En marzo son incontables las actividades disponibles para reflexionar acerca de la baja participación de la mujer en puestos de liderazgo, en todos los sectores de la sociedad. Sería de esperar, entonces, que siendo el tema tan repetitivo, ya no fuera necesario ahondar más en él. No obstante, muchas veces la mujer sigue excluida y sin el reconocimiento que merece. Es impactante pensar que solo hace 75 años tenemos derecho a voto, gracias al trabajo de muchas mujeres que querían reparar tamaña injusticia. Hoy somos cada vez más las que, sin importar la ocupación, buscamos que nuestra sociedad sea más equitativa.
Con base en esta nueva realidad, en la que podemos levantar la voz si es necesario, y la sociedad entera realiza cambios sustanciales para darnos un lugar, cabe preguntarse entonces: ¿por qué seguimos “haciendo lío” respecto de la mujer y puestos de liderazgo? En primer lugar, las estructuras sociales son difíciles de cambiar, requieren de tiempo y de la modificación de creencias personales que, en el conjunto, benefician al cambio total.
No existe una mejor sociedad aboliendo la opción de las mujeres a ser madres. Para que los puestos de liderazgo sean ocupados por más mujeres, se necesita verdadera corresponsabilidad y un correcto entendimiento de las labores que realizan hombres y mujeres
En el caso de la iglesia, la inclusión de las mujeres es un proceso lento y que precisa de todos quienes la conforman para permear toda la institución. Las mujeres son, en gran parte, quienes se encargan de las parroquias y capillas, quienes tienen vocaciones religiosas y realizan una labor indispensable para la Iglesia, son las madres quienes transmiten los valores cristianos de la fe haciendo prevalecer el anuncio del evangelio. Contrario a ciertas corrientes del feminismo radical que, utilizando a la sociedad como “caldo de cultivo”, buscan convencernos de que el gran obstáculo para llegar a puestos de liderazgo es la maternidad; cuando poder concebir, dar y custodiar una nueva vida es un regalo inconmensurable de Dios que mantiene viva a la humanidad. El verdadero problema para el liderazgo de la mujer es la ausencia de corresponsabilidad. Es en la crianza compartida, con un real involucramiento del padre, donde las mujeres y los hijos enfrentan mejor el mundo.
No existe una mejor sociedad aboliendo la opción de las mujeres a ser madres. Para que los puestos de liderazgo sean ocupados por más mujeres, se necesita verdadera corresponsabilidad y un correcto entendimiento de las labores que realizan hombres y mujeres, puesto que «la división del trabajo no puede darse en función del género, sino en función de valores, de capacidades, de ética y de reciprocidad” 1.
Hay variadas causales, que escapan a la extensión de esta columna, pero el predominio masculino, la responsabilidad de la crianza cargada hacia la mujer, la falta de confianza hacia nosotras, la formación profesional sesgada en las carreras del cuidado que dejan fuera a los hombres, y del pensamiento crítico y matemático que dejan fuera a las mujeres… Nada de esto nos permite avanzar como líderes en ninguna institución. Nuestra Iglesia, como tantas otras instituciones, ha tenido una marcada preferencia masculina, con estructuras donde no estamos consideradas, lo que ha constituido un dolor y una pérdida tremenda. No obstante, esta institución de más de dos mil años ha realizado cambios concretos respecto del rol relevante de la mujer para la Iglesia, reconociendo y relevando la contribución de mujeres santas, teólogas, doctoras, religiosas y laicas que fueron parte de la construcción de nuestra Iglesia, pero que pasaron al olvido por generaciones. De nosotras depende recordarlas y venerarlas.
Recientemente, la incorporación del voto femenino al Sínodo, que va más allá de la mera participación como oyentes, es una muestra concreta de que los cambios han avanzado en la línea de la mujer, porque solo con el aporte indispensable de la mujer la Iglesia puede completar su misión: “una Iglesia sin la presencia efectiva de la mujer, es una Iglesia trunca, una Iglesia mutilada” 2.
Finalmente, estamos en un momento histórico donde vemos cambios sustanciales en nuestras instituciones, los cuales van pavimentando el camino siempre obstaculizado de la mujer. Solo con las mujeres y hombres, en perfecta equidad, nuestra madre Iglesia es capaz de sobrepasar los problemas, anunciar la buena noticia y seguir dando testimonio de Dios. Falta mucho por avanzar, pero el porvenir para todo cristiano siempre es esperanzador; como María, María Magdalena y las santas de todas las épocas, sigamos haciendo lío hasta que se conozca a Cristo en cada rincón, porque es Él quien configura nuestra felicidad y nos creó hombres y mujeres, sin distinción.