus acciones. En el siglo XIX, se observó una patologización de la mujer, con la importante cientifización de muchos discursos sobre las identidades de género. Se le atribuía una “naturaleza” particularmente emocional, nerviosa e histérica por una razón biológica —hystera es útero en griego— y sobre esto se escribieron tratados y tesis de medicina, incluso por mujeres. Eloísa Díaz, la primera mujer en graduarse como médico en Chile y en Latinoamérica, escribió su tesis sobre “la naturaleza nerviosa de las jóvenes y de la mujer chilena”.

Como forma de lograr una mayor representatividad femenina, diferentes instituciones optan por desarrollar sistemas de cuoteo, medida que también suma detractores. ¿Qué opinan al respecto?

VU: Estoy a cargo de una investigación sobre la historia de las mujeres en la UC —solicitada por la Vicerrectoría Académica—, y los resultados son muy interesantes. Tenemos evidencia —cartas, actas del Consejo Superior y de las facultades— de que en la década de 1940 la UC puso cuotas para favorecer la matrícula masculina. En ciertas facultades, como la entonces llamada Facultad de Comercio, las mujeres eran muy numerosas, llegando incluso a representar al 50 por ciento. Esta prevalencia femenina estaba dejando fuera de la educación superior a hombres jóvenes católicos que la universidad quería incorporar. A esto se sumaba que, debido a las exigencias de género de la época, muchas mujeres no lograban terminar sus estudios: se casaban, quedaban embarazadas y tenían que asumir sus “responsabilidades femeninas”. Además, tenían obligaciones domésticas, como quedar al cuidado de los padres si enfermaban. Entonces, diversas facultades de la UC decidieron implementar cuotas para favorecer la matrícula masculina en desmedro de la femenina. Por ello, al interior de nuestra universidad no nos debería escandalizar la posibilidad de establecer cuotas como una forma de buscar la equidad de género, ya existieron, con el objeto de alcanzar propósitos que se consideraban fines mayores.

CA: Hoy es un valor social fundamental contar con presencia femenina en la toma de decisiones. Me parece interesante que se discuta la ley de cuotas. Cuando se critica, se opone al criterio (que se supone valorativamente neutro) de la “meritocracia”. Para mí, este criterio es una caja negra, porque está condicionado por las oportunidades, es decir, en general son más hombres quienes cumplen con esos criterios de excelencia y meritocracia, pero porque tales criterios suponen una estructura de oportunidades que es desigual desde la base.

BL: Nadie quiere tener la cuota como un primer recurso para el cambio; ojalá fueran otras cosas las que ocurrieran espontáneamente, pero no se puede. En un principio no me gustaba esta ley, pero creo que es capaz de generar cambios más rápido, por eso debe estar bien hecha: tiene que ser reflexiva también, que no signifique discriminación ni dé para pensar que una persona está en un grupo solo por una cuota. Por eso, un tema cultural debe acompañar a este tipo de leyes. No creo que una cuota sea capaz de disminuir los niveles de violencia contra la mujer, pero habrá 40 por ciento de mujeres con autoridad para eliminar el abuso de poder.

En los últimos años se ha evidenciado un cambio de rol en actividades que se consideraban femeninas y masculinas. ¿se está materializando un cambio cultural? 

CA: Quizás hay un principio de cambio. Soy madre de un niño de 8 años y hay cosas de él que me sorprenden. Creo que ahí hay una cierta socialización más horizontal o de ambiente que ha naturalizado algunos aspectos para él. Tal vez tiene una sensibilidad particular, porque se educó los primeros años en Francia, pero reflexiona que en realidad no hay, por ejemplo, colores que son de hombre y otros que son de mujer. Mi hijo hace telares y origami —prácticas más transversales en términos de género—, porque no le gusta el fútbol. Veo una cierta disponibilidad para determinadas actitudes, un horizonte de posibilidades que me da la impresión que es más rico y variado. No sé hasta dónde eso está restringido para una élite intelectual o artística. Hay oportunidades, pero muy incipientes.

BL:  No sé si será algo generacional, pero mi prima de 9 años un día agarró una pelota de fútbol y dijo “mamá, quiero jugar a la pelota”. Cuando yo era chica, no tuve ningún incentivo para hacerlo. Es un ejemplo muy tangible valorar el cambio cultural que se nota en que no hay límites para las nuevas generaciones, y me gusta verlo en ella. Aunque yo tenga 23 años y quiera abrir mi mente, tengo muchos estereotipos. También creo que quienes fueron criados en colegios de hombres y contextos conservadores, tienen obstáculos para actuar de la manera que les gustaría, porque la sociedad también les exige ser “masculinos”. Lo mismo para las mujeres, todas tienen que ser “femeninas”, pero es necesario repensar estos conceptos, qué significan realmente y si es que debiésemos seguir aplicándolos. Tanto hombres, mujeres y diversidades sexuales podemos tener expresiones que se conocen por masculinas en conjunto con las que se conocen por femeninas, pero tenemos que dejar de pensar que las personas tienen que cumplir un rol, porque no es así. Hemos fallado, por desvalorizar a quien no cumple con el papel que la sociedad le determinó cuando nació y se hace necesario que cambiemos eso. 

«Me hace mucho ruido pensar que tenemos un rol inherente por cómo nacimos. Eso es lo que han tratado de romper las distintas corrientes feministas en conjunto: hacer ver los otros miles de papeles que hemos desempeñado, tanto en lo privado como en lo público». 
Belén Larrondo

 

VU: Hace 12 años mi hijo viajó por primera vez en avión. Llegó contando al jardín infantil que quería ser piloto, entonces una amiga le dijo que también quería serlo y su respuesta fue: “No, tú sólo puedes ser azafata”. Es decir, a los 4 años, mi hijo dedujo que únicamente un hombre podía llegar a pilotar un avión, a través de la mera observación de su entorno y de su contexto social. Vio un referente masculino en una posición de control y de mando, y la mujer solo podía realizar una tarea subordinada y de asistencia. Todavía vivimos en una sociedad donde muchos rasgos de aquella masculinidad hegemónica tradicional son preponderantes. Basta leer la prensa para ver que sigue existiendo violencia contra la mujer y muchos abusos son obviados y calificados como “pequeñas humillaciones”. Estoy de acuerdo con que existe una mayor apertura o disponibilidad de otros modelos de masculinidad a los que puede acceder la gran mayoría de la población. Sin embargo, falta muchísimo para que todos los hombres de nuestro contexto se sientan convocados o representados por ellos. El cuestionarse sobre las identidades de género significa desarrollar reflexiones profundas sobre modelos que tardan mucho tiempo en modificarse.

En el futuro, ¿creen que los movimientos feministas habrán influido en procesos que hoy están invisibilizados?

BL: Desde lo que he vivido y conversado, sobre todo en asambleas y espacios feministas, en este “cambiar de la sociedad” me hace mucho ruido pensar que tenemos un rol inherente por cómo nacimos. Eso es lo que han tratado de romper las distintas corrientes feministas en conjunto: hacer ver los otros miles de papeles que hemos desempeñado, tanto en lo privado como en lo público. No depende de nuestra fisonomía: si podemos cumplir una función, es inherente y esencial. Si los géneros no son dos, sino infinitos, no podemos cerrarle la puerta a nadie ni caer en violencias ni discriminación.
Me ha llamado la atención que, cuando nacemos, la familia, los medios de comunicación y la mentalidad latinoamericana occidental te inculcan una opción de vida, sin dejarnos elegir entre las millones que realmente tenemos. La tarea es descifrarlas y hacernos cargo de ellas para que en el futuro nadie tenga miedo de elegir lo que le gusta porque es diferente. 

VU: Debería existir una profunda necesidad de urgencia como sociedad, para erradicar las distintas formas de violencia hacia la mujer, ya sea física, psicológica, simbólica o discursiva, entre otras. Este es un gran tema pendiente de nuestra sociedad en el que, si bien se ha avanzado, aún falta muchísimo para eliminarlo totalmente de nuestras prácticas cotidianas. El hombre no solo es violento cuando golpea a una mujer, también lo es cuando levanta su voz para interrumpirla o para “expresar mejor” lo que ella dijo en una reunión social o de trabajo. Por otro lado, estoy de acuerdo con que existe una mayor apertura o disponibilidad de otros modelos de masculinidad a los que puede acceder la gran mayoría de la población. Sin embargo, falta mucho para que todos los hombres de nuestro contexto se sientan convocados o representados por ellos.
Sin juzgar a la humanidad como conjunto, me parece que movimientos y sensibilidades masculinas van a apoyar ciertas formas de acceso femenino al poder, como las leyes de cuotas en la política. Ahora bien, lo importante es que, por una parte, exista una reflexión permanente en torno a la necesidad de equidad de género y, por otra, que las políticas desarrolladas en pos de esta sean realmente efectivas en el corto y mediano plazo, siendo acompañadas por convicciones reales en la materia.

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