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El alma de nuestras estructuras: Un lugar para recuerdos, desafíos y ensoñaciones

Se decía que fueron calabozos, que era un granero o bodega de la casa de campo, que en él habitaba el espíritu de un antiguo estudiante de arquitectura; que como añosas caballerizas, a veces se escuchaban los cascos de algún caballo o un insípido relincho. En fin, su nombre institucional, «el túnel», no le hacía honor a todos los programas de uso y las ensoñaciones del que era precedido.

Es a todas luces un bello interior, con una dignidad representada en su tamaño muy largo (cuarenta metros) y angosto (no más de seis), dividido en dos al centro, con un leve desnivel de diez centímetros en el acceso.

Su oscuridad y profundidad, lo hermético de su espacialidad; que aunque casi hipóstila, parece más bien una caja muy alargada a la que se entra por una sola abertura, no por sus extremos, sino que por el medio: el único lugar para la gratuidad de una tenue luz natural. Sus pilares de añosa madera, con un sutil diálogo entre pino oregón y roble, transforman una fría atmósfera en cálido ámbito, que vuelve ameno al encierro organizado.

Claramente su fineza está plasmada en estos detalles de arquitectura. Y así como resulta curioso y atractivo su interior, desde el exterior no tiene real presencia, desaparece rodeado de pequeñas habitaciones. Sin duda su condición extraordinariamente única para realizar docencia tiene una carga de emotivo significado, como túnel que solo se atraviesa transversalmente, y por ser un ámbito donde se llevan a cabo los exámenes de Taller, lo que constituye una dificultad para él, que recorre a la disciplina en la comprensión de sus saberes y que hay que poder atravesar para seguir en la senda.

Por último, si consideramos a su eje mayor una proyección inútil para un túnel, configura una cruz de circulaciones en planta, donde su vector más corto abierto al exterior permite la construcción de un ritual al atravesarlo, ya que atento uno baja la mirada para no tropezar ante el desnivel mínimo en el acceso. Uno se recoge por instinto con el fin de cuidar y mantener la marcha. Lo anterior supone una conducta que trae consigo una postura humilde de transeúnte prudente, que reconoce en la ausencia de luz y el bajo nivel un cambio, el paso de una dimensión de campus a otra, la de la reflexión reservada y silenciosa de patio contenido a la del espacio del recreo. Eso nos permite el cruce de este túnel, una aproximación vívida a la complejidad de la Arquitectura y a los diálogos en torno a su plasticidad y variedad, en la casona de Lo Contador.

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