Julia Sequeida

Profesora de la Facultad de Educación UC

jsequied@uc.cl

Hortensia Morales

Profesora de la Facultad de Ciencias U. de Chile

hmorales@uchile.cl

Revista

¡Compártelo!

El Legado Pedagógico de Tres Escritores Conversos

C. S. Lewis, K. Chesterton y G. Greene, utilizaron una vasta gama de recursos artísticos para comunicar lo que produjo la presencia de Jesús en sus vidas. Obras como Crónicas de Narnia, El poder y la gloria y El hombre que fue jueves constituyen ejemplos literarios en que los autores plasmaron sus respectivas concepciones religiosas y les significó ser testigos de la fe.

La experiencia de otros puede constituir un hermoso y fuerte respaldo en la búsqueda personal. En este contexto, tres escritores de renombre mundial, Gilbert Keith Chesterton (1874 – 1936), Clive Staples Lewis (1898 – 1963) y Henry Graham Greene (1904 – 1991), legaron la sabiduría construida en la transformación espiritual que cambió sus vidas. En sus autobiografías y obras literarias han plasmado la forma que adquirió en cada uno de ellos el proceso de «llegar a unirse a Dios en forma más estrecha cada vez, siendo guiado por el Espíritu Santo», tal como lo planteara San Agustín.

De esta forma, los lectores recorren los caminos de los personajes, quienes buscan alguna salida a sus conflictos para alcanzar la salvación, como ocurre en El poder y LA GLORIA (1940), en CRÓNICAS de NARNIA (1949 a 1954), y en El hombre que fue jueves (1908).

«Los autores transitaron un complejo camino de búsqueda, impregnado de alegrías y dolor […] Comprendieron que la conversión es un acto interior de una especial profundidad, en el que el hombre no puede ser sustituido por los otros, no puede hacerse reemplazar por la comunidad».

Los autores declarados conversos transitaron un complejo camino de búsqueda, impregnado de incertidumbres, alegrías y dolor, hasta que encontraron la posibilidad de volverse a Dios. Comprendieron que la conversión «es un acto interior de una especial profundidad, en el que el hombre no puede ser sustituido por los otros, no puede hacerse reemplazar por la comunidad» (Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 20, 1979).

En esta nueva investidura utilizaron los talentos literarios para plasmar tal experiencia en sus obras, guiados por el sincero propósito de ayudar a otros a encontrar el camino hacia la conversión. No perseguían el afán de persuadir a los lectores, sino que, muy por el contrario, quisieron acompañarlos, mostrándoles los itinerarios que construyeron con esmero en medio, muchas veces, de las incomprensiones y rechazos de contextos socioculturales adversos.

A pesar de las diferencias culturales, historias de vida, modos de asumir la producción literaria y rasgos de personalidad, es factible reconocer en las creaciones literarias de Chesterton, Lewis y Greene lo que significó la aceptación de Jesús en sus vidas y cómo decidieron compartir sus experiencias con los lectores.

Hacia una pedagogía de la esperanza

Los relatos literarios conforman una compañía a través de los personajes, quienes, en la vivencia de sus conflictos van descubriendo asombrados la novedad que ha ocurrido en ellos. En el diálogo fecundo, lector y personajes se interrogan y se comprenden empáticamente, como ocurre con Sarah Miles, quien en medio de la angustia descubre la esperanza, en El fin de la aventura (1951), de Graham Greene. Ante la súbita muerte de su amante en medio de un derrumbe provocado por el estallido de una bomba, Sarah, al tocar la mano inerte de Maurice Bendrix, comprende que ha fallecido. No puede soportar la tragedia de la pérdida y huye de casa. En la angustia, solo haya consuelo en la oración, cuestión compleja para quien se había declarado atea durante toda su vida. Sin saber que su oración había sido escuchada y que se abriría una nueva oportunidad para ella, decide afrontar la situación y vuelve. Maurice, el amado, llega un rato después y la encuentra rezando. No hace notar su impacto ante el repentino cambio y sigue la relación afectiva. Sarah reacciona y decide apartarse y reconstruir su matrimonio, dejando de lado la consumación de la profunda pasión que siente por Maurice. ¿Qué ha ocurrido? Esto es develado solo después de la muerte de Sarah. En su diario ha dejado el testimonio de su conversión. A causa de la supuesta muerte de Maurice, le ruega al Señor que se produzca un milagro. Es su primera oración. Al rogar por la vida de su amado, promete modificar su compor- tamiento y volver arrepentida con quien se había comprometido. Este momento es conmovedor por el profundo remecimiento de la protagonista. Su corazón se maravilla frente a la infinita gratuidad de la Gracia del Señor.

Para Graham Greene no basta con la conversión, él deja muy claro que la protagonista se ha salvado. La redención es el tema que lo mueve a analizar, cuestionar y buscar una explicación ontológica a lo largo de toda su producción literaria. El escrutamiento del corazón humano está presente  al modo de un profundo examen de conciencia, pero no solo de los personajes, sino que en gran medida de sí mismo. En este proceso de revisión interna, hace uso de su gran capacidad analítica, al modo de un detective que busca, en los escondrijos del corazón, las razones de la culpa, de la traición y de la propia persecución. Si bien Greene no podría ser catalogado como un escritor de vanguardia o experimental, sí utilizó recursos cinematográficos para fijar imágenes visuales que permitieran al lector explorar en las contradicciones humanas, amor y odio, paz y fuerza brutal, espiritualidad y sensualidad, desesperación y redención. Al modo de pares opuestos, Greene también llegó a aceptar con humildad la radicalidad del cambio a través de lo que persiguió para la mayoría de sus persona- jes, la redención a través de la Gracia, no en vano el protagonista de El poder y la gloria, declara con esperanza en su salvación: «Como el santo no es aceptado en este mundo, el pecador ha de ser testigo de lo divino en la tierra».

(Los escritores) «acompañan al lector en la búsqueda de respuestas a sus propias incertidumbres […] El lector descubrirá la alegría y la esperanza de saberse unido al Padre, de un modo semejante al descubrimiento que realizaron los escritores conversos mencionados».

Por su parte, la extensa obra de C.S. Lewis está sustentada en los múltiples intentos de resolver las inquietudes sobre la trascendencia que sintió desde su infancia. No fue fácil descubrir, en medio del dolor producido por la pérdida de su madre, de su hermano y, posteriormente, de su esposa, el sentido de la vida. Sin alcanzar la claridad sobre sus emociones pasó largos años entre la angustia y la alegría. Se refugió en el estudio de la filosofía, de la literatura clásica y la mitología, sin encontrar la respuesta ansiada. La gran amistad con Tolkien —quien lo conduciría al Cristianismo— le sirvió de consuelo y de compañía solidaria, necesaria para enfrentar sus temores e inquietudes. La nueva mirada de su vida, transformada por su acercamiento a la religión cristiana, la plasmó en obras como El problema del dolor (1940), Cartas del diablo a su sobrino (1942), Crónicas de Narnia (1949), y Mero cristianismo y Cristianismo esencial (1952), además de las reflexiones que expuso en su autobiografía (1955).

Acorde a los cambios experimentados en su extenso proceso de crecimiento y superación, en Lewis fue quedando patente la profunda necesidad de difundir su expe- riencia de fe, y desarrolló lo que se podría denominar una pedagogía de la esperanza. Al asumir este desafío declaró: «Si la felicidad de la criatura reside en la auto-renuncia, nadie sino uno mismo, aunque ayudado quizá por muchos otros —ayuda que  se puede rechazar—, podrá llevar a cabo el abandono de sí. Daría cualquier cosa por la posibilidad de decir “todos serán salvados”; pero mi razón replica: “¿Con su consentimiento o sin él?”. Si digo: “sin él”, percibo inmediatamente la contradicción: “¿Cómo puede ser involuntario el supremo acto voluntario de entregarse?”. Si respondo: “con mi consentimiento”, mi razón arguye: “¿Cómo es posible si no quieren entregarse?”»[1]. Este hermoso monólogo encierra aspectos esenciales de las interrogantes que cualquier persona  podría  plantearse  en torno a la relación con Dios.

Ante la magnitud de las preguntas sobre la trascendencia, Lewis colaboró con los lectores a través del uso de la fantasía. Según sus postulados, el relato maravilloso puede ser interrogado, cuestionado y reelaborado a través de la confrontación con el mundo cultural del lector. La integración de mitos con la fantasía y el regreso a cosmovisiones tradicionales cumple con la misión educativa de Lewis, más allá de la creación de una poética propia. Entiende la necesidad de recrear la belleza por un profundo respeto hacia el lector, aunque persigue a través de la construcción literaria, elaborar una explicación comprensible de la existencia del mal y la salvación por medio del amor trascendente. Así, por ejemplo, en Crónicas de Narnia, la cuestión central está marcada por la pregunta: ¿Por qué Dios? El lector está invitado a indagar acerca del significado que encierran los personajes de esa historia, tal como lo propuso Lewis: «Supongan que hubiese un mundo como Narnia y que tuviese necesidad de ser salvado, y que el Hijo de Dios fuese a redimirlo, del modo que vino a redimir el nuestro, ¿cómo podría haber ocurrido todo en aquel mundo?». Interesante desafío que no se resuelve en el texto, sino que en la mente y en el corazón del lector. De esta forma, el relato se constituye en una forma de diálogo didáctico, que provoca con la lectura un acompañamiento solidario, preparando al lector a confrontarse con su propia experiencia religiosa y así derribar los mitos, prejuicios y limitaciones sociales que le impiden ser un cristiano real.

Gilbert Keith Chesterton es uno de los grandes pensadores y apologistas del Cristianismo e impulsor de varias conversiones al catolicismo. Constituye uno de los ejemplos humanos excelsos en el contexto de la literatura de conversión católica. En su prolífica producción literaria reflejó su particular modo de afrontar los dilemas de la religiosidad.

Develó su conversión como un proceso muy humano, en el que hubo rebeliones y búsquedas incansables. No fue fácil que comprendiera el llamado al cual estaba convocado, aunque con la ayuda de su esposa y de su entrañable amigo Hillary Belloc asumió la misión de ser defensor del Cristianismo en una época de gran escepticismo. Famosos son sus ensayos: Por qué soy católico y Por qué me convertí al catolicismo. En estos destacó: «La dificultad de explicar “por qué soy católico” radica en el hecho de que exis- ten diez mil razones para ello, aunque todas acaban resumiéndose en una sola: que la religión católica es verdadera»[2]. Y su defensa de la Iglesia Católica se basó en la certeza de que «no hay ningún otro caso de una continua institución inteligente que haya estado pensando durante dos mil años. Su experiencia naturalmente cubre casi todas las experiencias y, especialmente, casi todos los errores. El resultado es un mapa en el que todos los callejones ciegos y malos caminos están claramente marcados, todos han demostrado no valer la pena por la mejor de las evidencias; la evidencia de aquellos que los han recorrido»[3].

El punto detonante de su itinerario religioso fue la concepción en torno a la filiación con Dios. El aceptar la verdadera naturaleza de ser hijo de Dios cambió radicalmente su forma de pensar y sus teorías acerca del origen del hombre, con lo cual inició un diálogo con la realidad sociocultural de su época de carácter constructivo y esperanzador. En esta nueva dialéctica se propuso contribuir a la formación de los lectores, entablando a través de sus obras una profunda conversación consigo mismo, como si él representara al lector que se cuestiona cómo puede llegar a la fe. Lo esencial de esta proposi- ción literario-pedagógica radica en lo que él destacó como el eje del Cristianismo, «que significa no detenerse en la falta de perfección, sino que poner de relieve a la persona potencialmente perfectible a través de la acción de la Gracia»[4]. Esta postura facilitó la trasmisión de lo que ha- bía sido el mayor tesoro de su revelación: ser criatura significa entregarse a Dios. En suma, Chesterton asimiló la fe como la piedra angular de su vida cristiana. No pudo concebir la vida sin fe, a tal punto que llegó a declarar que «cuando perdemos la fe, perdemos también la razón»[5].

Finalmente es posible preguntarse por qué Greene, Lewis y Chesterton, y qué tienen en común. Ellos constituyen una invitación y un desafío: son anfitriones que acompañan al lector en la búsqueda de respuestas a sus propias incertidumbres, desesperanzas y contradicciones. Y, al intentar crear las respuestas a las interrogantes anteriores, el lector descubrirá la alegría y la esperanza de saberse unido al Padre, de un modo semejante al descubrimiento que realizaron los escritores conversos mencionados.

Notas

[1] Ob. Cit. 2, p. 178.

[2]CHESTERTON, G: Por qué me convertí al catolicismo. En: http://www.aciprensa.com/vejemplares/chesterton.htm

[3] CHESTERTON, G: Por qué me convertí al catolicismo. En: http://www.aciprensa.com/vejemplares/chesterton.htm

[4] CHESTERTON, G. (1998). Ortodoxia. Ed Porrúa. México, p. 38

[5] Ob.cit10, p. 89

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Artículos relacionados

Contáctanos

Déjanos tus datos y luego nos pondremos en contacto contigo para resolver tus dudas.

Publica aquí

Te invitamos a ser un generador de contenido de nuestra revista. Si tienes un tema en que dialoguen la fe y la razón-cultura, ¡déjanos tus datos y nos pondremos en contacto!

Suscríbete

Si quieres recibir un mail periódico con los contenidos y novedades de la Revista déjanos tus datos.