He vivido toda mi vida con fe y esperanza, pensando siempre que, como mujer e ingeniera, tenía una obligación en la creación de un mundo mejor
Recibí la invitación para relatar mi experiencia en este año santo jubilar. Yo pensé que se debía a mi “jubilación” como ingeniera. Pero no. Me piden que relate mi experiencia de ingeniera civil con más de 40 años de profesión, además de profesora en la Facultad de Ingeniería UC y en el Magíster Profesional MAC UC, y en mi condición de alumna regular de la Facultad de Teología, donde curso la Licenciatura en Teología.
Un resumen simple, pero claro. ¿Y por qué a mí? Tal vez llame la atención saber cómo una ingeniera se interesa por estudios religiosos, como es mi caso.
Parto diciendo que soy católica, de familia católica, formación escolar y media en colegios católicos, exalumna de la Facultad de Ingeniería UC. Católica, pero no fanática; practicante, cuando los colegios de mis hijos me exigieron participar; asistente a misa casi todos los domingos. De ninguna manera “beata”, más bien “moderna”.
He vivido toda mi vida con fe y esperanza, pensando siempre que, como mujer e ingeniera, tenía una obligación en la creación de un mundo mejor. Eso me llevó a nunca dejar de trabajar, pues el cálculo de la pirámide social que mi ejercicio profesional significaba en aporte a la sociedad chilena de los años 1980-1990 era ineludible. Mis hijos tuvieron siempre una mamá trabajadora, pero presente. Mi esposo, también ingeniero, me apoyó.
Toda mi actividad estuvo inspirada por el Señor, que “no se quedó de brazos cruzados”. Dos preguntas rondaban mi cabeza: “¿Qué hiciste con tus talentos?”, me preguntará el fin de mis días el Señor (parábola de los talentos), y “¿qué haría Cristo en mi lugar?”, lo que pregunta san Alberto Hurtado a los católicos en Chile.
Las respuestas a estas preguntas las sigo buscando. Y se me producen brechas entre mi fe y la razón, o el conocimiento científico-tecnológico que he llegado a adquirir.
Me desempeñé casi siempre en empresas de ingeniería y construcción extranjeras, y la mayor parte, en grandes proyectos mineros. Sin embargo, cuando no había proyectos mineros, trabajé en proyectos papeleros y de infraestructura. Estuve presente en el diseño y construcción de varias líneas del metro, papeleras, minas. Partí como ingeniera civil estructural. Pasé a grupos de control y gestión. Luego, a cargos de gerencia y dirección de proyectos y, finalmente, a cargos corporativos y directorios de empresas. Varios de los proyectos en los que participé fueron en el extranjero.
Mi experiencia me llevó a ser la única mujer (eso me dijeron) que dirigió proyectos mineros de gran envergadura en el mundo ¡cool! Producto de esto, viajé por trabajo a todos los continentes, excepto Oceanía. Aprendí que Dios está en todas partes. En China, en Estados Unidos, en México, en Perú, en Sudáfrica…, en todas partes las mamás afanan por lo mismo, sus hijos, y en todas partes Dios las guía y acompaña, sean o no creyentes. Es mi certeza.
Fui inmensamente feliz, me sentí plena, acompañada. Mi familia creció bendecida. Pude ayudar a construir un mundo mejor, o así lo creí. Claro que hubo altibajos, como todo, pero siempre hubo una huella de quien me acompañaba: Dios, mi esposo y mi familia.
Cuando estaba por jubilar, unos años antes, planifiqué mi “plan B”: qué haría por los siguientes 30 años. Confieso que barajé varias alternativas; principalmente, aquellas que me permitieran posicionar y visibilizar a la mujer en la historia, el arte, la sociedad. Me jubilé y llegó la pandemia. Aprendí a cocinar, a bordar, a tejer, a hacer aseo, a planchar y pegar botones, cosas que nunca había hecho. Vivíamos juntos mi esposo, mi suegra y yo; mis hijos ya se habían casado y los eché —¡y todavía echo!— mucho de menos. Un proceso de aprendizaje hacia lo doméstico, no poco importante.
En esa misma época, mi madre, que tenía alzheimer, falleció. En su lecho de muerte, le prometí estudiar teología. Ella era teóloga, y nuestras conversaciones sobre asuntos religiosos eran una delicia —cuando estaba enferma, la visitaba con mucha frecuencia y conversaba con ella—.
Entonces, postulé como exalumna de la UC a la carrera de Licenciatura en Teología. Grande fue mi sorpresa y alegría (y nervios) cuando me aceptaron. Yo seguía haciendo clases en Ingeniería, pero me había jubilado del ejercicio profesional en la industria.
Entré el segundo semestre de 2021, con clases remotas. Como profesora, también daba clases en remoto. Reconocí que esa modalidad es muy democrática: tenía alumnos que habían vuelto a sus hogares y, desde ahí, asistían, unos en Taiwán, otro en Quito, otros en las provincias de Chile. Las lecciones de la pandemia fueron de mucho valor.
¿Por qué estudiar teología? Si quería posicionar a la mujer en la historia, desde una perspectiva femenina y siendo creyente, era en la historia de la Iglesia donde me parecía que había que hacerlo.
Los primeros dos años de teología son de filosofía. Ahí empezó mi “quebradera” de cabeza. No me acordaba de haber estudiado filosofía en el colegio, que de todos modos debo haber cursado. Mi larga trayectoria de ingeniera me había formado a que las cosas son lo que son, y que uno tiene que hacer las cosas bien y a la primera; es decir, con cero daño. Este es el fundamento de lo que yo enseñaba, acompañado de una serie de metodologías. Mis estudios de filosofía no eran así: había que darles vueltas a las ideas. Me costó, pero pude, con notas razonables, no sin mucho estudio y dedicación, y con ciertas discusiones “constructivas” con mis queridos profesores. Hice amigos entre ellos, o eso creo.
Luego de filosofía, empecé con teología. Y ahí me entretengo. A veces, mi brecha entre razón y fe se cierra; otras veces, se agranda. Pero ese es el desafío. No entiendo aún el método teológico o, más bien, aún no “me lo compro”. ¿Será que no olvido mis fundamentos ingenieriles? Pero, cuando me hablan del plan de Dios, de la economía de la salvación, etc., me siento cómoda. Recuerdo que me asombré cuando supe que en la facultad había alrededor de 80 alumnos. Mis clases eran de 60 y, a veces, 80 alumnos. ¡Una sorpresa!
Probablemente, no soy una alumna fácil. Es lo que yo, como profesora, siempre quise: alumnos que me cuestionaran, de modo que se buscara la verdad en la universidad… y lo sigo haciendo. Hay ocasiones en que me da ganas de dejarlo, me canso y me enojo, o me alegro; pero es una experiencia fascinante, distinta a mi vida anterior.
Mi esposo, mis hijos y mi familia me siguen empujando, argumentan que puedo ser un aporte en la universidad. Siento que, de alguna manera, retribuyo las muchas bendiciones que he tenido en mi vida y, en cierta medida, que soy también un modelo para mis nietos y aquellos con los que me toca compartir. Como cuando corro (me gusta la media maratón) y adelanto a algún corredor, obviamente menor que yo, le digo: “no te vaya a ganar yo”. Eso basta para que muchos se motiven y “me corran”. Algunos, en la meta, me han agradecido: que, si no hubiera sido por mí, no habrían llegado. Claro, que les gane una mujer de pelo blanco, ya mayor, parece que motiva a muchos.
No pierdo la esperanza de poder hacer un máster y, luego, un doctorado en Teología, para seguir conociendo a Dios en sus profundidades; para vivir y seguir contribuyendo a la creación del reino de Dios; para que la esperanza de un mundo mejor permanezca y se acreciente; para ser el instrumento que Dios quiera de mí.
Se preguntarán cuáles son las brechas entre mi fe y mi razón. Creo que no hace falta mencionarlas: son las normales, que se hacen presente en el mundo de hoy, donde la ciencia avanza junto con la tecnología y el conocimiento humano, y no nos damos la oportunidad de que nuestra fe descubra los caminos de coincidencia con esos mismos avances. Otras veces, creemos que las cosas se contraponen, o que no puede haber Dios ante tanta evidencia. Pero, de nuevo, es no abrirse a entender el plan de Dios y la economía de la salvación universal, o el amor infinito, sin condiciones, que Dios nos brinda en su inmensidad. Encontrar a Dios no es difícil, negarse a él sí que lo es. Pero está siempre ahí, aunque no lo reconozca o no lo sienta o no crea en él. Está ahí, porque me ama.




1 comentario en “Una mujer jubilada, pero no tanto”
Te felicito Micaela!!! Eres un gran ejemplo!!