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Atrio: Guías y Consejeros: La Ancianidad De Los Pueblos Indígenas

DIÁLOGO ENTRE CREYENTES Y NO CREYENTES

Celia Challapa Camiña                Maestra aymara          Colchane, Región de Tarapacá


Los encargados de mantener la cultura aymara
son los ancianos, quienes como ya han vivido y saben, nos aconsejan. La mujer, ante todo, tiene que ser fiel a su marido, estar con los hijos, criarlos y cuidarlos; también tiene que pastorear las ovejas y dedicarse a las labores de la casa. El marido tiene que trabajar y ser agricultor.

Los antepasados eran muy estrictos, pero han cambiado por las nuevas generaciones; ahora todos, hombres y mujeres, quieren ser iguales. Desde lolitos les pedíamos consejo a los ancianos y nos decían que teníamos que construir nuestra casa y aprender a hacer adobe, una labor típica aquí. Los abuelitos también nos tiraban de las orejas: “Usted, hija, tiene que ser bien valiente, trabajadora, no quedarse durmiendo, levantarse muy temprano y cuidar el ganado”, pero ahora han variado las cosas y la recomendación es no ser como nosotros, sino aplicarse en los estudios. Incluso con la lengua materna: yo nací hablando aymara y después aprendí castellano, pero ahora los niños nacen hablando castellano y después aprenden su lengua, aunque la saben perfectamente.

Ahora, los niños y los jóvenes quieren ser de la ciudad y algunos piden el pololeo y se juntan a vivir no más. Yo me casé, y con mi esposo reunimos a todos los familiares, hicimos una comida y nos postramos ante ellos, que me dijeron: “Tienes que formar su hogar, ya no hay apoyo de la mamá ni del papá. Escogiste a este hombre, ahora tienes que luchar junto a él, criar a los hijos y ser responsable”. Lo que no ha cambiado es la importancia del consejo de los abuelitos, los tíos o los hermanos mayores; es una tradición muy bonita. Esa es la vida aymara en Colchane, y todo se transmite en oralidad, nada por escrito. Nuestros ancianos saben la cosmovisión aymara, ellos nos dicen cuándo es el tiempo de la siembra, entre agosto y septiembre, y de la cosecha de la papa y la quinoa, en abril y mayo. El 21 de junio se celebra al Tata Inti, cuando el sol llega a su tope y de ahí regresa —en el mundo aymara es el sol el que gira—, y se celebra el Machaq Mara, nuestro año nuevo.

Mariela Cariman Puñalef            Campus Villarrica UC  micarima@uc.cl

 

Aprendemos de las experiencias de cada etapa de la vida y con consejos de la familia a ser norche (persona justa), kümeche (persona buena), newenche (persona valiente o fuerte) y kimche (persona sabia). Desarrollamos el kim rakiduam (aprender a pensar) y allkütun (escuchar y observar). Cada papay (anciana) y chachay (anciano) lleva consigo un kimün (conocimiento), demostrándolo en su hablar, en sus acciones y entorno. En sus nütram (conversaciones) y epew (relatos) se encuentran su historia de vida y la conexión con los antepasados. De este modo, hay relatos de alegrías y dolor, de la historia local y familiar. En sus espacios y costumbres están las prácticas ancestrales concentradas en saberes tradicionales.

Quien comprende los códigos culturales mapuche, puede valorar a una papay o a un chachay, pues se reconoce su rol de sabiduría; por ello, se respeta su autoridad, sus palabras y toma de decisiones. Existen eventos más concretos, donde vemos reflejado este rol de transmisión cultural, tales como la ceremonia de katan pilun (romper las orejitas y colocar los primeros aros a una niña), donde la abuela entrega los primeros chaway a su nieta. En los eluwün (funerales), se realiza un kollawtun, donde se narra su vida y se mantiene un tiempo prudente para ser despedido/a por sus familias, su lof y su entorno. En un mafün (casamiento mapuche), son los mayores quienes entregan los consejos necesarios a quienes comenzarán una vida juntos.

Zoilo Hucke Atan      Constructor, gran conocedor de la cultura ancestral rapa nui, primo mayor, representante de la Familia en el Consejo de Ancianos.   Rapa Nui, Región de Valparaíso

Gracias a mis abuelos puedo contar mi ascendencia hasta la novena generación: El Ariki Atamu Tekena, penúltimo rey —que el Estado de Chile hizo desaparecer—, estaba casado con Ko Uka a Hey a Arero, y cuando los bautizaron les pusieron Adán y Eva. De Eva nació mi bisabuela, mi abuela, mi mamá y yo. Hace mucho tiempo, el Consejo de Ancianos elaboró un mapa del territorio donde están delimitados los lugares ancestrales de cada tribu, este se va actualizando y transmitiendo de padres a hijos. Cada haka hoa corresponde a una familia y a ese lugar invitamos a nuestros ancestros, hacemos un curanto y les damos de comer en forma espiritual.

El protector de mi familia es el guerrero Nune. Mi abuelo recomendaba no llamarlo a cuidar nuestras plantaciones, porque si alguien saca un camote sin permiso, por ejemplo, puede tener un accidente. Pasa lo mismo con objetos arqueológicos. Una vez, un tío se bajó del caballo y tiró una piedra que se llama paihenga (perro), su hermano le advirtió que no era cualquier piedra, pero él no le hizo caso y en la noche se le paró un perro en el pecho, amaneció enfermo y lo tuvimos que traer de vuelta. Su mamá tuvo que llamar a los espíritus y pedirles disculpas, si no, se habría muerto. Tengo montones de historias para contar. Es súper delicado y es nuestra tarea enseñarles a los jóvenes a respetarlo. Ese poder es el mana, que todavía existe.

Los espíritus de las familias viven a través de los moai cuando les ponen los ojos. Estos se tallan en una piedra volcánica y después les dicen dónde caminar y cuál es su destino. El traslado de los moai los tiene a todos locos porque se llevan con el mana; así siempre nos han contado mis abuelos. El moai más grande, Te tokanga —que está en el volcán Rano Raraku, a casi 20 kilómetros del cabezal de la pista de aterrizaje, hacia el lado suroeste—, fue destinado para el ahu Tahira en el sector del Vinapu. Uno se para ahí y se pregunta: ¿Cómo llegó hasta acá este monstruo? Pesa más de 200 toneladas y mide más de 22 metros. Yo digo que, si lo tallaron para ese ahu, estaban seguros de que iban a poder llevarlo.

Papa Francisco visita a pueblos indígenas en Puerto Maldonado, Perú 2018.

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