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Habitantes de la Memoria

 

Mientras esperaba en el aeropuerto el vuelo que me llevaría  de  Copenhague, la capital de Dinamarca, a Aarhus, una ciudad universitaria considerada una de las megápolis más pequeñas del mundo, intentaba descifrar los rostros de los daneses que me rodeaban. Quería descubrir sonrisas permanentes y manifestaciones espontáneas de alegría. Sin embargo, sólo encontré pasajeros en tránsito de rostros cansados y aburridos como el mío, esperando su avión.

Había leído que Dinamarca es el país con el mayor índice de felicidad en el mundo y esperaba que se manifestara de alguna forma. Me intrigaba saber qué es lo que los hace felices y en qué se nota esa felicidad. Desde que llegué a este país he estado buscando esas respuestas. Sin entrar en un análisis sobre la fidelidad de estos índices ni menos en un debate aristotélico ni hegeliano, con el correr de los meses he logrado aproximarme a cómo entienden la felicidad los daneses y de qué forma esa concepción moldea su cotidianeidad.

Un primer aspecto tiene que ver con la incertidumbre. No podría decir que la incfeliertidumbre siempre conduce a la infelicidad; sin duda, hay incertidumbres gratas o al menos con una cuota de adrenalina, como el final de un partido de fútbol o la respuesta a una invitación a salir. Pero otras incertidumbres pueden ser verdaderas pesadillas: «¿Podré operar a mi hijo?», «¿Tendré los recursos para darle una buena educación?».

El estado de bienestar en Dinamarca que provee de educación y salud gratuita a un ser humano desde el día de su nacimiento borra de inmediato esas incertidumbres. Eso conduce a una existencia mucho más disfrutable, sin preocupaciones respecto a temas tan fundamentales. No es que los daneses no tengan grandes dramas en su vida, pero sí tienen más herramientas para aplacarlos. Desde niños pueden proyectar su futuro sobre la base de esas certezas.

El segundo aspecto, tiene que ver con las expectativas y aquí aparece una palabra mágica que existe sólo en danés y no tiene traducción exacta a ningún otro idioma del planeta tierra: hygge. Al someterla al traductor de Google, se obtiene la expresión: «Buenos tiempos», que si bien es correcta, es muy acotada. Una traducción personal sería: «hacer cada día acogedor». Es un lema que los daneses tienen internalizado, que define sus rutinas y decisiones diarias.

Por supuesto los daneses sueñan como todos los seres humanos y también tienen grandes expectativas. Pero en su cotidianeidad buscan una vida sencilla. En ese sentido el clima es un potente catalizador, cuando afuera el pavimento está cubierto de nieve, la luz del sol se fue a las 16:00 hrs. y hasta una ida al cine se convierte en un desafío para valientes exploradores polares, el hygge se traduce en comidas con los amigos a la luz de las velas, tras una tarde cocinando. Es una vida de interiores, donde el encierro obliga a generar ambientes acogedores.

En el verano, si bien el hygge es menos evidente, con un ojo entrenado es posible leer sus manifestaciones. La ida al trabajo, se convierte en un agradable paseo en bicicleta y los cafés se llenan por las tardes, donde los vasos de jugo y los capuchinos le dan un descanso a la conversación. El hygge reúne todos esos pequeños detalles que hacen más agradable un día cualquiera.

En lugar de vivir con la angustia de un presente, que es siempre solo una etapa más para llegar a un futuro imaginado, donde recaen todas las grandes expectativas, los daneses nos enseñan a convertirnos en habitantes permanentes de la memoria, porque cada uno de esos pequeños acontecimientos diarios son los que van construyendo nuestros recuerdos.

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