Hacia la década de los veinte del siglo XIX, la inglesa Mary Graham de visita en Santiago de Chile, se admira de que la agasajen con flores y frutas: “Recibí un magnífico obsequio de frutas y flores de doña Rosa O´Higgins: Sandías, lúcumas, naranjas, limas y las más hermosas y raras flores, acomodadas en bandejas cubiertas con servilletas bordadas, que traían sobre las cabezas varios criados, vistosamente vestidos”.
La sociedad santiaguina de entonces solía regalar flores y frutas como una forma de compartir lo mejor de sí misma. En una sociedad agraria como esa, los frutos de la naturaleza no eran meros objetos, sino que elementos llenos de significado. Cincuenta años más tarde de la visita de Graham, esta sociedad cargada de tintes rurales y sencillez, seguiría ofrendándose flores y frutas para la Navidad, probablemente la fiesta más importante de su calendario festivo.
En las navidades de antaño, el protagonista era el Niño Dios. Y era a él a quien todos querían entregar sus dones ya fuera en forma literal a los pies del pesebre o en forma simbólica, a través de sacrificios y bienes espirituales.
La literalidad de los dones ofrendados al Niño se vislumbra en la importancia que tenían las formas materiales y sensibles de adoración. La comunidad se congregaba en el seno de los hogares o en los conventos e iglesias, para rezar la novena desde el día 16 de diciembre de cada año. Cada uno entonaba su voz para unirse al rezo colectivo y luego un grupo de cantoras, acompañadas de arpas y niños que tocaban instrumentos improvisados, hacían todo tipo de música, sonidos y ruidos para rendir honores al niño recién nacido. Hasta nuestros días han llegado muchos villancicos que son una rica fuente para conocer el fervor popular con que se adoraba al Niño Jesús.
Venían luego las ofrendas de objetos, que consistían en las primeras frutas estivales, hermosas flores y objetos en miniatura que servían para adornar los pesebres. Todo esto había sido adquirido en los diversos puestos de La Alameda, a donde llegaban los fieles a pasear, a consumir refrescos y fritangas y a comprar artesanías.
Es necesario detenerse un minuto a pensar en el significado de los regalos que se hacían al Niño Jesús para la fiesta de su nacimiento. El regalar flores y frutas, objetos sacados de la naturaleza y que finalmente perecían, es elocuente de que esos objetos cargaban con un simbolismo. No se le regalaría al Niño algo que se estropeara, si no fuera porque tiene un significado muy marcado en esa grupo. Efectivamente, en una sociedad eminentemente rural como lo era la santiaguina de mediados del XIX, las flores y las frutas llevaban consigo la representación de la vida. El regalar los primores o los primeros frutos que la naturaleza proveía, era una forma de compartir el sustento, de regalar lo mejor de uno mismo. Desprendimiento total, en el contexto de una comunidad que depende de la naturaleza para su supervivencia diaria. Al regalar lo mejor que se obtiene de los campos, huertas y chacras, los feligreses están agradeciendo los bienes recibidos durante el año, agradeciendo las buenas cosechas que se están llevando a cabo y, al mismo tiempo, ofrendando al Niño para que éste los ayude para el año que viene1. El pasado, el presente y el futuro se conjugan en este tiempo cíclico de la naturaleza en que el dios está ahí recibiendo los regalos de sus fieles para seguir proporcionándoles lo que ellos necesitan.
El sentido de las ofrendas tiene que ver con la doble naturaleza del niño que acaba de nacer. Después de todo, si este Dios se había hecho hombre y se había encarnado en un niño pequeño, había que cuidarlo, alimentarlo y aliviar su pobreza. En este escenario es que las ofrendas entran a jugar un rol importante. Las ofrendas se ven como una oportunidad de convivencia entre estas dos esferas, en que Dios y su creación pueden convivir en un mismo plano. Cada uno entregará lo mejor de su persona y de su entorno para participar de esta convivencia de naturalezas –la humana y la divina- que el misterio de la Encarnación ha hecho posible. Se pone énfasis en la posibilidad de cada uno, desde sus propias circunstancias, de ofrendar al Niño objetos de la vida cotidiana. Estas prácticas pueden insertarse dentro de la tradición de interpretación popular2de los evangelios apócrifos o bien, como frutos de la libre piedad religiosa de un pueblo que participa del misterio de esta fiesta, proporcionando todo tipo de elementos de su entorno3.
La flor y la fruta significan fertilidad y se unen al canto a la vida que los fieles agradecen a este niño que ha nacido, niño que trae más vida consigo. Por eso es que las sociedades agrarias eligen esos elementos para ofrendar al Niño Jesús. Tienen una valoración cultural y simbólica que comulga con los valores del festejado: la vida misma. El significado de la fruta y de la flor en esta sociedad se adivina en sus usos y en sus trayectorias. Si sale de la tierra para trasladarse al espacio simbólico del pesebre y del regalo íntimo, es porque es considerado como un muy buen regalo, un regalo que merece convivir con la divinidad.
Algo parecido ocurre con las miniaturas que acompañan al Niño Jesús en el nacimiento. Muchas de estas figuras han sido adquiridas también en La Alameda, en puestos donde se venden las famosas cerámicas o lozas de las monjas. Estas son pequeñas figuritas hechas por manos artesanas femeninas, herederas del saber tradicional de las monjas clarisas. Representan animales y artefactos chilenos, pero también personajes populares. Hay aquí mucha significación que debemos develar: en su miniaturización, estos objetos están adquiriendo un tamaño que les permite entrar en el espacio sagrado del pesebre, por lo que, a pesar de ser pequeños están cargados de poder y de significancia. Los feligreses los administran con cuidados y cariños porque encarnan a personajes queridos.
Por otra parte, cada uno de esos personajes que se adquiere en La Alameda para la Navidad, está representando tipos populares de nuestro propio entorno chileno. Al igual que el pesebre original en el que los pastores y otros personajes humildes acompañaban al niño para darle calor y rendirle culto, los personajes de nuestra propia idiosincrasia chilena están ahí realizando la misma acción. En cada pesebre decimonónico chileno vemos al huaso. En una descripción de un nacimiento del año 1897 en el diario El Chileno, se lee que había “tres huasos chilenos montados en caballitos de palo, con mantas de colores vivos, grandes chupallas, monturas de pellones, lazo y espuelas”4.En el diario El Pueblo del 7 de enero de 1898 se relatan las navidades pasadas y se describe el pesebre de doña Liberata, que, entre muchas figuras, tenía caballitos ensillados a la puerta de un rancho y güasitos con manta y espuelas.
En el pesebre están también la panadera, la motera, las cantoras y las tocadoras de arpa5. Y es que la imaginación popular tradicional permite que el pesebre se agrande hasta el infinito, en la medida que hay mucha gente que quiere participar en la adoración del Niño. Gente que quiere rendir culto y verse representada ahí a los pies del pesebre, con su oficio puesto al servicio del recién nacido. Los pesebres son, de alguna forma, una representación miniaturizada de cómo se muestra una sociedad en un momento dado. En el entendido de que el nacimiento de Jesús es un evento histórico donde los personajes más humildes, junto con los más sabios, participaron con su presencia y sus ofrendas, cada cristiano en toda época quiere mostrar su participación y su aporte en este evento fundante del cristianismo.
El verse ahí mismo retratado y compartiendo con otros de tu misma sociedad a los pies del niño hace que la escena bíblica cobre familiaridad para el feligrés. Por esa razón es que se le habla a la virgen y al Niño como si fueran parte de la vida cotidiana:
Buenas noches Mariquita
Aunque vengo algo atrasada
Muchos regalos le traigo
Para su guagüita amada.
Damascos, guindas i peras
Yo le traigo Mariquita,
Mantillitas i pañales
La feligresa le habla a la virgen María como le hablaría a su comadre de toda la vida y se disculpa por su atraso. Le trae, no obstante, ofrendas de frutas para su niño, a quien trata como la guagüita, expresión muy chilena. Y se preocupa asimismo de otras cosas que usan todas las guaguas del mundo -mantillitas y pañales-, mostrando conocimiento y familiaridad con el personajes y sus eventuales problemas. Y es que la navidad se ha hecho familiar y se ha hecho chilena.
Además del niño Jesús, los pobres, las mujeres y los niños recibían regalos para la fiesta navideña. Los hombres galantes compraban flores y otras hierbas en La Alameda y se acercaban a las jóvenes diciendo Claveles y albahaca para las niñas retacas. Claveles y rosas para las niñas hermosas. A los niños se les regalaban figuritas de las monjas o pequeños juguetes hechos por sus padres con los que se entretenían y luego depositaban en los pesebres. También recibían dulces. Otro regalo que la sociedad se hacía para estas fechas eran las tarjetas postales. La Pascua y el Año Nuevo constituían un solo tiempo festivo y las tarjetas servían para saludar a los seres queridos en estas fiestas tan importantes de fin de un año y comienzo del otro. El diario La Época cuenta que para 1882 se calculan en 60 mil las tarjetas que repartió la oficina de Correos. Volveremos a tener registro a través del diario El Correo, que dice que para 1887 se repartieron 95.852 tarjetas. Algunas de estas tarjetas eran traídas de Estados Unidos y otras eran impresas en Chile, “con elegancia y en cartulina fina»6
Lentamente se avecinaban tiempos de cambio. Hacia la década de los ochenta del siglo XIX, las crónicas comienzan a mencionar los primeros árboles de pascua. En un principio eran los propios árboles frutales los que se arreglaban con farolitos chinescos y dulces que colgaban de sus ramas, pero pronto empezarían a arribar los pinos de pascua. Hacia el año 1897 sabemos de una tienda que contenía un gran árbol de pascua, “cargado de baratijas centelleantes de nueces doradas, de muñequitos con cascabeles, de vasitos multicolores que lucen y relucen con incesante vaivén”7.
No pasarían muchos años y la prensa incluiría publicidad de una tienda que vendía todo tipo de objetos traídos de Francia para adornar los arbolitos. Comenzaban asimismo los bazares de pascua. Junto con esto, los grandes almacenes de la ciudad introducen el concepto de regalos de pascua e invierten energía e ingenio para adornar sus vitrinas. Era una estrategia para que un objeto no se viera solo como una mercancía, sino como algo más especial y simbólico: un “regalo de pascua”. Se llama al consumo y a regalar objetos que solo algunos pueden adquirir: cristalería lujosa, piezas de plaqué, joyería fina, trajes de fantasía. Se recurre a todo un convencimiento discursivo de ensueño para llevar a los consumidores a pasear por las tiendas de almacén y bazares y adquirir piezas de lujo: “…en muchas tiendas principales las ventanas son verdaderos palacios de hadas, jardines de Sarabia y grutas encantadoras”8.
La prensa comienza a reparar en las novedades que cada año aparecen en las vidrieras de las tiendas. Para el año 1892, por ejemplo, el diario El Porvenir alaba los juegos de linterna mágica y las curiosas figuras mecánicas9En El Chileno reparan en la variedad de los juguetes y en obras de arte “que constituyen un excelente aguinaldo como recuerdo de amistad o de familia”10Los objetos que algunos se regalan ya no son extraídos directamente de la naturaleza o facturados por las propias manos, sino que son ahora comprados en tiendas especializadas. Y se elabora un discurso para seguir relacionando esas piezas con el amor y evitar que entren en el universo de lo meramente mercantil. En una publicidad de vitrola de 1915, se llama a comprar una vitrola para lograr la felicidad en el hogar. Con este objeto la moralidad entrará en casa a través del fomento del arte: “Lleve usted a su hogar una VICTOR-VICTROLA y habrá conseguido un sólido vínculo entre el Amor de su familia y la Divinidad del Arte.”11Es como si rotulando a las nuevas mercancías como “regalos de Navidad” o acompañándolos de este discurso de preocupación familiar, se intentara dar una nueva sacralidad al regalo navideño12.
Los niños quieren ahora objetos confeccionados en forma industrial. Ya no juegan con cosas hechas por manos de monjas o por sus propias manos, sino con juguetes elaborados en serie. Ya no hay regalos únicos, sino categorías de regalos. De las listas de juguetes promocionados por la publicidad de aquellos años, sabemos que los niños querían recibir animales de felpa, payasos de alambre y tela, caballos que se balanceen, carretones de carga, muñecas, cocinitas. En épocas de guerra (Primera Guerra Mundial), se venden rifles, metralletas y pistolas. Pero estos son los juguetes a los que pueden acceder solo los hijos de los más ricos de la sociedad santiaguina. Los niños más pobres no pueden soñar con esos objetos y tendrán que conformarse con los que les llegue fruto de la caridad. Esta se incentiva entre los niños más ricos, a quienes sus padres recomiendan guardar algún juguete para entregárselos a los más desposeídos. “Que las madres virtuosas –como lo son en su mayoría- desarrollen en sus hijos, por medio de los juguetes, el amor social. Que hagan que, en la Pascua, la mayor felicidad de sus hijos sea la de compartir sus juguetes”13.
Desde la literatura se comparte asimismo la preocupación por la Navidad de los niños más pobres y el fomento de la caridad entre los más ricos. Hacia 1907, Antonio Orrego Barros compone un poema donde despliega su compasión. Unos niños ruegan al Niño Jesús que les traiga unos regalos sencillos y la madre se entristece sabiendo que cuando sus hijos despierten sólo encontrarán su pobreza. Pero aparecen dos niñitas que le traen a los pobres regalos para aliviar su pobreza, de lo que a ellas les sobra. Otro ejemplo significativo de esta preocupación por la caridad como valor formativo de la infancia en la clase alta chilena lo encontramos en El Peneca, que a partir del año 1921 en que se hiciera cargo de la revista la señora Elvira santa Cruz, reparó en la importancia de una formación moral de los niños de clases alta que debían preocuparse por los más pobres14.
El Estado, la Iglesia y otras organizaciones se hacen cargo también de los niños pobres para que estos reciban sus regalos navideños. El presidente de la República con su ministro del interior visitan a los “huerfanitos” en Navidad15.En el barrio de Providencia se organizó en diciembre de 1909 un desayuno y se les repartieron a los niños confites y ropa que habían sido previamente recolectados en la comuna. La Sociedad protectora de la Infancia reparte regalos cada año y algunas señoras de alta alcurnia organizan colectas de Navidad. El Club de Señoras organizó una fiesta para los niños pobres de Recoleta en 1920, que fue recordada por la prensa como muy concurrida, brillante y de alto significado moral16.
Este traspaso de regalos a través de obras caritativas revela en forma elocuente las relaciones de poder entre unos y otros. Aquellos que más tenían regalaban lo que les sobraba intentando acortar las distancias económicas y sociales con los más necesitados. Era una forma de establecer ciertos lazos sociales entre grupos que antes se topaban en el espacio público pero que con el paso del tiempo y la segregación urbana, vivían cada vez más alejados; una estrategia para que grupos sociales más marginados pudieran sentir que pertenecían a ese tiempo y ese espacio festivo.
Hacia 1900 las fuentes de la época muestran ya a Santa Claus. Y los niños lo van convirtiendo, lentamente, en su propio protagonista. Si se portan bien, este personaje les traerá regalos.
Santa Claus viene con los juguetes:
trenes y buques, monos y guaguas;
¡cuánto deleita, cuanta alegría
con los albores de la mañana!17
Estas nuevas características que surgen en la celebración de la Navidad santiaguina no significan la pérdida de la celebración popular en La Alameda. De hecho, durante mucho tiempo las festividades populares y las de la élite convivieron, pero esta última fue lentamente replegándose al espacio privado y eligió otros lugares para sus celebraciones. El Club de la Unión, el Club Santiago, el Club Italiano, Club Hípico y otros lugares fueron escogidos para hacer bailes y kermesses navideños donde los grupos más pudientes se codeaban solamente entre ellos. Estos lugares quedaban en el sector poniente de la ciudad, lo cual implicaba un alejarse los lugares donde celebraba el pueblo.
Las navidades comienzan a transformarse a comienzos del siglo XX y junto con ello, los regalos; estos dejarían atrás la sencillez de antaño y el representar el esfuerzo individual de cada uno en su relación con el otro. Si alguna vez supimos regalar, la historia nos puede ayudar a recordar.
Notas
- Las ideas generales sobre las ofrendas, en Mauss, Marcel, Ensayo sobre el don.
- Estamos, en general, describiendo una devoción de tipo popular. Cuando digo popular, me refiero a una devoción que nace espontáneamente del corazón y de la propia experiencia espiritual desde la cultura. No es una devoción oficial establecida y guiada por la jerarquía eclesiástica. No es una devoción reglamentada ni dirigida, sino espontánea. No es para mostrar simbólicamente un tipo de Iglesia, sino que es un tipo de religiosidad que nace de los afectos y no del dogma. La devoción oficial se vale de elementos grandiosos para mostrar el lado majestuoso de la divinidad y de la institución que la administra. La religiosidad popular, en cambio, empatiza más con las posibilidades de un Dios nacido pobre entre las pajas, igual a todos y por tanto, se vale de lo cercano para expresarse.
- Podríamos decir que la inspiración iconográfica para las representaciones del niño Jesús en pesebres, proviene de tres vertientes que fluctúan desde la más canónica hasta aquellas que dan entrada a la imaginación e interpretación populares: en un primer lugar, estaría el evangelio de san Lucas, donde se narra la escena de la Natividad; una segunda vertiente es la que proviene de los evangelios apócrifos; un tercer nivel es el que proporciona la imaginación popular y que incorpora todo tipo de elementos de la idiosincrasia local para involucrarse en este momento fundante del Cristianismo universal. Este nivel puede entenderse como la dimensión y transmisión oral de los evangelios apócrifos, que se adaptan a los lugares y circunstancias de los fieles devotos.
- “La Pascua. Cuadros al pasar.” En El Chileno, Santiago, 25 de diciembre de 1897, Número 4149
- Hemos dilucidado los personajes que aparecen en los pesebres a través de fotografías de comienzos del siglo XX, descripciones de prensa de finales del XIX, villancicos y pinturas.
- Publicidad de la Fábrica Nacional de Libros en Blanco, el 29 de diciembre de 1885 en diario La Época.
- “La Pascua. Cuadros al pasar”, 25 de diciembre de 1897, en El Chileno
- 24 de diciembre de 1887, Crónica en diario La Época
- 1 de enero de 1892, Noticias diversas en Diario El Porvenir.
- 15 de diciembre de 1892, Crónica en El Chileno.
- Revista Zig Zag, diciembre 1915
- Idea surgida tras la lectura de Russell W. Belk, Materialism and the Modern U.S Christmas, en Interpratitive Consumer Research, ed by Elizabeth Hirschman, Provo UT, Association for Consumer Reearch, 75-104
- “Personajes y cosas del día”, en Revista Zig Zag Número 26, 23 de diciembre de 1905
- Jorge Rojas, Moral y Prácticas Cívicas en los niños chilenos, 1880-1950, Santiago, Ariadna, 2004, pag 199.
- “Fotografías de Navidad en la Casa de Huérfanos”, Revista Zig Zag N 933, 6 de enero 1923.
- Notas Sociales, en Revista Zigzag N 827, 25 diciembre 1920
- Antonio Orrego Barros, Versos sobre Pascua Revista Zigzag Número 201, 27 de diciembre de 1908