Según la narradora alemana Gertrud Von Le Fort, inserta en la tradición romántica que tuvo una intensa recepción en la lírica chilena del siglo XX, los poetas tienen una misión evangelizadora. Aunque con el tiempo ha disminuido el fervor religioso de los autores, la imagen del poeta como sacerdote, profeta y descifrador de los secretos del mundo y del hombre sigue provocando reacciones contradictorias.
La escritora, ensayista y poetisa alemana Gertrud von le Fort (1876-1971), quien forma parte de la renovación literaria católica europea, se identifica como una poeta de la misericordia amorosa de Dios, que comprende y cubre todo en un gesto maternal. La literatura, según su convicción, «no pretende un reconocimiento moral, sino un corazón estremecido». Así lo asegura en el prólogo del tomo de ensayos De la paradoja del cristianismo de Graham Greene. La literatura es para Le Fort una especie de amor comprensivo y misericordioso que quiere estremecer y cambiar el corazón del lector/auditor: «[El poeta] aparece aquí como locutor de un coro mudo, él recoge la nostalgia de los sin voz, los quejidos de la naturaleza y de las almas humanas, cualquier voz le puede ser confiada, pero en el recogimiento de lo que le es confiado él se completa y se realiza a sí mismo. Literatura es entonces, si usted quiere, una forma de amar».
«En lo más profundo la poeta percibe su creación literaria como una misión divina. A pesar de que en sus Esbozos autobiográficos II estaba familiarizada con la literatura y compuso poemas desde la tierna infancia, su vocación poética tuvo un desarrollo lento. Recién […] en 1926 Le Fort reconoció en su literatura una misión y se entregó a ella».
Para G. von le Fort, la literatura no es expresión de su personalidad ni del tiempo del poeta, como pensaban los artistas expresionistas, ni una construcción orgullosa de nuevos mundos literarios, como se piensa hoy generalmente, sino «mucho más: redención del tiempo, intento de la restauración del paraíso en la obra de arte» (Focke, Alfred. Gertrud von le Fort. Gesamtschau und Grundlagen ihrer Dichtung). La literatura lleva al poeta, según su breve ensayo Sobre la novela histórica, a un «espacio donde reina sobre el tiempo y no éste sobre él». De esta forma, la literatura supera el tiempo en la medida en que forma parte de la eternidad de Dios. Al mismo tiempo, la literatura enraizada en la eternidad se revela como la única capaz de hacerle frente al tiempo, pues en el arte perdura no lo demasiado contingente, sino, al contrario, lo atemporal. Esta literatura redentora para Le Fort es un acto de amor. «Poetizar significa para ella: arriesgar lo máximo en la confianza de la entrega previa del amor divino» (Eugen Biser, en Die Geschichte der ewigen Liebe, 1976).
Una misión divina
La motivación de esta entrega amorosa no proviene, según G. von le Fort, del propio interior del poeta, no es su voluntad, sino depende de las cosas, del tiempo y de la materia que llaman al poeta. «Este llamado, si ocurre, creo que nunca es casual. El poeta, ante todo en lo inconsciente y sin intención, depende de su tiempo y sus exigencias» (Woran ich glaube, de G. von le Fort). Por eso, ella no cree posible decir «que quiso esto o aquello, sino solo puede decir a posteriori que [ella] ha debido esto o aquello».
En lo más profundo la poeta percibe su creación literaria como una misión divina. A pesar de que en sus Esbozos autobiográficos II estaba familiarizada con la literatura y compuso poemas desde la tierna infancia, su vocación poética tuvo un desarrollo lento. Recién cuando sus Himnos a la iglesia fueron publicados en 1926 y encontraron el aplauso del poeta francés Paul Claudel, Le Fort reconoció en su literatura una misión y se entregó a ella. El hecho de que esta misión tenía un origen divino se ilustra muy claramente en su poema Alabanza de la musa, pues ahí denomina a la musa «hermana de la alta Sibila» que «anuncia la irrupción de la gracia» y, como «profetisa noble y humilde», al igual que «una redimida», que corre al encuentro de «la verdad» de «toda la creación» destinada a la «transfiguración».
Varios críticos literarios destacan la clara conciencia lefortiana de incluir un elemento profético en su creación. Lore Berger, por ejemplo, ve en ella una verdadera poetisa porque la considera «capaz de miradas proféticas» y menciona, en este contexto, la visión poco convencional de la Iglesia en los Himnos, pues profecía es, para Berger, «nada más que un captar en profundidad, o sea, un ser captado, pues la musa a menudo coge de sorpresa al poeta asustándolo fuertemente». Para Mathilde Hoechstetter, Le Fort es una poetisa profética porque «sondea el presente respectivo en sus profundidades y encuentra, así, lo válido para todos los tiempos». Las llamas, las cenizas y el humo con los cuales G. von le Fort termina en 1937 su narración sobre la Guerra de los Treinta Años, son, según Hoechstetter, una forma de expresar plástica y anticipadamente la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial.
De esta forma, la literatura adquiere claramente un carácter misionero que G. von le Fort recalca también en su ensayo La eterna mujer: «El gran arte occidental jamás será separable de la gran dogmática cristiana-católica y, en sus apariencias intemporales es, incluso, su sacerdotisa vicaria». El arte se comprende aquí como un servicio desinteresado y humilde al dogma católico —lo que no excluye, por ningún motivo, una libre creación artística—, es decir, asume la actitud de María, la actitud femenina de la entrega. En la actitud de la virgen orante encuentra el arte lefortiano su máxima expresión simbólica, pues, según su convicción más profunda, «la literatura también puede ser oración».
El romanticismo de Gertrud
La obra literaria de Gertrud von le Fort debe ser analizada en la tradición de la época literaria del Romanticismo y de lo romántico. Según la clásica definición de Novalis, se romantiza cuando se da un alto sentido a lo ordinario, dignidad a lo desconocido y apariencia infinita a lo finito. Para comprender mejor la pertenencia de la obra literaria lefortiana a la tradición romántica o, como diría el filósofo y escritor alemán Rüdiger Safranski, a lo romántico del siglo XX, el Romanticismo mantiene «una relación subterránea con la religión. Pertenece a esos movimientos de búsqueda que, durante doscientos años de perseverancia, quisieron contraponer alguna cosa al mundo desencantado de la secularización», convirtiéndose así en «una continuación de la religión con medios estéticos».
Para destacar mejor aún esta inserción de Le Fort en la tradición de lo romántico, conviene comparar su imagen del poeta con la de su admirado colega Joseph von Eichendorff, con quien Gertrud comparte no solamente un fuerte apego a la naturaleza sino también un concepto parecido de la historia como «una misteriosa escritura jeroglífica» (Arno Schilson en Romantische Religiosität). Luego les une un gran amor a la ciudad de Heidelberg: Eichendorff se considera parte del romanticismo heidelbergiano y el escenario de la novela lefortiana mejor lograda, La corona de los ángeles (1946), es justamente Heidelberg. Además comparten una firme fe católica que, entre otras cosas, se expresa tanto en su «fuerte nostalgia hacia lo infinito, elevado, objetivo, eterno y divino, Dios», como en su «aspiración a la síntesis (…) entre el reino de la razón y el mundo de los sentimientos, entre lo consciente e inconsciente, naturaleza y espíritu, (…) persona y comunidad, (…) lo finito e infinito, el mundo del más acá y el del más allá», (Kluckhohn, Paul. Das Ideengut der deutschen Romantik). Finalmente, los une la lucha romántica tardía por «los últimos dos grandes y obligatorios bienes de la humanidad, la religión y la patria», como señala en sus Esbozos autobiográficos.
Literatura como transfiguración
«El arte se comprende aquí como un servicio desinteresado y humilde al dogma católico. Asume la actitud de María de la entrega […] En la actitud de la virgen orante encuentra el arte lefortiano su máxima expresión simbólica, pues, según su convicción más profunda, la literatura también puede ser oración».
Según se lee en el prólogo Fuentes protegidas del tomo Gertrud von le Fort. Obra e importancia, la literatura «nunca tiene que ver con copias de la realidad, sino más bien con su transformación. En otras palabras, en el caso de sus figuras literarias no se trata de retratos, sino de tipos». Aquí habla claramente un espíritu que rechaza la reproducción de la pura realidad, es decir, una realidad percibida únicamente por la razón crítica que se muestra ciega para la misteriosa profundidad del mundo. En este contexto, el teólogo Eugen Biser hace hincapié en el hecho de que «en contra del conocimiento puramente intelectual del pensamiento se impuso en Gertrud von le Fort paulatinamente la forma poética del conocimiento».
Para ella solamente el poeta está bendecido por Dios para penetrar en la realidad percibida en la tradición romántica como profunda y misteriosa. Le Fort se apropia, según Eugen Biser, del concepto fundamental romántico de la literatura, tal como Novalis lo manifiesta en sus Himnos a la noche cuando sostiene que poetizar es «un traducir en un sentido elemental de la palabra, que todo lo que fuera tocado por el rayo de la palabra poética sería trasladado, por caminos secretos y misteriosos, de la región de lo cambiable y perecedero al reino de lo invariablemente válido y duradero».
Ahora bien, el proceso de transfiguración ya indica claramente que la literatura lefortiana no es autónoma, sino teónoma, la que por ningún motivo excluye la libertad de los hijos de Dios, pues con Paul Claudel ella acepta para sí la sentencia de Kienecker: «Libertad de seres finitos consiste en la vinculación al máximo valor reconocido». Sin embargo, esta libre elección del poeta de ponerse bajo la ley de Cristo no le quita su libertad creativa, pues la literatura «no es una propaganda de cualquier tipo de ideas, incluso ni de aquellas que el poeta aprecia. Ella tiene su propia ley, y no nace de la reflexión ni de la voluntad, sino del inconsciente» (Esbozos autobiográficos). Para Le Fort la literatura no se trata de propaganda a favor de dogmas y leyes morales católicos, sino que quiere comprender lo terrenal en forma espiritual, descubrir lo cristiano en lo natural. En este sentido, en su ensayo De la esencia de la literatura cristiana, cree percibir en la naturaleza de lo poético mismo una «tierna y misteriosa inclinación hacia lo cristiano, parecida a aquella que los teólogos sostienen del alma humana cuando hablan de una anima christiana naturaliter», como ella misma plantea en su obra Woran ich glaube.
Para Gertrud los poetas se interesan ante todo por las figuras fracasadas y trágicas, lo que significa que «desde la perspectiva de Dios los hombres del puro éxito y el mundo de la pura justicia y recompensa no cuentan y que la misericordia salvífica fue elevada al trono» (Woran ich glaube).
Amor, redención y anunciación
Le Fort, fiel a la tradición romántica, pretende una verdad extrasensorial, trascendental, una penetración en la profundidad misteriosa del mundo y convierte su literatura en maravillosa, mística y simbólica. El hombre y el mundo no se relacionan solamente con Dios sino, dicho más exactamente, con Cristo. «Lo que el mundo es, le llega al hombre a través de Cristo y debe ser penetrado en dirección a Cristo», asegura el crítico alemán Hajo Jappe en Gertrud von le Fort. Das erzählende Werk. Esta relación del mundo y del hombre con la persona de Cristo está presente en la obra lefortiana en forma muy evidente. Basta con recordar a las figuras de Starossow y Enzio, quienes en La corona de los ángeles no temen ni odian tanto a Dios, quien es para ellos solamente un concepto abstracto, sino que temen más bien a la figura concreta de Cristo que les exige cosas determinadas.
De esta forma, G. von le Fort comparte con Eichendorff la transparencia del mundo sensorial hacia uno totalmente diferente del espíritu y de lo sobrenatural que también es comprensible. Todo lo terrenal y sensorial puede, así, convertirse en signo de lo sobrenatural y extrasensorial. El fenómeno de Cristo significa para Le Fort la elevación al trono de la misericordia salvífica de Dios y con eso también «la comprensión amorosa de lo que impulsa al hombre hacia el pecado (…) La ley suave y severa del salvador: «no juzguéis» es también el mandamiento inserto en el origen de cada verdadera poesía. La musa no condena a nadie, ella solamente acompaña al culpable en las consecuencias de su acción. El punto central de cada creación literaria no es la condena moral, sino el estremecimiento espiritual».