«Niños y niñas dependen del trato digno de los adultos en un entorno acogedor para vivir de forma plena, segura y feliz. Como de esto dependen su bienestar emocional, físico y moral, nada justifica la vulneración de sus derechos fundamentales».

Con la ratificación de la Convención sobre los Derechos del Niño en 1990, en Chile se reconoce que niños y niñas son sujetos de derecho, siendo un deber del Estado velar por el cumplimiento de las normas que resguardan su dignidad¹. Si consideramos que entre la promulgación de los Derechos Humanos (1948) y los Derechos del Niño² hay más de 40 años de diferencia, cabe preguntarse ¿cuál es lugar de la infancia en la sociedad y por qué ha sido necesario marcar una distinción entre sus derechos y los del resto las personas?³. 

En el mundo del teatro, Stanislavski acuñó el término “circunstancias dadas” para hacer referencia al contexto histórico, social y relacional en el que se desarrolla la acción y que determinan el comportamiento de los personajes, guiando al actor en la construcción de ellos. Podemos conectar este concepto con el entorno en que los niños, niñas y adolescentes crecen si consideramos el impacto profundo que tiene el contexto en el desarrollo del ser humano y la sociedad⁴. 

La Convención de los Derechos del Niño identifica tres actores primordiales para garantizar estos derechos: Estado, sociedad y familia. Niños y niñas dependen del trato digno de los adultos en un entorno acogedor para vivir de forma plena, segura y feliz. Como de esto dependen su bienestar emocional, físico y moral, nada justifica la vulneración de sus derechos fundamentales. Lamentablemente, el mundo adulto actual está en permanente tensión por dificultades como el desempleo, problemas de salud mental y los índices de delincuencia, lo que repercute directamente en los niños y niñas⁵. 

En su teoría de la ética del cuidado, Carol Gilligan⁶ destaca la importancia de la empatía, las relaciones y la responsabilidad en el desarrollo moral. Esta perspectiva enfatiza que el cuidado y la atención son esenciales para el bienestar humano, especialmente en la infancia. Por lo tanto, al considerar el entorno en que ellos y ellas crecen, debemos integrar un enfoque que priorice el cuidado y las relaciones humanas, en un escenario emocionalmente nutritivo. Los cuidadores, educadores y la comunidad en general deben participar brindando apoyo y estableciendo relaciones de confianza y respeto, asumiendo la responsabilidad de crear un entorno propicio para el desarrollo integral de los infantes. Cada acción, desde la formulación de políticas públicas hasta los pequeños gestos cotidianos, contribuye a la construcción de una sociedad más respetuosa y acogedora, que cuida y valora a cada persona sin importar su edad ni condición. 

Integrar la ética del cuidado en nuestra perspectiva sobre la infancia nos invita a reevaluar nuestras prioridades y acciones, asegurando que todos los niños y niñas reciban el cuidado y la atención necesarios para su desarrollo pleno y feliz. 

1. UNICEF (1990). World Declaration on the Survival, Protection and Development of Children.
2. UNICEF (1989). Convention on the Rights of the Child.
3. United Nations (1948). Universal Declaration of Human Rights
4. Bronfenbrenner, U. (1979). The Ecology of Human Development: Experiments by Nature and Design. Cambridge, MA: Harvard University Press.
5. World Health Organization (2013). Mental Health Action Plan 2013-2020.
6. Gilligan, C. (1982). In a Different Voice: Psychological Theory and Women’s Development. Harvard University Press.