En un mundo que mide el poder por la capacidad de imponerse, la crisis ecológica surge como consecuencia inevitable de una lógica de crecimiento infinito en un cosmos finito. Frente a este panorama, algunos teólogos han propuesto una alternativa insospechada: la verdadera fuerza no consiste en la imposición, sino en el anonadamiento amoroso. Esta intuición se esclarece al considerar la kénosis del Espíritu Santo, misterio que ilumina la presencia de Dios en el mundo y la relación adecuada del ser humano con la creación.
La kénosis (del griego kenóō, “vaciar”) se aplicó tradicionalmente al misterio cristológico: Cristo, al encarnarse, se despoja de su gloria por amor a la humanidad, se hace esclavo sin dejar de ser Dios (Flp 2,5-11). Y teólogos como Bulgákov, Moltmann y von Balthasar han expandido esta visión hacia la vida trinitaria. Este gesto de entrega refleja un dinamismo profundo dentro de las relaciones divinas: las personas se relacionan mediante un amor que se da y se descentra mutuamente, sin egocentrismo1.
El Espíritu Santo vive esta kénosis de manera singular: es una Persona “transparente” que actúa desde el interior, sin imponerse, respetando la libertad de la creación. Como señala el dominico francés, Yves Congar, el Espíritu se vaciaría, de alguna manera, de su propia personalidad para ser totalmente relacional2. Este “vaciamiento” muestra de un modo nuevo la omnipotencia divina: un poder que se ejerce como servicio, no como dominio violento.
El sacerdote australiano, Denis Edwards, habla de un “poder kenótico” que actúa por amor compasivo3. Dios no es un controlador que somete con violencia, sino un sustento amoroso que concede autonomía a su creación mientras permanece inmanente en ella4. El Espíritu Santo sostiene la creación desde dentro (creatio continua), guiándola hacia su plenitud en Cristo.

El soplo divino (rúaj) que aleteaba sobre las aguas de la creación (Gn 1,2), convierte todo el cosmos en espacio sagrado y renueva la faz de la tierra (Sal 104,30). Esta acción del Espíritu confirma la bondad original del mundo y rechaza cualquier visión que lo reduzca a mero recurso. Cada criatura lleva el aliento del Vivificador. El gemido de la creación que menciona san Pablo (Rom 8,22) es también el gemido del Espíritu, que sufre con lo herido5. La Tierra no es simplemente un recurso; es la Casa Común que merece respeto y cuidado.
Como se señaló al inicio, en un mundo regido por lógicas de crecimiento infinito, la teología nos propone asumir el seguimiento de Cristo como alternativa vital: la kénosis cristiana se convierte en virtud modelante del camino de santidad. Ahondando en esta virtud, ya no exclusiva del Hijo, sino propia de la Trinidad entera, se despliegan nuevas dimensiones que pueden asumirse en la vida humana. Centrándonos en la kénosis del Espíritu, afirmamos que el mismo impulso que animó a Jesús opera hoy en el corazón humano para configurar una forma de poder distinta: no para acumular, consumir y dominar, sino para autolimitarnos, servir y descentrarnos en favor del otro, incluidos los ecosistemas y las demás especies 6.
La conversión ecológica no es una invención arbitraria, es un llamado a la sobriedad, al autocontrol y a la renuncia solidaria, valores tradicionales del cristianismo. Esto nos invita a un ascetismo renovado: un estilo de vida que practica la sobriedad y la moderación no por obligación, sino por amor a la comunidad de la vida. Un modo de existencia que no se sostiene en las solas fuerzas humanas, sino que es suscitado por el poder kenótico del Espíritu. Adoptar una vida más simple se convierte, así, en un acto de caridad hacia los pobres, los más vulnerables ante la crisis ambiental, y hacia las futuras generaciones. El cuidado de la Casa Común se vuelve, de este modo, un acto profundamente espiritual. La kénosis del Espíritu enseña que el poder verdadero se ejerce mediante el servicio, que la grandeza se revela en la humildad y que la fuerza transformadora proviene de la entrega silenciosa.
La kénosis del Espíritu enseña que el poder verdadero se ejerce mediante el servicio, que la grandeza se revela en la humildad y que la fuerza transformadora proviene de la entrega silenciosa.
Siguiendo la llamada del papa Francisco, la kénosis de la humanidad implica abandonar la cultura del descarte y construir la civilización del amor, donde la protección de la creación sea alabanza a Dios y solidaridad fraterna. La kénosis del Espíritu nos recuerda que Dios se muestra como servicio y entrega. Nuestra respuesta ante la crisis ecológica debe ser igualmente kenótica: dejar espacio, cuidar con humildad, actuar con amor y asumir la responsabilidad de custodios. Este giro paradigmático, de la dominación a la relación donante y servicial, exige una conversión antropológica y espiritual7, que dialogue con la ciencia y la acción social para no quedar en algo solo abstracto.
El cuidado de la Casa Común desde una comprensión cristiana va más allá de una moda secular; se convierte en forma de vivir la comunión con Dios y toda la creación, sin idolatrar la naturaleza, pero sí reconociendo su “sacramentalidad”. La conversión ecológica no es solo una urgencia cultural, sino que es una llamada a ser verdaderamente humanos, imitando en nuestra vida diaria el misterio de la kénosis divina.

Notas
- Cf. Bayron León Osorio Herrera, «Kénosis y Donación: La Kénosis como atributo divino», Cuestiones Teológicas, Cuestiones teológicas 41, n.° 96 (2014): 349-51.
- Cf. Yves Congar, El Espíritu Santo (Herder, 1983), 16.
- Cf. Denis Edwards, Aliento de vida: una teología del Espíritu creador (Verbo Divino, 2008), 180.
- Cf. Román Guridi, Ecoteología: hacia un nuevo estilo de vida (Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2018), 174-75.
- Cf. Johnson, «El espíritu creador y la ética ecológica: una frontera antigua», Concilium: Revista Internacional de Teología, n.° 342 (2011):520.
- Cf. Guridi, Ecoteología, 263.
- Cf. Francisco, Laudato si´: Carta Encíclica de S.S. Francisco sobre el cuidado de la casa común. (Conferencia Episcopal Chile, 2015), n° 216-221: pp. 164-8.


