«Preguntas entre académicos»: Artículo basado en Cursos de Formación para Académicos Pastoral UC.
Entre los cursos para académicos que semestralmente dicta la Dirección de Pastoral y cultura cristiana, el curso «¿qué significa ser persona?» indagó en este concepto que trae profundas consecuencias éticas en el trato a distintas realidades humanas. Por su parte, el curso «huellas de dios en el cine» ejemplificó a través de variados personajes de ficción, cómo el sufrimiento nos transforma, nos hace crecer en sabiduría y, en algunos casos, en santidad.
John Locke y sus seguidores definen «persona» como el sujeto que debe tener conciencia y ser capaz de decir «yo». Considerando las profundas consecuencias éticas que esto genera en torno a embriones, fetos, niños pequeños y enfermos en condiciones vegetativas, ¿dónde radica la dignidad humana?1
Mariano Crespo: John Locke es uno de los máximos representantes de un importante cambio que se produce en la antropología moderna. Este consiste en considerar que la cuestión de la identidad personal no es tanto la pregunta por la identidad del ser humano —como Boecio y los autores medievales consideraban—, sino por la identidad del yo. Lo que constituye la identidad personal es la conciencia.
De este modo, el término «persona» se convierte en un término funcional, un término que se aplica a algo solo en el caso de que tenga una capacidad, a saber, la conciencia. un razonamiento como este sostiene, pues, que hay determinados seres humanos que, por no poseer actualizada su conciencia, no merecen el nombre de personas. esto supondría, por tanto, que los hombres adquirirían la condición de persona en un determinado momento del tiempo y que, eventualmente, podrían perderla pasando a ser meros «seres humanos». Es lo que sucedería, por ejemplo, con aquellas personas que por estar en estado vegetativo permanente pierden la conciencia. Esta distinción entre «seres humanos» y «personas» está en la base de muchos de los debates bioéticos contemporáneos, no solo en el relativo al mal llamado «aborto terapéutico».
Los embriones y los enfermos en estado vegetativo permanente serían simples «seres humanos» y no «personas», ya que no disponen de conciencia. Los primeros aún no la han adquirido, mientras que los segundos la perdieron. su carácter no personal autorizaría, por ejemplo, a suprimir su vida. Frente a este tipo de visiones, conviene dejar claro que la persona no es el resultado de un cambio, de un desarrollo, sino que es aquello que se desarrolla. la continuidad de la persona no viene dada por la continuidad de la autoconciencia. En resumen, la pertenencia al género humano constituye el criterio para la condición de ser humano. esto justifica —como sostiene Robert Spaemann— que nunca se puede separar entre comienzo y fin de la existencia de la persona y comienzo y fin de la vida humana. En definitiva, aun siendo importante la autoconciencia, la dignidad de la persona humana tiene una raíz más profunda que nos autoriza a sostener que los que no son capaces de decir «yo» son personas.
Teilhard de Chardin especula sobre la «energía potencial» del sufrimiento compartido, incluso se pregunta si tendría el poder de avanzar la llegada del reino de Dios. pero a veces el sufrimiento parece ser una experiencia solitaria. ¿Hasta qué punto el sufrimiento es individual y en qué momento es posible compartirlo?2
Alberto Toutin: Películas que hemos visto —El concierto (2009), La habitación del hijo (2001), Little Miss Sunshine (2006)— especulan sobre el sufrimiento como un viaje a una tierra siempre inédita, desconocida, que irrumpe como si fuera la primera vez, implicando muy honda y diversamente a las personas que se ven alcanzadas por este sentimiento.
Hemos visto también en estas cintas de qué manera cada personaje declina el sufrimiento y lo atraviesa de modo original, único, en donde hay más zonas de silencio que de palabras, de preguntas que de respuestas. Es como si la persona que decide hacer la travesía del sufrimiento, por ese mismo gesto, se envuelve, de algún modo, en un círculo que la hace inaccesible, inalcanzable. Sin embargo, desde esta experiencia radicalmente personal, es posible hacer esta travesía con otros: la familia y los amigos, que se vuelven «salvavidas improvisados» que, con discreción y complicidad, están simplemente ahí. Compañía que se reconoce con mayor nitidez cuando el que sufre levanta cabeza, relee la travesía y se da cuenta de que tal y tal persona, con proximidad respetuosa, estuvieron siempre ahí. Además, el sufrimiento hace tomar conciencia de cuán hondamente estamos vinculados unos con otros, relaciones que sostienen y remueven profundamente nuestra propia vida.
De este modo, la experiencia del sufrimiento es radicalmente individual y, a la vez, con otros, tensión que se encuentra articulada en esa extraña bienaventuranza de Jesús, cuando declara felices a los que lloran, porque serán consolados (Mt 5, 4). No se trata de una declaración masoquista que favorecería el sufrimiento como causa de felicidad. es poner desde el inicio de esta situación aflictiva —por las causas que sean— un sentido que mueva a atravesarla, pues quien los consolará será Dios, a través de esa fortaleza interior que no se sabía que se tenía, en esos «salvavidas improvisados». Es lo que hace Jesús, el que pasó haciendo el bien, no queriendo el mal de nadie y haciéndose compañero compasivo de nuestros gozos y también de nuestros sufrimientos. Así Jesús es el Dios-con-nosotros.
Notas
- Pregunta de Marcela Bravo, investigadora adjunta del Departamento de Inmunología Clínica y Reumatología de la Facultad de Medicina UC | Doctora en Ciencias Biológicas por la Pontificia Universidad Católica de Chile | mbravo@med.puc.cl
- Pregunta de Penélope Knuth, profesora de la Facultad de Artes UC | Master of Music Performance de The Julliard School, New York | pknuth@uc.cl