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El Dorado Musical Jesuita: La Música como Encantamiento en la Evangelización Colonial Americana

Este artículo revisa y expone las ideas germinales y las fuentes de investigación musicológica que dieron origen a un proyecto de interpretación de obras musicales de autores jesuitas de los siglos XVI al XVIII. dichas obras estuvieron asociadas al proyecto evangelizador de la orden jesuita en los espacios coloniales americanos y nos muestran que desde sus orígenes el diálogo entre fe y cultura se desenvolvió en una trama simbólica compleja y más amplia que la del puro discurso de la palabra predicada y la razón teológica. Según el proyecto jesuita, la música y el canto eran el mejor camino para lo que se podría denominar la «colonización de las almas».

Música imaginaria para un auditor imaginario en un escenario imaginario

El título precedente no es una parodia del conocido poema de Nicanor Parra1. Pero tal vez en el imaginario subconsciente de alguno de los músicos (ver recuadro) que participamos en este proyecto sí resonaron las imágenes del texto parriano cuando estructuramos un programa de obras musicales que nos situaran en un recorrido por el escenario de la aventura misionera —real o imaginaria— de un jesuita del siglo XVIII, donde la música era, en el contexto de la utopía y la estrategia misional, una herramienta elocuente, persuasiva y «dulce». Su práctica en conjunción con el catecismo, el rito católico y la oración cotidiana facilitaban y hasta promovían lo que el historiador Fernando Mires (2006) ha denominado «la colonización de las almas»2.

Esta última idea es la que inspiró el título de la obra de interpretación musical, hasta cierto punto reconstructiva e inventiva, de la memoria musical del proyecto evangelizador jesuita durante el período colonial americano3. La idea conductora de nuestra propuesta fue reunir en el escenario cultural de la Iglesia de la Contrarreforma los ecos y destellos de la rica vida musical europea presentes en el imaginario de los misioneros jesuitas, muchos de los cuales vivieron y murieron muy lejos de sus tierras de origen. Otros nunca zarparon hacia la terra incognita, esa especie de territorio espiritual y material prometido, que se levantaba en los sueños aventureros de encendida mística—acaso también cargados de ambición e ímpetu guerrero— de varios miembros de la Compañía de Jesús. Los territorios de las colonias y sus pueblos se alzaban como el sueño posible de encontrarse  un día en una ciudad o territorio mítico, como El Dorado colombiano, la Ciudad de los Césares o Ciudad encantada de la Patagonia, o la Atlántida soñada por Colón antes de emprender su viaje hacia las Indias Occidentales.

El dorado cristiano

La producción de canciones, cantatas, sonatas, conciertos y óperas —por ese entonces parte de las prácticas musicales de los ambientes eclesiásticos europeos— nos permite hacer una recomposición de la escena estética y sonora vivida por muchos de los jesuitas que llegarían a desarrollar las misiones en tierras americanas y otras geografías distantes de Europa.

Siguiendo este ideario, el programa de obras registradas por el Estudio MusicAntigua UC muestra el movimiento infinito de la imaginación entre geografías y tiempos distintos, Europa y América, ayer y hoy. Esas circunvoluciones sonoras representan los ecos o resonancias del sueño utópico de Friedrich Spee von Langenfeld (1591–1635) en espera de una destinación a las misiones de Japón —que nunca llegó— o de las canciones catequéticas del padre Bernardo de Havestadt (1714-1781), inventadas y enseñadas —sin ser anotadas aún— en las misiones circulares en tierras mapuche, huilliche y chono del sur chileno. Estas últimas luego las recordaría y anotaría con armonizaciones «a la europea» en el colegio jesuita en Santiago de Chile, poco antes de la expulsión. Años más tarde, en 1777, serían publicadas en el retiro final, ya de regreso en su Alemania natal4.

Por otra parte, podemos considerar este repertorio musical como una traza de la utopía espiritual que acompañó a la aventura evangelizadora de los aborígenes, en territorios tan diversos y distantes como la Amazonía, Arauco, Japón o Chiloé. Así, el resultado sonoro de este repertorio de escrituras musicales hace aparecer una estimulante paradoja: se trata de música antigua que se escucha por vez primera, siguiendo más bien la huella de lo que estos misioneros habrían querido oír, pues cuan- do algunas de estas melodías fueron practicadas en las misiones era bajo la forma del canto llano, quizás rústicamente duplicado por algún instrumento melódico, como un violín o una flauta, o hasta acompañado improvisadamente por una guitarrilla, un arpa portátil o un salterio. El oficio y viaje del misionero no permitían más que eso.

En otros casos, como el de las misiones en Argentina o Bolivia5, contaban con grandes efectivos instrumentales, de ejecutantes y voces de coro6.

Asimismo, es posible que en el colegio jesuita de Santiago de Chile hayan tenido lugar producciones escénico musicales de corte moralizante o catequético, destinadas más bien a la formación espiritual de la clase criolla local. En ellas, el despliegue del aparato escénico y el montaje musical requería también efectivos de músicos con una formación al menos semiprofesional. Recientes hallazgos de ediciones con instructivos sobre retórica teatral y musical, y algunas obras de teatro musical sacro, dan cuenta de los alcances y la centralidad que tuvo la práctica musical dentro del proyecto evangelizador y formativo7 en cuanto a la práctica musical sistemática, tanto en los ambientes misionales como colegiales de la orden jesuita; contribuían a la difusión y apropiación de la fe católica8. 

Música como «propaganda de la fe»

Víctor Rondón apunta que uno de los logros más recientes sobre el conocimiento musical de la época moderna se enfoca en la práctica que desarrollaron los jesuitas en diversos continentes a partir de la aprobación de la orden en 1540: «Repertorios, instrumentos, prácticas, estéticas y discursos musicales fueron variadas entre los jesuitas dependiendo principalmente del origen de cada uno: españoles, portugueses, alemanes, flamencos, italianos, suizos y sardos fueron portadores de tales expresiones. Ellas no solo estaban destinadas a sus evangelizados, existiendo testimonios de tales prácticas aún en el espacio íntimo de los misioneros»9.

Estas relaciones complejas y multidireccionales caracterizan el desarrollo de los estilos musicales en los territorios americanos de la colonia y su relación con el proyecto misional de la Iglesia durante dicho período. Asimismo, ellas pueden ser elaboradas mediante un enfoque interpretativo que, desde una perspectiva contemporánea, recoja las tradiciones intentando una recreación o reconstrucción sonora, a partir de la conjugación de los registros anotados en partituras, de los instrumentos barrocos y de los conceptos de «retórica musical» y «propaganda fide»10.

Las obras que cierran el programa del registro son de autoría del jesuita Bernardo de Havestadt, procedentes de su cancionero Chilidúgú, quien recopila poéticamente su actividad misionera desarrollada en la Araucanía y que terminó publicando en Westfalia a fines del siglo XVIII, como se mencionó antes.

 

Este repertorio fue concebido en el contexto de una estrategia misional distinta alsistema de reducciones de indios adoptado en la zona amazónica del Paraguay y Bolivia. En Chiloé, por ejemplo, la actividad evangelizadora se realizaba mediante visitas a las comunidades radicadas en cada isla en peregrinajes periódicos, denominados «misiones circulares». Así, los grandes templos —como el de Achao, erigido entre 1730 y 1740—solo reunían a las comunidades con ocasión de determinadas fiestas del año litúrgico, por lo que el establecimiento en ella de un conjunto permanente o estable de músicos y con escuela de canto e instrumentos no era apropiado a las circunstancias.

Una red para la pesca de almas: prácticas musicales como diálogo entre fe, razón y cultura

El teatro musical sacro fue uno de los medios que utilizaron los jesuitas para llevar a cabo su proyecto evangelizador. Las imágenes corresponden a páginas de libros publicados por ellos con este fin.

Ejemplos como el del proyecto evangelizador —hasta cierto punto utópico—de la orden jesuita en los espacios coloniales americanos nos muestran que desde sus orígenes el diálogo entre fe y cultura se desenvolvió en una trama simbólica compleja y más amplia que la del puro discurso de la palabra y la razón. Según el proyecto jesuita, la música y el canto eran el mejor camino para la «dulce colonización de las almas»11.

El resultado material de este proyecto—un grupo de obras musicales registradas en un soporte fonográfico digital— contribuye a profundizar en el conocimiento del amplio patrimonio musical americano, más

particularmente, en el surgido en el contexto socio-histórico de las misiones de la orden jesuita en América, que como eje central tuvo en sus orígenes la manifestación musical de los sentimientos y prácticas religiosas propias de la nueva fe de las comunidades. Esto ha persistido en distintos contextos geopolíticos americanos, por medio de la integración a una cosmovisión que arraiga su identidad en las prácticas de la religiosidad cotidiana y las festividades populares del calendario litúrgico.

La restitución de este repertorio musical a la memoria del imaginario colectivo constituye un aporte al diálogo entre fe y cultura, en cuanto permite ampliar la comprensión del fenómeno evangelizador en los albores de las sociedades «mestizas» americanas y su proyección a los usos, costumbres y prácticas de difusión de la fe católica, en la compleja y variada trama de las culturas locales.

Así, al observar en clave histórica las tradiciones musicales vigentes en la devoción católica de los pueblos americanos quizás podamos avanzar en la comprensión de los propósitos que declaraba el «misionero circular» Havestadt con su cancionero Chilidúgú: «red para coger por medio de ella las almas».

 

Notas

  1. Parra, Nicanor. El hombre imaginario. Hojas de Parra. ganímedes, Santiago, 1985.
  2. Mires, Fernando. La colonización de las almas. Misión y conquista en Hispanoamérica. Libros de la Araucaria, buenos Aires, 2006.
  3. Candia, Sergio. La música antigua del siglo XX: un caso de memoria inventiva, Revista Resonancias, no 4, Santiago, 1999.
  4. Rondón, Víctor. 19 canciones misionales en mapudúngún contenidas en el Chilidúgú (1777) del misionero jesuita, en la Araucanía, bernardo de Havestadt (1714-1781). Ed. Revista Musical Chilena y FONDARt, Santiago, 1997.
  5. Waisman, Leonardo. Sus voces no son tan puras como las nuestras: la ejecución de la música de las misiones. Revista Resonancias, n°4, Santiago, 1999.
  6. Illary, bernardo. De los órganos misionales de Chiquitos y su relevancia para la práctica musical. Revista Resonancias, no 4, Santiago, 1999.
  7. A los interesados en este tema, les recomendamos visitar el sitio www.elcobijoenlacolina.com de Víctor Rondón. En la sección «Mis publicaciones» pueden bajarse los estudios sobre teatro colegial jesuita en documentos en formato pdf.
  8. Vera, Alejandro y Rondón, Víctor. A propósito de nuevos sonidos para nuevos reinos: prescripciones y prácticas músico-rituales en el área surandina colonial. Latin American Music Review, vol. 29, no2, 2008.
  9. Rondón, Víctor. Notas al programa de concierto del Estudio MusicAntigua UC: El Dorado musical jesuita. La música como encantamiento en la utopía misional americana. XII Ciclo Música Antigua-Universidad Católica, Centro gabriela Mistral, octubre de 2010.
  10. Rondón, Víctor. Op. cit, 1997.
  11. Mires, Fernando. Op. cit.

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