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Un diálogo entre la pastoral universitaria latinoamericana y la carta de León XIV

Quisiera comenzar compartiendo una convicción que se vuelve cada vez más clara en nuestro tiempo: la universidad es uno de los lugares donde la Iglesia aprende a pensar la esperanza. No porque la universidad sea un espacio ideal, sino precisamente porque es un espacio real: lleno de búsquedas, tensiones, heridas, creatividad, incertidumbre y deseo de sentido. Allí se juegan hoy las preguntas fundamentales de nuestra cultura.

La carta apostólica del Papa León XIV, Diseñar nuevos mapas de esperanza nos invita a leer este tiempo educativo con profundidad espiritual y con valentía intelectual. Y creo que, al ponerla en diálogo con nuestra reflexión latinoamericana sobre pastoral universitaria, emergen resonancias muy fecundas.

1. Reafirmar a la persona: el punto de partida de todo mapa de esperanza

A lo largo de la reflexión latinoamericana sobre pastoral universitaria aparece una certeza constante: la persona es el centro y el fin de la misión educativa. No su rendimiento, no su productividad, no su adaptación funcional al sistema, sino su dignidad irrepetible.

“La reafirmación de la persona”, formulada por el entonces Jorge M. Bergoglio en 1984 como uno de los corolarios de la Carta de Principios de la Universidad del Salvador, propone recuperar la dignidad singular e irrepetible de cada ser humano frente a una sociedad que tiende a despersonalizar, manipular y reducir a “grandes números”. Ante esta “insectificación”, Bergoglio invitaba a comprender a cada persona como única, amada por Dios y llamada a una comunidad de rostros concretos, especialmente los más pequeños y heridos del Evangelio: pobres, excluidos, migrantes, enfermos, violentados. Para la Universidad del Salvador, esto implica formar, investigar y servir inspirándose en los sufrimientos reales de nuestro pueblo, promoviendo una cultura que supere el individualismo y fortalezca la relacionalidad esencial del ser humano. En continuidad con su magisterio posterior como Papa Francisco, este principio se despliega en una educación que cura y acompaña —una verdadera “cultura del encuentro”— donde la universidad, como la Iglesia, actúa como hospital de campaña, integra saberes, atiende heridas, promueve la dignidad del trabajo y abre caminos de trascendencia encarnada en la vida concreta.

León XIV, en su carta, Diseñar nuevos mapas de esperanza, confirma este horizonte cuando afirma que la educación debe comenzar siempre desde el reconocimiento de la dignidad de cada persona humana.

Ese es el primer trazo de cualquier mapa de esperanza: recuperar el rostro humano.

En un tiempo de despersonalización, de presiones tecnocráticas y de soledades extendidas, este énfasis es profundamente contracultural. La pastoral universitaria, entonces, se convierte en la guardiana de ese valor: en el lugar donde la persona vuelve a ser mirada, acompañada, cuidada, escuchada, reverenciada.

2. Sinodalidad y aldea educativa: de caminar juntos a diseñar juntos

En los últimos años hemos aprendido que la sinodalidad no es un método adicional, sino una espiritualidad institucional, una forma de ser universidad. Escuchar, discernir, participar, integrar la diversidad de voces… esa dinámica transforma tanto como ilumina.

León XIV retoma esta intuición cuando describe la educación como obra de una comunidad que camina unida hacia la esperanza. No se educa en soledad. No se educa desde arriba. No se educa sin el otro. De allí su propuesta de crear aldeas educativas, redes humanas donde los procesos de formación, cuidado y discernimiento sean compartidos.

Aquí nuestras búsquedas se cruzan de manera clara: la idea de que toda la universidad es pastoral, la comprensión de que la misión educativa es una responsabilidad comunitaria y la certeza de que solo una institución sinodal puede acompañar el mundo complejo en el que estamos inmersos.

La pastoral universitaria deja de ser un departamento para convertirse en la forma en que la universidad se piensa a sí misma.

3. Fraternidad, cuidado y justicia: educar para transformar el mundo

Otra convergencia fuerte está en la dimensión social y política de la educación. La pastoral universitaria latinoamericana viene insistiendo en que educar es introducir al estudiante en la fraternidad, en el sentido social, en el compromiso con la realidad concreta, especialmente con los descartados y vulnerados. León XIV, en línea con la Doctrina Social de la Iglesia, sostiene que la educación es un acto político en el sentido más alto: es creación de vínculos, construcción de paz, compromiso con la justicia.

Esta perspectiva desafía la visión meritocrática que domina muchos espacios universitarios. Educar para la esperanza significa educar para la responsabilidad, para el cuidado de la Casa Común, para el diálogo intercultural, para la inclusión.

La pastoral universitaria tiene aquí una misión esencial: humanizar el conocimiento, abrir espacios de reflexión ética, articular ciencia y solidaridad, y acompañar a los jóvenes para que su formación profesional sea también una vocación al servicio.

4. La universidad como laboratorio cultural y espiritual

Tanto la carta de León XIV como nuestra reflexión regional coinciden en un elemento crucial: la universidad debe ser un laboratorio para interpretar la realidad y pensar nuevos futuros. No basta transmitir contenidos. No basta garantizar acreditaciones. La universidad está llamada a custodiar la inteligencia espiritual de la sociedad.

En la práctica, esto significa: promover investigaciones que respondan a problemas reales; abrir espacios de diálogo interdisciplinar; acompañar discernimientos sobre tecnología, ecología, desigualdad; cultivar una espiritualidad intelectual que permita habitar la complejidad sin miedo.

La pastoral universitaria, lejos de limitarse a lo espiritual entendido en sentido estrecho, está llamada a pensar, interpretar, crear cultura. Evangelizar hoy es también iluminar la razón, expandir la conciencia ética y abrir horizontes existenciales.

Foto: Karina Fuenzalida.

¿Qué significa “diseñar nuevos mapas de esperanza” en nuestras universidades?

A partir del diálogo entre la carta y nuestras propias experiencias, quisiera proponer cuatro desplazamientos concretos:

Del diagnóstico a la construcción: No basta describir lo que duele: la universidad debe generar caminos, iniciativas, articulaciones, políticas institucionales orientadas a la esperanza.

Del estudiante consumidor-cliente al estudiante corresponsable y cocreador: Los jóvenes no son destinatarios pasivos; son actores de discernimiento, corresponsables del diseño del futuro educativo.

De la competitividad a la fraternidad académica: El espíritu universitario cristiano exige una cultura colaborativa, solidaria, dialogante.

De la universidad aislada a la universidad en red: La esperanza se teje siempre entre muchos: universidades, comunidades, familias, territorios, Iglesias, saberes. Los mapas de esperanza nunca se dibujan solos.

5. Esperanza que piensa, acompaña y transforma

Diseñar nuevos mapas de esperanza —como pide el Papa León XIV— no es un ejercicio de imaginación ingenua. Es un acto de valentía espiritual, intelectual e institucional. Es mirar nuestro tiempo con realismo y, al mismo tiempo, creer que es posible otra forma de convivir, otra forma de educar, otra forma de ser universidad.

La pastoral universitaria tiene un papel decisivo en este proceso. No porque tenga todas las respuestas, sino porque posee la convicción profunda de que la educación puede cambiar vidas, sanar vínculos, abrir horizontes y transformar sociedades.

Si la universidad es capaz de unir saber, espiritualidad, cuidado y justicia, entonces sí podremos —como pide el Papa— dibujar mapas que conduzcan a futuros más humanos y más fraternos.

Foto: Karina Fuenzalida.

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