Vivimos rodeados de apariencias. Redes sociales, vitrinas, discursos. Todo parece reluciente. Pero bajo esa superficie luminosa, ¿qué queda de lo real? El papa Francisco, en su cuarta y última encíclica, Dilexit nos, nos invitó a volver al corazón la palabra que más usó en la encíclica, allí donde no llegan los filtros ni las máscaras, allí donde Dios ya nos habita.
No se trata solo de sentir bonito o refugiarse en lo íntimo. Es un llamado a detenernos y reconocer que el amor de Dios no es concepto ni consuelo: es presencia viva, personal, transformadora. “Dios nos amó primero”, recuerda Francisco, y eso cambia toda medida. Y en eso debemos confiar plenamente —la confianza es la cuarta palabra más mencionada de la encíclica—, en el amor y la misericordia de Dios, siguiendo el ejemplo de santos como san Claudio de La Colombière (nro. 125), san Carlos de Foucauld o santa Teresa del Niño Jesús.
Jesús no se detenía en lo externo. Miraba más hondo. Hoy, también a nosotros nos susurra: “Vuelve a mí de todo corazón”. Es una súplica que desarma, porque volver al corazón implica dejar atrás la prisa, el juicio, el miedo, y abrir espacio a la verdad, al otro, al amor que no se impone, pero espera.
En tiempos donde todo urge y distrae, elegir el corazón es el gesto más contracultural. Volver allí es recuperar lo esencial: sabernos amados y llamados a amar, sin temor ni reservas. Volver al corazón, como escribe el Papa, es redescubrir nuestra humanidad. ¿Te animas?
