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Libertad de Cátedra: El Derecho a Enseñar la Verdad

Esta obra de Rembrandt (1632) muestra una lección de anatomía pública impartida por el doctor Nicolaes Tulp a un grupo de cirujanos, costumbre habitual en el siglo xvii para demostrar la sabiduría de Dios al crear al hombre. Al mismo tiempo, la constitución del saber anatómico es origen del dualismo contemporáneo que permite interrogar al cuerpo y ser indiferente al alma.

 

Frente a lo extraño que puede parecer para algunos estudiosos modernos  la existencia de libertad de cátedra en universidades confesionales, la presente investigación expone los fundamentos de ella. De esta forma, explica cómo la comprensión de la verdad desde el mundo medieval —que da origen a la institución universitaria – dista de la idea ilustrada, que en ocasiones pretende sustentarse como la única posible. 

«Los ejemplos de restricciones a las opiniones que se apartaban de las Escrituras o del Magisterio, llevaron a pensar que la universidad medieval era en realidad un campo sin ley […] (pues), es preciso comprender de un modo correcto el significado de la búsqueda de la verdad emprendida por la universidad que funda su saber en una Revelación».

La universidad es fruto indiscutible del mundo medieval católico, y constituye la institución europea por excelencia[1]. Si bien pueden rastrearse antecedentes de esta creación en la Antigüedad, su verdadero origen se halla en el siglo XI, en el que surgen con un objetivo docente, el cual prontamente se fusiona con la metodología escolástica, orientada a la discusión de los argumentos. Su misión, desde un principio, fue alcanzar las cotas más altas en la búsqueda de la verdad, y su posterior enseñanza[2].

Evolución del concepto

Lo que entendemos formalmente como libertad de cátedra no se configura, en sentido contemporáneo, sino hasta bien entrada la Modernidad. Sin embargo, durante la época medieval existe una idea material de ella, que moldea los centros universitarios y sienta las bases de las futuras explicaciones doctrinales sobre el tema, justificando en sus principios qué significa y cómo opera dicha libertad en las universidades católicas y de inspiración católica hasta el día presente. De hecho, la primera referencia formal al concepto se encuentra en un documento del papa Honorio III (1220), a propósito de una solicitud de ayuda enviada por la Universidad de Bolonia, en una disputa que mantenía con el gobierno civil. Honorio III respondió animando reiteradamente a la universidad a defender su «libertad escolástica» (libertas scholastica), y a tomar todas las medidas necesarias para evitar que el gobierno civil restringiera la independencia de la vida académica[3].

 

Santo Tomás de Aquino sostenía que todo aquello que puede ser conocido por el hombre puede ser conocido con verdad gracias al entendimiento divino.

La clave profunda para entender este concepto de libertad de cátedra radica, sin embargo, en la idea de verdad de los fundadores de las universidades; el mismo que será reiterado siglos después por diversos documentos, como el Concilio Vaticano II, la encíclica Veritatis splendor o en las Sagradas Escrituras, que en el libro del Éxodo señala que Dios, «El que es», se reveló a Israel como el que es «rico en amor y fidelidad» (Ex 34,6), dos términos que expresan de forma condensada  las riquezas del Nombre divino. En todas sus obras, Dios muestra su benevolencia, su bondad, su gracia, su amor; pero también su fiabilidad, su constancia, su fidelidad, su verdad.

 

Santo Tomás de Aquino había sostenido en Suma teológica que todo lo que existe es verdadero, y que todo aquello que puede ser conocido por el hombre puede ser conocido con verdad gracias al entendimiento divino, que es causa de la verdad, y que hace que todo lo existente sea al mismo tiempo inteligible. Pero esta verdad a la que se pliega el intelecto creado no se agota en lo que este puede comprender, porque esto equivaldría a decir que las fuerzas humanas pueden  comprenderlo  todo; lo cual es absurdo porque el universo responde a la inteligencia de un Dios perfecto y exterior al mundo. Por ello, se entendía que el trabajo de la razón natural debía inscribirse en un horizonte trascendente, proporcionado por el conocimiento de aquellas verdades que, no pudiendo obtenerse por las fuerzas humanas, constan en la Revelación.

Restricciones a la libertad

Para Aristóteles el sumo bien del hombre no consiste en conocer cualquier verdad a modo de curiositas. Mientras que Santo Tomás de Aquino
asocia la idea de verdad en la universidad medieval a la noción de studiositas.

La libertad de cátedra de la universidad medieval estaba restringida,  entonces, por un primer requisito: el tenor de las conclusiones de los académicos no podía contradecir el tenor literal de las Escrituras. El convencimiento de que la inteligencia humana puede alcanzar parte de la verdad por sus fuerzas naturales, y que esa inteligencia —iluminada por la verdad— se oriente o esté hecha para el conocimiento de las verdades trascendentes, fundamenta que la libertad de cátedra fuera identificada con el derecho a enseñar la verdad[4]. El profesor tenía libertad para reflexionar sobre las Escrituras, el hombre, el mundo y Dios mismo; pero no tenía libertad, ni derecho, diríamos hoy, para contradecir el significado literal de dichas Escrituras.

El canon hermenéutico empleado para juzgar la ortodoxia de las proposiciones científicas con las Escrituras era excesivamente literal, lo que —como es bien conocido— dio lugar a un buen número de conflictos relativos a la libertad de cátedra con la naciente ciencia lógico-empírica. Si se atiende sólo a estos conflictos, se podría caer en el error de considerar que en la universidad clásica la libertad de cátedra era prácticamente inexistente. A fines del siglo XIX, por ejemplo, varias figuras del pensamiento occidental fueron propuestas como mártires de dicha ausencia de libertad de cátedra.

La universidad medieval fue crítica del orgullo del conocimiento por el conocimiento, como también del conocimiento inútil para la salvación (curiositas). Su objetivo era el descubrimiento de la verdad; pero no la verdad en la dialéctica del conocimiento por el conocimiento, sino en aquella otra dialéctica de la verdad para el apostolado, evitando la predicción de San Pablo, cuando afirma que en los últimos días abundará cierto tipo de hombre, un hombre semper discente et nunquam ad scientiam veritatis perveniente; siempre estará aprendiendo, sin llegar nunca al conocimiento de la verdad[5]. Por el contrario, la idea de verdad en la universidad medieval estaba asociada a la noción de studiositas, en cuanto opuesta a la curiositas: «El bien del hombre consiste en conocer la verdad. Pero el sumo bien del hombre no consiste en conocer cualquier verdad, como dice el Filósofo en X Ethic[6]. Puede, por ello, existir vicio en el conocimiento de algunas cosas verdaderas, en cuanto que tal deseo no se ordena debidamente al conocimiento de la suprema verdad, en el cual consiste la suprema felicidad». Con el tiempo, la interpretación literal de las Escrituras cedió paso a hermenéuticas más sutiles, pero manteniendo la fidelidad al mensaje central de las verdades católicas, que deben ser respetadas por las investigaciones y enseñanzas de los académicos, en cuanto a no contradecir el fondo de la Revelación y del Magisterio de la Iglesia (ECE n. 4).

«Ver la censura académica medieval solo en términos de limitaciones a la libertad de cátedra olvida el señalado papel de lo racional en el proceso de examinar a los académicos medievales. Los académicos tenían la libertad de presentar sus argumentos al interior de la disputatio entre expertos».

Los ejemplos de restricciones a las opiniones que se apartaban de las Escrituras o del Magisterio llevaron a pensar que la universidad medieval era en realidad un campo sin ley,  donde los académicos quedaban al arbitrio de las autoridades eclesiásticas o de cualquier índole; frente a las cuales la moderna noción de libertad de cátedra habría sido una voz completamente vacía de significado. Sin embargo, esta interpretación no sería justa; sin perjuicio de que, efectivamente, en muchos casos se cometieron excesos.

Y no sería justa no solo por las medidas y procedimientos concretos que se tomaban para salvaguardar esta libertad, sino fundamentalmente porque es preciso comprender de un modo correcto el significado de la búsqueda de la verdad emprendida por la universidad que funda su saber en una Revelación. Dicho significado no puede ser calibrado simplemente a través de la exportación de las categorías ilustradas de análisis de la garantía de libertad de cátedra en sentido moderno. Ver la censura académica medieval solo en términos de limitaciones  a la libertad de cátedra olvida el señalado papel de lo racional en el proceso de examinar a los académicos medievales. Los académicos tenían la libertad de presentar sus argumentos al interior de la disputatio entre expertos. Las herejías y errores eran demostrados en el proceso de un discurso racional, a través de criterios cognitivos que eran proporcionados por los eruditos. De este modo, nadie podía reclamar diferencia para su razonamiento teológico, solo en razón de su estado y condición: debía someterse igualmente al proceso dialéctico de la racionalidad.

Lo que no estaba cubierto por la libertad de cátedra —y este es el segundo requisito— era el incitar dudas entre los iletrados, como le imputa en su momento el cardenal Cayetano a Lutero. Esta libertad no existía para dirigirse al público, y menos en idioma vulgar, porque se entendía que no había derecho a confundir a los simples, arriesgando de ese modo su salvación eterna. Así pues, una  contribución duradera de la universidad medieval a la libertad de cátedra se encuentra, como mencionábamos antes, en el hecho de que la pregunta por la competencia académica es entregada a un cuerpo de académicos, y exclusivamente para los letrados. Esta idea de la pericia científica como una prerrogativa de colegio suscribe la autonomía institucional de la universidad, y podía ser invocada contra los dictados de las autoridades no académicas. Esta noción de comunidad científica será muy importante para configurar el ámbito de la libertad de cátedra en los tiempos posteriores.

El modelo de la Universidad de Salamanca –basado en Bolonia– fue el que inspiró, al comienzo, las universidades católicas en Hispanoamérica, caracterizada por la relación directa y personal entre maestro y discípulo.
Al servicio de la Iglesia

El significado de libertad de cátedra en las universidades católicas ha sido estudiado por diversos autores modernos. Lo interesante es conocer cómo el concepto también se puede encontrar detalladamente explicado en los documentos magisteriales Ex corde Ecclesiae y Veritatis splendor.

El primero establece las características esenciales de una universidad católica:

  • Inspiración cristiana por parte no solo de cada miembro, sino también de la comunidad universitaria como tal (ECE n. 27).
  • Reflexión continua a la luz de la fe católica, sobre el creciente tesoro del saber humano, al que trata de ofrecer una contribución con las propias investigaciones.
  • Fidelidad al mensaje cristiano tal como es presentado por la Iglesia.
  • Esfuerzo institucional al servicio del pueblo de Dios y de la familia humana en su itinerario hacia aquel objetivo trascendente que da sentido a la vida, (ECE n. 13).

Por su parte, la encíclica Veritatis splendor ubica a la universidad católica como una forma institucional al servicio de la búsqueda del saber científico, más allá de ser considerada como una universidad confesional con los mismos caracteres de cualquier otra, toda vez que ya ha sido mostrada la existencia de una verdad universal y el origen de la misma. De ahí entonces que la investigación de una universidad católica debe orientarse a «la consecución de una integración del saber; al diálogo entre fe y razón; a una preocupación ética y a una perspectiva teológica» (ECE n. 13).

Estos cuatro aspectos son perfectamente complementarios entre sí y refuerzan la misión de la Iglesia. De esta forma, podemos concluir que el servicio principal de la universidad católica como  institución,  y  particularmente el que debe ser prestado por sus académicos, es el de la verdad, cuyo hallazgo no tendrá tanto valor si no es porque implica un compromiso que va más allá de la adhesión a uno mismo.

Notas

[1] RÜEGG, Walter, A History of the University in Europe, Cambridge University Press, vol. I, p. VII

[2] KÖDDERMANN, Achim, «Why the Medieval Idea of a Community-Oriented University is Still Modern», en Educational Change (1995), p. 70.

[3] CLASSEN, Peter, Studium und Gesellschaft im Mittelalter, ed. Johannes Fried, Schriften der Monumenta Germaniae Historica 29 (Stuttgart: Anton Hiersemann, 1983) 242, cit. por HOYE, William J., «The Religious Roots of Academic Freedom», en Theological Studies, 58 (1997), p. 414, nota 13. Nótese que esta referencia es incluso anterior a la fundación del Santo Oficio, en 1231.

[4] Haskins, (1965), p. 51.

[5] Timoteo, 2, 3, 7.

[6] El filósofo al que se refiere Santo Tomás de Aquino es Aristóteles, en el décimo libro de Ética a Nicómaco.

1 comentario en “Libertad de Cátedra: El Derecho a Enseñar la Verdad”

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