El gran decano Arturo Yrarrázaval (1946-2024), partió al encuentro del Señor el 28 de enero de 2024, en la fiesta de Santo Tomás de Aquino, patrono de los académicos y de las universidades católicas.
Hay tantas cosas para escribir sobre él. Que tuvo una familia destellos de otro mundo. Y es que el gran secreto de don Arturo era que tenía a Dios en el corazón. ¡Cuán natural, silenciosa y elocuentemente brotaba de él su amor a Dios y a los demás! Por de pronto, ¡qué ejemplo admirable de sen maravillosa. Que fue uno de los mejores jueces árbitros de Chile. Que desarrolló una labor filantrópica de apoyo a la educación técnica en nuestro país. Que fue un abogado profundo, noble y sagaz. Que fue un precursor de la sostenibilidad corporativa, moviendo al ámbito empresarial a asumir la grandeza ética de su actividad. Que sirvió a la patria a través de distintos cargos de alta responsabilidad, como la Comisión Resolutiva Antimonopolios, el Consejo de Concesiones del Ministerio de Obras Públicas y el Consejo de Asignaciones Parlamentarias. Que, sin su aporte, sería difícil concebir el desarrollo que el rubro de los seguros tuvo en Chile en las últimas décadas. Que fue un profesor inolvidable, por su dedicación, su generosidad, su agudeza y su simpatía. Que fue un decano extraordinario, admirable, inteligente y bondadoso, que marcó para siempre y para bien la historia de la Facultad.
Y otras tantas cosas, muchísimas cosas más.
Pero el punto, el gran punto sobre nuestro querido don Arturo, no fue cuántas cosas hizo, sino el por qué y para qué las hizo. Y, mejor dicho, para quién las hizo.
En su recurrente transitar por los pasillos de la Casa Central y de la Facultad de Derecho, era fácil advertir que, en su sonrisa tímida, en su cálida conversación, en su mirada amable se reflejaban destellos de otro mundo. Y es que el gran secreto de don Arturo era que tenía a Dios en el corazón.
¡Cuán natural, silenciosa y elocuentemente brotaba de él su amor a Dios y a los demás! Por de pronto, ¡qué ejemplo admirable de sencillez y de sabiduría nos dio a todos los que fuimos sus estudiantes!
Ciertamente, disfrutamos de algunas de sus clases más admirables en el paso por la universidad, fuese por la amplitud de sus conocimientos o por el despliegue que requería explicar todo lo que nos quería transmitir. Pero, sobre todo, porque con él aprendimos que, más allá de la técnica, había una cosmovisión de justicia que iba hasta lo más profundo de nosotros. No ha de extrañar que la misma impronta haya impregnado sus años como decano de la Facultad de Derecho (2003-2010). ¡Cuánto le debemos todos en la facultad a Arturo Yrarrázaval!
Mucho, y con razón, se recuerda su liderazgo para que la facultad tuviera al fin un edificio propio, así como tantos otros logros materiales, pero, quizás, lo más importante de su decanato fue un logro espiritual: actualizar la convicción de que la facultad debía ser una realidad católica y humana, que comprometiera lo mejor de cada uno de sus integrantes entre sí y para la sociedad. Era la visión, en sus propias palabras, de la “gran familia Derecho UC”. La visión de que la facultad que soñaba, la universidad que soñaba debía tener a Dios en el corazón. Tal como él lo tuvo.