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Custodios de la Cultura

Los oficios artesanales son el registro cultural de un pueblo, de su relación con la tierra y su cosmovisión. Las artesanas y artesanos son alquimistas, agricultores, artistas y guardianes de una sabiduría y patrimonio invaluable. Sin embargo, estas dimensiones que trascienden al objeto y dicen relación con la comunidad y sus tradiciones, son débilmente valoradas en una sociedad que avanza hacia una cultura del descarte.

En 2003, la UNESCO reconoció como patrimonio intangible de la humanidad el conocimiento adquirido y transmitido por los artesanos. Este reconocimiento no solo intenta poner en valor las prácticas artesanales, sino también todos aquellos elementos culturales y naturales que las han moldeado, “el agua, la selva, la vida que bulle”1, tal como el papa Francisco lo destaca al referirse a la forma en que las costumbres de los pueblos se han visto influenciadas fuertemente por la naturaleza.

Tesoro ancestral

La artesanía tradicional es un conjunto de obras de distintos oficios que corresponden a la manifestación material del conocimiento y de expresiones estéticas de cada pueblo; expresan sus cosmovisiones y cumplen funciones utilitarias, simbólicas y decorativas. Paulina Jélvez, coordinadora de proyectos del Programa de Artesanía UC, profesora de la Escuela de Diseño y experta del Comité Asesor de Artesanías de Chile, explica que “tienen un significado múltiple manifestado en sus colores, en las técnicas con que se realizan, en sus materias primas, etcétera. Todo ese gran conjunto de factores que contribuye a conformar el concepto de identidad que son herencia de prácticas ancestrales”. Desde la comuna Padre Las Casas, a 12 kilómetros de Temuco, Matilde Painemil (67), contestó su celular sentada en su telar. Estaba terminando una manta que le mandaron a hacer desde Santiago, un trabajo muy difícil: “El dibujo lo terminé anoche, porque tengo que coser el fleco. Este tiene un diseño muy antiguo, que ya no se ve, lamentablemente”. Matilde es una maestra artesana mapuche de tejido en telar. Realiza este oficio desde los 10 años: “De chiquitita hilé. Mi primer trabajo fue un bolso, después una mantita y eso lo vendí. Cuando la gente me compraba, me felicitaba y yo parece que subía al cielo”. La artesanía indígena tiene gran relevancia cultural y valor patrimonial, pues habla de tradiciones de orígenes remotos, de territorio y del saber hacer. “Para obtener la fibra, las tejedoras tienen que conocer a los animales, alimentarlos, saber cuándo reproducirlos, cuándo trasquilarlos. Cada paso está relacionado con los ciclos de la tierra”, detalló Jélvez. Las tejedoras mapuche, por ejemplo, transmiten su cultura e historia por medio de complejos códigos. Ellas son dueñas de un saber que implica mucho conocimiento de biología, matemáticas, química y tecnología, además de todo el contenido simbólico que se expresa en iconografías, colores y técnicas. A través de los años, Painemil se ha perfeccionado en el diseño antiguo: “En sueños, el telar me muestra cosas y en la mañana me levanto y voy a urdir de memoria, porque tengo que hacer ese trabajo”, compartió la artesana de mantas, pieceras, bajadas de cama y alfombras, entre otras piezas. Su materia prima es lana de oveja. Sus dos hijos no saben tejer, como ella explica: “Culturalmente, los hombres mapuche se dedican a arar, sembrar trigo, avena, cebadada, lo que se pasa en el año”.

«La artesanía indígena tiene gran relevancia cultural y valor patrimonial, pues habla de tradiciones de orígenes remotos, de territorio y del saber hacer».

Esta artesana mapuche es reconocida a nivel mundial y viaja a mostrar su trabajo a distintos países: “Estuve en una escuela de artesanos en Kuwait. Me conversaban y preguntaban: ‘Y usted, ¿cuánto gana? ¿Cuánto le pagó el Estado para que viniera?’, y no me alcanzaba ni para una bebida. Eso no lo digo, porque no me gusta dejar mal a mi país, pero me da vergüenza”, contó Matilde con tristeza. Respecto de enseñarle sus técnicas a las nuevas generaciones, el panorama es desalentador: ya no hay un interés en los jóvenes por el arte textil indígena. “Como maestras artesanas, deberíamos trabajar en una escuela y ganar como un profesor, hacer clases dos o tres veces a la semana, porque estamos envejeciendo y se va a ir perdiendo la cultura, y eso es doloroso. Sin embargo, no lo toman en cuenta. Mis dos nietas aprendieron un poco de telar, pero después se pusieron a estudiar y se dedican a su profesión”, señala y dice no saber por qué los chilenos no aprecian su oficio: “El trabajo a mano cuesta mucho. Soy feliz mientras tejo, mi cultura es así y yo me valoro por mí misma, porque me gusta hacerlo y diseñarlo bien. Trabajo de muy niña. Quedé viuda a los 28 años y crié a mis dos hijos, que ya tienen más de 40, de la artesanía”.

El arte mayor de los Andes

Los indicios más antiguos de la práctica textil en el norte de Chile provienen del 6.000 a.C. en la cultura chinchorro, ubicada en las costas de Arica. Ellos desarrollaron las primeras estructuras con fibras vegetales, así como cordelería y uso de tintorería, expresiones que siguieron desarrollándose y que las tejedoras andinas heredaron. Paulina Jélvez profundizó: “El textil andino materializa una cultura que persiste y se mantiene a pesar de invasiones, migraciones, pobreza; todo lo que se asocia con la llegada de los colonizadores en adelante”. Esta técnica resiste, porque es una práctica cultural muy potente que representa la esencia del ser andino y, además, es el oficio por excelencia en los Andes”. “Espérame un poquito, que me faltan dos puntos (ruido del pedal del telar). Listo, ya terminé”. Gladys Huanca (58) es artesana textil aymara hace más de 30 años. Nació en el Altiplano, donde aprendió a hilar para el uso personal y después para comercializarlo: “No se conocía mucho esa fibra. La pusimos en el mercado en bruto, sin lavar ni ovillar y, con el tiempo, nos dimos cuenta de que debía pasar por un proceso, porque las fibras naturales tienen un olor muy fuerte, sobre todo la alpaca”, relata y recuerda todos los experimentos que hicieron para elegir un detergente que no dañara el material. “Después, fuimos mejorando el hilado, no porque las señoras no supieran hilar, sino porque, como las manos son distintas, cambiaba el grosor del hilo y necesitábamos que fuera siempre igual para poder tejer con palillos”, precisó.

En el patrimonio arqueológico andino, la textilería presenta un nivel de desarrollo y especialización superior; el dominio de la tintorería y la diversidad iconográfica de los soportes textiles muestran que era su forma principal de expresión social, política y religiosa, cada elemento y color representan algo. Jélvez ejemplificó con un traje ceremonial chimú que conserva el Museo Chileno de Arte Precolombino: “Es un conjunto textil que se aprecia como un verdadero monumento. Contiene información sobre agricultura y simbolismos sobre la fertilidad en el desierto, expresados en sofisticadas y bellas técnicas textiles”.

La relevancia del oficio de Gladys está en “haber traído ese conocimiento del Altiplano a la ciudad y transmitir a las nuevas generaciones todas las técnicas ancestrales”. En 30 años se han nutrido de mucha experiencia, de los tejidos, colores y terminaciones precolombinas. “Tejer significa todo. Es llenar los espacios vacíos, la alegría de construir de la nada, hacer un producto que uso yo para ver cómo resulta y que después se lo puedan poner otras personas, apreciar y usar con cariño y respeto”, la voz de la artesana, incluso a través del teléfono, se notaba vibrante. Huanca, nacida y criada en el Altiplano, ahora vive en Arica con sus hijos y sus nietos, sin embargo, “estoy siempre con las ganas de irme a mi terruño, de volver a la paz, a mirar los cerros, el campo, los animales, el olorcito a lluvia. Uno se levanta en la mañana y ya es un día bello. En la ciudad el telar es mi refugio, mientras esté tejiendo, manejando y ordenando mis lanas, viendo qué voy a hacer, estoy contenta, porque parte del Altiplano está conmigo”. En su experiencia, hay personas que valoran su oficio y otras que no. “No sé si por ignorancia, por el desconocimiento del arte indígena que no nace de la nada, es una transmisión del saber. Quienes hacemos textil tradicional no queremos que se pierda como muchas otras técnicas”. Ella tiene la esperanza en que a sus hijas o alguna de sus cuatro nietas les guste tejer y enseñar, tal vez no por necesidad, como le tocó a ella, sino como parte de su vida: “Si yo no tejo, siento que no he hecho nada, que no sirvo. Tejer me llena la vida y me reconforta. Me hace muy contenta ir creando productos distintos, colores y mezclas”.

Muestra de Artesanía UC 

Un proyecto creado para reconocer el valor de los pueblos es la Muestra Internacional de Artesanía UC. Su primera versión fue organizada en 1974 por el escultor Lorenzo Berg. Cuatro años más tarde, se incluyó la participación de artesanos de Brasil, Paraguay, Uruguay, Perú y Ecuador y, en 1985, se intensificó la relación entre el diseño y la artesanía, estableciéndose el objetivo de influir en las políticas públicas que se generan al respecto. El Programa de Artesanía UC recoge una temática distinta en cada edición que se destaca dentro del conjunto de las artesanías tradicionales. No todos los integrantes son indígenas, pero participan varios representantes, como Matilde y Gladys. Más información en https://artesania.uc.cl/

 

OFRENDAS DE FE

POR_ Elena Alfaro Matamoros, diseñadora por la UC, periodista por la USACH, profesora de la Escuela de Diseño de la UC, directora del Programa de Artesanía UC | elalfaro@uc.cl · Vania Cabello, conservadora UC | vcabello@uc.cl · Gloria Saravia, profesora de la Escuela de Arquitectura de la UC | gsaravia@uc.cl · Vicente Maffioleti, diseñador gráfico | vamaffio@uc.cl · Omar Faúndez, fotógrafo | ofaundez@gmail.com.
Colaboradoras: Paulina Jélvez Herrera, coordinadora de proyectos del Programa de Artesanía UC | mjelvez@uc.cl · Claudia Sáez, secretaria del Programa de Artesanía UC | csaeze@uc.cl. Agradecimientos: Padre Carlos Cox y al personal del Santuario Nacional de Maipú; Alicia Cáceres; Gladys Huanca; Rosa María Varela (Agrupación Centro Artesanal de Chapilca); Marina Vega.

Los artesanos que participan cada año en la Muestra de Artesanía UC visitan a la Virgen del Carmen en el Santuario Nacional de Maipú para ofrendarle artesanías hechas con sus manos, una tradición de piedad popular que ya cumplió 46 años y sigue vigente. Este estudio indagó en las piezas de esa colección y en sus historias.

El 23 de noviembre de 1974, 60 artesanos se congregaron en el Templo Nacional de Maipú junto a cientos de personas. Habían sido invitados por la Universidad Católica para realizar la Primera Feria de Artesanía en el Parque Bustamante: “Nosotros somos de la Universidad Católica de Chile. Venimos a invitarlo a que venga a Maipú. Usted que es artista, debe estar presente con lo mejor que sepa hacer. Si trabaja loza, con sus piezas; si trabaja mimbre, con sus trenzados; si es poeta, con sus versos; si teje, con sus tejidos, etc. (…) Véngase a Santiago y traiga una ofrenda a la Virgen. (…) En la semana siguiente tendrá la ocasión de participar en una Feria donde —creemos— podrá vender algunas de sus obras. La Universidad organiza el alojamiento, la comida y el transporte. Usted es un invitado de honor a esta fiesta ¡Venga a Maipú!”. Desde esa primera experiencia, la Muestra de Artesanía UC se ha realizado ininterrumpidamente, manteniendo viva la tradición en que los artesanos y artesanas visitan a la Virgen del Carmen en Maipú, para ofrendarle una artesanía como testimonio de su cariño. Uno más de los gestos en que se manifiesta la piedad popular.

Un proyecto de investigación2realizado por el Programa de Artesanía —organizador del encuentro cultural— permitió indagar en estas piezas guardadas por más de cuatro décadas en la Galería de la Virgen del Santuario Nacional. Fueron identificadas, fotografiadas y fichadas, y se realizó un trabajo de rescate de memoria, puesta en valor y reflexión sobre la devoción mariana y la artesanía como una valiosa forma de religiosidad popular presente en América Latina3, mejorando también su espacio de acopio. El trabajo académico duró 18 meses e incluyó entrevistas, el procesamiento de 656 piezas y material de archivo, y culminó con una exposición de 40 obras artesanales, fotografías y cartas que se exhibieron en la Escuela de Diseño UC y en el Santuario de Maipú. La muestra comprendió un recorrido por cuatro universos: “Figuras de devoción”, “Eucaristía”, “Escenas religiosas” y “Bailes religiosos”.

La Virgen con el niño

«Virgen con Niño es una de las piezas que permite reconstruir de manera clara la relación de los artesanos y artesanas que participan en la Muestra de Artesanía UC con las ofrendas de la Galería de la Virgen».

Alicia Cáceres y su marido, Juan Reyes, asistieron al primer encuentro. Para la ocasión, Juan creó una imagen de la Virgen con el Niño realizada en cobre y bronce, y ambos la entregaron en compañía de su hijo y el padre de Alicia, quien pese a ser ateo, acompañó a quienes agradecieron a la Virgen por su reciente liberación de una detención política por parte de la dictadura. Así, los Reyes-Cáceres participaron cada año, encargándose de organizar la peregrinación al santuario hasta 2013, cuando traspasaron la responsabilidad a otra artesana, debido a su avanzada edad y el posterior fallecimiento de don Juan. Virgen con Niño es una de las piezas que permite reconstruir de manera clara la relación de los artesanos y artesanas que participan en la Muestra de Artesanía UC con las ofrendas de la Galería de la Virgen, tanto por el registro fotográfico existente, como por sus testimonios. En la obra, “ambos rostros están repujados a mano en cobre; el manto de la Virgen se hizo en bronce texturado, con flecos de alambre de bronce y fue adornado de turquesas y lapislázuli; mientras que el Niño está revestido con un poncho de alpaca con flecos de cobre, adornado de malaquitas”, describió Alicia4 . La figura de la Virgen María y de Jesucristo, a través de la relación madre e hijo, configuran una forma de entender los roles femeninos y masculinos en la Latinoamérica mestiza5 . Su presencia es extensa en el repertorio formal de las imágenes ofrendadas, siendo reproducidas en diversidad de materias primas y según las técnicas dominadas por cada cultor. Se trata de figuras creadas para estar presentes en espacios de culto, pero sobre todo para instalarse en la vida cotidiana de las personas.

Figuras de devoción: Ki Jetu Oramai

En el templo y en la Galería de la Virgen existen numerosas piezas religiosas de referencia rapa nui. Cristo resucitado es una de ellas y fue creada en 1980 en el marco del XI Congreso Eucarístico. En ese entonces, un grupo de misioneros llegó a la isla para invitar a la comunidad a crear una imagen de Jesús que diera cuenta del fervor religioso de sus habitantes a través del tallado en madera, oficio en el que destacan históricamente los artesanos rapa nui. De los trabajos que desarrollaron dos grupos de artesanos, resultaron un Cristo crucificado para la parroquia de la isla y el Cristo resucitado o Ki Jetu Oramai, que la comunidad ofrendó al santuario.

“Está hecho de un tronco de miro tahití, mide 2,10 metros y su actitud es la de mostrar las llagas a los apóstoles. De la herida del costado pende una flecha compuesta de una punta antigua de piedra de obsidiana o matá, con una varilla tallada y un penacho de plumas de gallo. Sobre su cabeza lleva una corona, en la que se ve un manu piri (pájaro de dos cabezas), que representa al Espíritu Santo. También se reconoce una cruz en el centro y el ojo que representa al Padre de los Cielos. Este ojo, así como los del Cristo mismo, están hechos con vértebras de tiburón y piedra de obsidiana. La orla del manto está adornada con motivos rapa nui. En el pecho de la imagen se ve un corazón, símbolo del Sagrado Corazón de Jesús, formado por las alas de un manu piri”6 .

La eucaristía: vestimenta religiosa y cálices

Hay piezas que reinterpretan las vestiduras y los vasos litúrgicos mediante oficios artesanales surgidos en nuestro territorio como producto del mestizaje. Esta adaptación cultural, denominada “inculturación de la fe”, es reconocida como valiosa por el Concilio Vaticano II, otorgando libertad al arte para expresarse en los templos y la liturgia como un aporte “verdaderamente significativo en la vida y la tradición del pueblo”7.

Es así como piezas artesanales tradicionales se transforman para el uso litúrgico. El chamantocasulla —una de las piezas más bellas de la colección—, realizado por María Escobar Medina, de Doñihue, se guarda en la sacristía y se utiliza hasta hoy en el templo. La pieza respeta las características propias de los chamantos originales, a excepción del largo, que es la única transformación formal que incorpora. También están los cálices de piedra combarbalita y de vidrio tallado.

 

Notas

  1. Papa Francisco, “Exhortación apostólica Querida Amazonia”, 2020, Nº 35.
  2. Proyecto financiado por el XIV Concurso de Investigación y Creación para Académicos, organizado por la Dirección de Pastoral y Cultura Cristiana en conjunto con la Vicerrectoría de Investigación de la Pontificia Universidad Católica de Chile. La iniciativa esperaba indagar en las artesanías ofrendadas por los artesanos participantes en la feria UC, pero terminó abarcando todo el acervo de piezas artesanales acopiados, debido a que muy pocas podían diferenciarse. 
  3. Los resultados se exhibieron en la Escuela de Diseño durante el segundo semestre de 2018 y el primer semestre de 2019 en el Santuario Nacional de Maipú.
  4. Las figuras religiosas creadas por Juan Reyes, desde que comenzó a realizarlas en 1966, tienen características indígenas y mestizas: sobresalen el color oscuro de las caras, los ponchos, los motivos mapuche y el uso de ojotas para la figura de Cristo. Es esta la identidad de la que da cuenta la Virgen que, en 1987, Juan y Alicia le regalaron al Papa en su visita a Chile.
  5. Montecino, S., Madres y huachos. Santiago: Catalonia, 2007, pág. 87
  6.  Alliende, J. y Sandoval, G. Un Cristo Rapa Nui, Ki Jetu Oramai (Jesús resucitado). XI Congreso Eucarístico, Chile, 1980.
  7. Concilio Vaticano II, Constitución Conciliar Sacrosanctum Concilium sobre La Sagrada Liturgia, Roma, 1966.

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