«La familia, entidad fundamental en este tipo de agricultura, es una fuente de conocimiento cultural y agroecológico que permite la producción sostenible de alimentos al conectar conocimientos tradicionales con aquellos científicos y tecnológicos»
La agricultura familiar (AF) representa a nivel mundial un sustento del medio rural a través de la generación de alimentos, trabajo, hogar e ingresos, actividades que en conjunto contribuyen a la protección de los recursos naturales, la seguridad alimentaria y la superación de la pobreza. Una de las características de la explotación de la AF es su diversidad, la que se observa en cada tipo de capital: natural, físico, económico y humano. Esto se refleja en la existencia de explotaciones que van desde la producción de subsistencia a aquellas con clara vinculación con los mercados. Esta diversidad es una de las principales ventajas de AF en relación a su sostenibilidad ambiental, dado que sistemas de producción más diversos tienden a presentar mayor estabilidad y resiliencia frente a cambios ambientales y de mercado. No obstante, a medida que aumenta la diversidad de capital natural, disminuye la especialización y, con ello, la productividad. Este hecho, sumado a la escasez —en gran parte de las explotaciones familiares— de capital físico y económico, a la falta de continuidad familiar, relacionada tanto con la ausencia de descendientes dispuestos a permanecer en la actividad agrícola como con el costo de oportunidad de la mano de obra familiar, dificultan cada día más la subsistencia de la AF.
En nuestro país, alrededor del 75% de las explotaciones agrícolas clasifica como AF. Sin embargo, este porcentaje está en disminución (entre 2000 y 2011 descendió en un 10%). La familia, entidad fundamental en este tipo de agricultura, es una fuente de conocimiento cultural y agroecológico que permite la producción sostenible de alimentos al conectar conocimientos tradicionales con aquellos científicos y tecnológicos. Considerando la enseñanza de Laudato Si’ —“El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar”—, vemos que el abandono de la AF va en dirección contraria a este planteamiento. El cambio de un sistema de producción integral, con diversos cultivos y especies ganaderas, a un sistema agrícola especializado, frecuentemente de monocultivo, disminuye la diversidad biológica, paisajística, y las relaciones naturales de interconexión entre especies animales y vegetales, y a la vez aumenta la intensidad de uso de los recursos. Además, dispersa a la familia, debido a la migración de jóvenes a las zonas urbanas en busca de nuevas fuentes laborales, limitando la transmisión del patrimonio cultural asociado a la vida rural.
En consecuencia, el fortalecimiento o al menos la conservación de la AF puede contribuir a desacelerar el creciente deterioro medioambiental. Como universidad católica tenemos el deber de reflexionar en el desarrollo de iniciativas que valoren y potencien la AF como una actividad económica-social esencial para el sector agropecuario en la búsqueda de equidad y sostenibilidad. Iniciativas de economía solidaria, como el comercio justo y el comercio responsable, o denominaciones de calidad, como indicaciones geográficas y denominaciones de origen, son ejemplos a seguir en la búsqueda de la valorización de la AF y los beneficios sociales, culturales, económicos y ambientales asociados.