Vi recientemente la película Vivir dos veces, una producción española dirigida por María Ripoll, que cuenta la historia de Martín, un adulto mayor viudo que sufre de Alzheimer. Su hija Julia y su nieta Blanca se encargan de su cuidado. La enfermedad de Martín les permite salir de ellas mismas, de sus conflictos y dramas y poder así entregar mucho amor, lo cual sirve como bálsamo a este hombre frágil. Al terminar de ver la película, me pregunté: ¿Son una carga los ancianos?, ¿qué riqueza puede traer dejarse ayudar por los demás en momentos de mayor vulnerabilidad?
Busqué en la Biblia el libro del Eclesiástico, conocido por ser un compendio milenario de sabiduría. Su autor, Jesús Ben Sirá, quiso iluminar con sus escritos a los judíos de la diáspora y menciona en repetidas ocasiones el tema de los ancianos. En el tercer capítulo dice: “Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y durante su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente con él; no lo desprecies, tú que estás en la plenitud de tus fuerzas. La compasión hacia el padre no será olvidada, te servirá para reparar tus pecados”1. Pienso en la importancia de regalarles tiempo y cariño a nuestros padres, de saber cuidarlos en la enfermedad, de asistirlos en sus necesidades. Son acciones que deben brotar de un corazón agradecido por el amor que hemos recibido de ellos.
«Cuando cuidamos a un anciano, podemos sanar las heridas de nuestro pasado, darle un sentido a nuestra vida y contribuir para enriquecer los últimos años de alguien».
De la película recordé que cuando cuidamos a un anciano, podemos sanar las heridas de nuestro pasado, darle un sentido a nuestra vida y contribuir para enriquecer los últimos años de alguien que, aunque experimenta fragilidades notorias e incluso molestas, no deja de tener valor y dignidad. El amor en esta etapa resulta decisivo en su preparación hacia la vida eterna.
Más adelante, el autor del Eclesiástico dice: “¡Qué bien sienta a los ancianos la sabiduría, la reflexión y el consejo de los hombres ilustres! una experiencia probada es la corona de los ancianos, y su orgullo es el temor del Señor”2. Consultar a los ancianos, respetarlos y admirarlos es, considero, señal de humildad. Qué mejor fuente de sabiduría que la de quien ya vivió! Y esta es una retroalimentación recíproca. Ellos, a su vez, se sienten valiosos y revitalizados
cuando guían a las generaciones menores, cuando les transmiten su experiencia e, incluso, cuando se enriquecen de la vitalidad de quienes han vivido menos.
Los ancianos necesitan recibir nuestro amor y cuidados. Ellos son “libros vivos” y fuentes de los cuales podemos beber para entender nuestro pasado, actuar mejor en nuestro presente y tomar impulso para nuestro futuro. Como dice el refrán que cita el papa Francisco en la exhortación apostólica Christus Vivit: “Si el joven supiese y el viejo pudiese, no habría cosa que no se hiciese”.