El Legado Teológico del Papa de la Razón
La vieja, y siempre actual, pregunta por la relación entre razón y fe, es un aspecto teológico muy significativo que ha acompañado a Joseph Ratzinger desde cuando era profesor universitario hasta estos últimos años en que ha servido a la Iglesia como Obispo de Roma. Benedicto XVI podría pasar a la historia como «el Papa de la razón», por el amplio espacio que ha dado en su magisterio a reflexionar sobre la mutua necesidad de la razón y de la fe. Pero ¿cómo entiende esta relación entre fe y razón? Si las verdades de la fe estuviesen sencillamente más allá de la razón, entonces la razón será ajena a la fe. O, por el contrario, si la fe solo pudiera existir dentro de los límites que una razón autónoma le impone, entonces, la fe se volvería superflua, y así nada podría aportar a la vida humana: el papa Benedicto no comprende la razón y la fe como dos predios colindantes, en que si uno crece, el otro debe disminuir. Es decir, la fe y la razón no son una ecuación de suma cero. La fe no solo debe valerse de la razón solo mientras ella la acompañe, sino que debe intentar un diálogo que «reforma» la propia manera de pensar a la luz de la revelación.
La novedad de un Dios que sale al encuentro del ser humano y actúa en la historia, sin duda, exige repensar muchas de nuestras convicciones filosóficas; es lo que ocurrió en el encuentro entre la revelación bíblica y la filosofía griega. El impacto que provoca la encarnación exige ensanchar los límites de la razón para acoger esa novedad que se ha revelado. Por ello, el creyente, que quiere ser intelectualmente responsable, está llamado a repensar sus propias convicciones filosóficas, para volverse capaz de acoger responsablemente la nueva realidad que se le ha hecho accesible por medio de la revelación.
Se trata de la fecunda invitación del papa Benedicto: «A ampliar el concepto y el uso de la razón» (Discurso en Regensburg, 12 septiembre de 2006). De este modo, la crucial pregunta acerca de qué es posible y qué es imposible no se responde desde una razón autónoma, que cierra las puertas a una verdadera novedad, ni tampoco desde una fe autónoma que puede caer en el fundamentalismo. La respuesta se da en el diálogo nunca acabado entre una fe que es capaz de ampliar la razón, porque le muestra que los límites de lo posible son más amplios de lo que se esperaba, y una razón que purifica a la fe, porque le recuerda que lo irracional no es digno de fe. La fe y la razón se necesitan mutuamente, de otro modo ambas caen en sus propias «patologías». La razón sin la apertura a la fe se vuelve autónoma y reduce la realidad a lo controlable por su propia racionalidad; la fe que no está en diálogo con la razón se vuelve fanatismo, fundamentalismo y superstición. Por ello, para la sociedad es tan grave una crisis de fe como una crisis de razón.
De este modo, la razón no se debe percibir como adversaria o contraparte de la fe, sino como su aliada. En este diálogo, se purifica la fe y se amplía la razón. Es decir, este diálogo permite clarificar lo que verdaderamente pertenece a la fe y cuáles son las verdaderas exigencias de la razón. Este programa de «la ampliación de la razón», tal vez, será uno de los grandes legados de la teología del papa Benedicto XVI. Se trata de un legado fundamental, pues solo una fe que se vale de una razón abierta a la novedad del misterio de Dios es digna del hombre y, en definitiva, es adecuada para que, verdadera y responsablemente, por medio de la revelación, podamos escuchar a Dios.
*Textos completos en el compilado Discursos de S. S. Benedicto XVI a los profesores y estudiantes, Mauricio Correa, 2013. Disponible en www.pastoraluc.cl/dialogos