El papa Francisco nos ha llamado a iniciar, como Iglesia de Cristo, un proceso sinodal, es decir, de discernimiento. El sínodo significa “un caminar juntos en la misma dirección”1. Por tanto, los bautizados somos convocados a un proceso participativo y reflexivo que nos pone en movimiento ante nuevos y grandes desafíos, pero también ante nuevas oportunidades para la misión salvífica de nuestra madre Iglesia.
Este proceso se describe no tanto por sus resultados, sino por tres verbos rectores: encontrar, escuchar y discernir. Como profesora de Derecho Constitucional y como chilena, veo algunas similitudes con el proceso constituyente que está viviendo el país.
En este camino se requiere una ciudadanía comprometida de buena fe y corresponsable de los destinos de su país y de sus instituciones, de la misma manera como los cristianos somos llamados a participar en la vida y misión de nuestra propia Iglesia.
Los ciudadanos decidimos iniciar un proceso democrático y participativo en 2020, a fin de acordar nuevas bases para nuestra vida en común, una Constitución. Nos anima la necesidad de reencontrar la paz y la unidad entre todos los chilenos. Tenemos ante nuestros ojos, al igual que la Iglesia, los desafíos del mundo contemporáneo. Para cumplir con tales propósitos, optamos por una Convención Constitucional elegida, paritaria y con participación de los pueblos indígenas. Durante su funcionamiento, la Convención contempló instancias de escucha, concediendo audiencias o recibiendo iniciativas populares. Luego de una etapa de reflexión y acuerdos, la Convención propuso un proyecto de Constitución sometido a plebiscito —septiembre, 2022—. Podemos decir que los tres verbos del sínodo encontrar, escuchar y discernir han intentado caracterizar al proceso constituyente chileno.
No obstante, la ciudadanía decidió, en forma pacífica y por amplia mayoría, el rechazo de la propuesta. Tal resultado nos debe llevar a reflexionar sobre cómo seguir adelante con el cambio constitucional que se espera, recogiendo el aprendizaje de la experiencia reciente. Algunas lecciones son: la necesidad de incorporar al debate a todos los sectores políticos, pues Chile exige grandes acuerdos; la importancia de resguardar un equilibrio entre la necesaria modernización y la preservación de la tradición institucional, pues Chile no quiere un modelo radical, pero exige ponerse al día, y tener presente la idea de una Constitución como un conjunto de reglas claras, objetivas y generales que permitan la construcción del bien común, entendido este no solo como un simple agregado de las demandas de grupos o de intereses individuales, pues se precisa unidad para enfrentar necesidades vitales comunes.
Como católica, pido al Espíritu Santo que ilumine al pueblo de Chile, en especial a su clase política, ante esta nueva oportunidad para decidir una Constitución. Espero confiada que la igual dignidad de todo ser humano, sin distinción, desde su concepción hasta su muerte natural, sea la piedra angular de ese texto, y porque la solidaridad sea un valor fundamental que oriente la tarea de bien común a la cual estamos llamados por la sociedad civil y el Estado.
Como demócrata, espero que los mecanismos para continuar con dicho proceso sean consensuados y participativos, para dotar de la máxima legitimidad posible al nuevo texto. En este camino se requiere una ciudadanía comprometida de buena fe y corresponsable de los destinos de su país y de sus instituciones, de la misma manera como los cristianos somos llamados a participar en la vida y misión de nuestra propia Iglesia.