El 15 de junio se celebró el “Día mundial de toma de conciencia del abuso y maltrato a la vejez”. Tradicionalmente, es un día donde, quienes trabajamos con las personas mayores, renovamos esfuerzo y creatividad para impulsar acciones tendientes a prevenir el maltrato, así como también a promover el buen trato hacia los mayores. No parece difícil tomar conciencia. ¿Qué desalmado es capaz de ejercer violencia contra una anciana indefensa? ¿Cómo no horrorizarse frente a un adulto mayor dependiente abandonado, sin techo ni comida? Entonces, ¿tomar conciencia de qué?
La verdad es que no resulta fácil identificar el abuso cuando hijos e hijas se reúnen a decidir con quién de ellos vivirá el papá que acaba de enviudar y no quieren que viva solo. Menos aún se considera maltratador al médico que le explica primero al acompañante de la anciana las posibilidades de tratamiento para la enfermedad que esta última padece. Tampoco se denuncia como discriminación por edad la cuarentena preventiva obligatoria para más de un millón de chilenos y chilenas mayores de 75 años a causa de la pandemia, medida que refleja que dicho grupo etario carecería de comprensión, responsabilidad y buen juicio para tomar medidas de autocuidado, como sí se le ha pedido al resto de la población.
Hay acciones y omisiones que, sin intencionalidad alguna, maltratan, desoyen, ignoran, transgreden, infantilizan, invisibilizan. Es que aún somos herederos de la imagen estereotipada de la vejez.
En 2017, Chile ratificó la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores. Por supuesto, se establece el “derecho a la seguridad y a una vida sin ningún tipo de violencia”. Pero también se consigna el “derecho de la persona mayor a tomar decisiones, a la definición de su plan de vida, a desarrollar una vida autónoma e independiente”, el “derecho irrenunciable a manifestar su consentimiento libre e informado en el ámbito de la salud y comprender plenamente las opciones de tratamiento, sus riesgos y beneficios”, y el “derecho a la libertad y seguridad personal y que la edad en ningún caso justifique la privación o restricción arbitrarias de su libertad”, entre muchos otros derechos que se consignan.
Hay acciones y omisiones que, sin intencionalidad alguna, maltratan, desoyen, ignoran, transgreden, infantilizan, invisibilizan. Es que aún somos herederos de la imagen estereotipada de la vejez, identificada con el deterioro, la pasividad, la enfermedad, la dependencia, la pérdida del intelecto, la necesidad de asistencia y de caridad. Entonces, actuamos en consecuencia y los tratamos genéricamente de “abuelitos”, tomamos decisiones por ellos transgrediendo su derecho a la autonomía, les atribuimos una fragilidad psíquica y moral que no tienen, les negamos información para protegerlos cuando en realidad los infantilizamos, los discriminamos por su edad restándoles oportunidades, porque “a esta edad no se debe o no se puede o para qué”, y los dejamos de escuchar suponiendo deteriorada su capacidad de comprensión y de buen juicio.
Si todavía nos cuesta pensar en la contundencia del concepto “las personas mayores son sujetos de derechos”, pensemos en cómo nos gustaría que fuera nuestra propia vejez y se nos aclarará de inmediato.
2 comentarios en “Mírame, Háblame, Escúchame”
Muy buen articulo, muy recomendable! Reciba un cordial saludo.
Este artículo expone cabalmente la sensación de impotencia y desvalorización que creó el Estado de Chile, al encerrarnos, como delincuentes con apremio domiciliario, por casi 7 meses, y después empezar con permisos de dos horas, insuficientes para ir a consulta médica, y la población modesta se le priva, hasta hoy de Controles Médicos, empeorando la salud, a los ancianos que carecen de medios para controles particulares, y movilización para ir, sin contar que el grueso de los mayores carece de experticia computacional, tampoco tiene, muchas veces, jóvenes a su alrededor,
Se agradece, hayan observado este problema