Rodrigo Tapia
Profesor de la Escuela de Arquitectura UC
rtapiav@uc.cl

 

Eduardo Valenzuela
Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales UC
evalenzc@uc.cl

 

Carlos Frontaura
Profesor de la Facultad de Derecho UC
cfrontau@uc.cl

 

MODERADO POR:
Macarena Maldonado
Editora de la Revista Diálogos N°6

Revista

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Hijos del Mismo Padre: El Derecho que Nace de la Dignidad

Múltiples debates en torno a los Derechos Humanos han marcado la contingencia nacional durante los últimos meses, haciéndonos testigos de discusiones sobre la marginación social, la libertad de culto y el acceso a la educación, por nombrar algunos. aquí, tres profesores de la UC conversan sobre el significado y alcance de estos derechos fundamentales para una vida digna de todos los hombres. 

Existe un problema mundial en cuanto a la desintegración social y personas que se sienten marginadas de la  sociedad.  ¿por qué ha ocurrido esto? ¿es producto de una evolución social?

«Nuestra Iglesia, para completar la Verdad y conocer mejor a Dios y al hombre, necesita de interrogantes que incluso pueden plantearla otras religiones, o los no creyentes. El crecimiento no está solo en decir que yo tengo una determinada verdad e intentar convencer al resto de lo que yo creo. Hay que saber escuchar.»
Rodrigo Tapia

Eduardo Valenzuela (EV): Todas las sociedades producen un principio de exclusión. En las sociedades segmentarias organizadas por el parentesco, se excluía eliminando la pertenencia de determinadas personas de la familia o de la aldea. En las sociedades estratificadas, generando un fuera de casta o propiamente un marginado: el estrato inferior estuvo siempre integrado a la sociedad, aunque en condiciones de desigualdad. Y cuando se disuelven las sociedades estratificadas es cuando se produce la marginación, es decir, grupos que pierden todo contacto significativo con las instituciones sociales, gente sin empleo formal, ni casa propia, ni educación, ni carnet de identidad, etc. Esta clase de marginación social ha ido cediendo mucho: subsiste la pobreza, pero incluso los pobres tienen hoy un contacto relevante con los sistemas sociales, la escuela, los tribunales de justicia, la economía formal o la policía. Por eso hoy día se habla menos de marginalidad —a diferencia de los años sesenta— y más de desigualdad.

Rodrigo Tapia (RT): A mí me parece que la marginación y la exclusión no son temas que se relacionan solo con las personas de escasos recursos, sino que abarca más allá de los vinculados a la pobreza como se suele asociar. Creo que hay que partir por ensanchar la discusión en general; porque cuando hay un marginado significa que también hay un marginador, es decir, de alguna manera tenemos que formarnos en la cultura de no marginar y de incluir, de acoger en esta dignidad similar que tenemos todos. Y, por otro lado, me parece que expresa los temores de la propia sociedad de poder relegar, de poder dividir. Los Derechos Humanos se transgreden cuando yo no considero al otro como un igual, como una persona que tiene los mismos derechos míos, porque es ahí cuando recién soy capaz de ponerme en el lugar del otro.

Sin embargo, existen creencias que no comparten esta visión. ¿cómo invitar a vivir la fe —independiente del credo— de manera dialogante y colectiva?

La «Toma de la bastilla» (1789) marca el fin de la Revolución Francesa y la posterior Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, la que sirve de base e inspiración a todas las declaraciones de los siglos XIX y XX.

EV: Nuestra tradición religiosa ha sido siempre bastante templada y abierta. Nuestro catolicismo no ha sido nunca fundamentalista, conservador a veces, pero no fundamentalista en el sentido en que lo han sido el puritanismo o algunas variantes del Islam. Nuestra religiosidad está muy anclada en el orden de la familia, más que de la comunidad política. ¿Cómo se explicaría entonces la facilidad con que un país católico como el nuestro elija repetidamente presidentes agnósticos tanto antes como ahora? Esa imagen de que la religión es sinónimo de fanatismo, rigidez, sectarismo, no pertenece a nuestra tradición cultural. Al contrario, hemos tenido una fe común que trasciende las divisiones de clase e incluso ideológicas. La fe ha dado pruebas históricas de su carácter inclusivo y dialogante; basta mirar la estructura sincrética de la primera evangelización de las culturas indígenas, por ejemplo. La fe no debe ser nunca un arma ideológica, sino una experiencia de vida. No lo ha sido entre nosotros, ¿por qué habría de serlo ahora?

RT: Lo que comenta Eduardo es una muestra de que el diálogo interreligioso es súper profundo. Yo entiendo que nuestra Iglesia, para completar la Verdad y conocer mejor a Dios y al hombre, necesita de interrogantes que incluso pueden plantearla otras religiones, o los no creyentes, ¿por qué no? No se trata de renunciar a las propias creencias, sino de completar y ayudar a mejorar en esta búsqueda de la verdad. Me parece que el crecimiento no está solo en decir que yo tengo una determinada verdad e intentar convencer al resto de lo que yo creo. Hay que saber escuchar. Yo participo junto a mi señora en una comunidad con apoderados del colegio Institución Teresiana donde están mis hijos. Te diría que de las personas de las que más hemos aprendido son justamente de los que opinan distinto a nosotros, en particular de un matrimonio que no es católico y donde hay personas ateas y separadas.

«Esa imagen de que la religión es sinónimo de fanatismo, rigidez, sectarismo, no pertenece a nuestra tradición cultural. Al contrario, hemos tenido una fe común que trasciende las divisiones de clase e incluso ideológicas. La fe ha dado pruebas históricas de su carácter inclusivo y dialogante.»
Eduardo Valenzuela

Carlos Frontaura (CF): Para mí, la mejor manera de dialogar es primero proponer y tratar de ser lo más consecuente posible, reconociendo que uno no es perfecto. La verdad fundamental de la fe católica es que Dios se encarnó para darnos la salvación. Y no hay otra verdad más que esa: la Buena Noticia: Dios no se olvidó del hombre, Dios entró en la vida y propone un camino de salvación. Él no nos abandonó a nuestra suerte, sino que nos permite un espacio de salvación, esa es la invitación y la propuesta. Y ser consciente de que el otro es tan hijo de Dios como yo, aun cuando no sea un creyente y no comparta mi fe, como plantea Rodrigo, tiene la misma dignidad trascendente. Para los cristianos esa dignidad humana viene dada por ser imagen y semejanza de Dios. Incluso aunque esa persona no acepte esta invitación sigue siendo un otro por el cual yo tengo que tener un profundo respeto. Yo creo que si no entendemos y no incorporamos esta verdad, es difícil que exista un diálogo. Cuando una persona no tiene profundo respeto o cuando el otro rechaza que yo pueda hacer una propuesta distinta a la de él, ahí es cuando se rompe el diálogo, y es cambiado por otra fórmula que termina afectando los derechos del otro.

La definición general de Derechos Humanos señala que estos corresponden a  garantías  inherentes a todas las personas, sin distinción alguna. Desde cada una de sus áreas de estudio, ¿qué se puede agregar a este concepto?

«Dios entró en la vida y propone un camino de salvación. Él no nos abandonó a nuestra suerte, sino que nos permite un espacio de salvación, esa es la invitación y la propuesta. Y ser consciente de que el otro es tan hijo de Dios como yo, aun cuando no sea un creyente y no comparta mi fe, como plantea Rodrigo, tiene la misma dignidad trascendente.»
Carlos Frontaura

(CF): Jurídicamente y a grandes rasgos, los DD.HH. son sistemas internacionales de protección de los derechos de las personas. Aunque tiene antecedentes anteriores, es a partir de la Segunda Guerra Mundial cuando empieza a existir una toma de conciencia de que los Estados tienen que cumplir con ciertos estándares o requisitos respecto del trato hacia las personas que habitan en su territorio. Por lo tanto, se va construyendo progresivamente un sistema de protección internacional y de recursos que permiten a esos ciudadanos reclamar ante organismos internacionales cuando los Estados no cumplen con sus deberes en esta materia. Y no solo en el ámbito de las garantías civiles y políticas, sino que también en el campo de los derechos económicos, sociales y culturales, que obligan al Estado a promover una vida digna para todos sus habitantes.

EV: Es preciso agregar que la modernidad política está definida por el monopolio estatal de los medios de coacción —nadie está autorizado para estar armado salvo los agentes del Estado— y por la capacidad de tomar decisiones que obliguen a los demás. Ante esta inmensa concentración de poder que representa el Estado moderno se respondió con una conciencia cada vez más aguda de la necesidad de proteger a los individuos contra la arbitrariedad estatal. La paradoja de la modernidad política es que en ella ha convivido la violación más horrenda de los derechos individuales de conservación de la vida, libertad y propiedad, que es el totalitarismo; con una conciencia también inédita y formidable de la dignidad de la persona humana y de la inviolabilidad de sus derechos: la democracia. Se trata de las dos caras de una misma moneda.

Eleanor Roosevelt, primera dama estadounidense que participó en la formulación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sostiene la versión en español.

RT: Por mi parte, como arquitecto puedo señalar que mi interés por la protección por los DD.HH. se expresa en el derecho que tenemos todos a la ciudad y sus beneficios, evitando la segregación socioespacial que provoca la existencia de guetos de pobreza o zonas exclusivas, donde no pueden acceder libremente todos los habitantes. Derecho a una vivienda digna, con espacio suficiente, dentro de la ciudad y no en la periferia. Aquí estamos al debe y hay mucho que hacer como urbanistas, ciudadanos y personas. Ahora bien, desde el punto de vista personal, me siento un privilegiado en esta sociedad, y mi lectura del tema, más que como una exigencia de mis derechos hacia otros o hacia el Estado, se vincula más con un llamado o exigencia hacia mi persona, en ser un hombre y profesor más justo, inclusivo, tolerante, respetuoso, atento, defensor y promotor de los derechos de los más necesitados, vulnerados y desprotegidos, como un acto de justicia y redistribución necesario.

¿Cómo puede aportar la Universidad católica al reconocimiento de la dignidad del hombre y de los Derechos Humanos?

CF: Creo que el aporte está dado en la medida que la Universidad sea capaz de cumplir con su función y con su misión, y eso parte por hacernos preguntas. En la medida que no seamos simples transmisores de ciertos conocimientos, en que no cambiemos nuestro rol de formadores por el de instructores, entonces cumplimos con el papel. La Universidad debe ser un lugar de encuentro entre maestro y alumno; un espacio para mirarnos y para mirar nuestra sociedad; donde se encuentren gentes de distintas profesiones y disciplinas, y en que se produzca realmente un diálogo. Ahí vamos a estar haciendo un aporte a la sociedad y, por cierto, a la valorización y protección de los DD.HH.

RT: Quisiera destacar la impresionante posibilidad que uno tiene de ser docente en la UC, porque me parece que aquí está clara la misión de que estamos formando personas, no solo seres pensantes que sean capaces de manejar su disciplina al revés y al derecho o que tengan muchas posibilidad de investigar sobre ella, sino, sobre todo, los académicos estamos formando personas éticamente sólidas. Eso de que la universidad sea vista como un claustro en el cual los estudiantes se encierran, y en donde existe una hegemonía del saber me parece equívoco. Aquí tomo lo que señalaba Carlos, la Universidad Católica es un lugar de encuentro, y por eso me parece que tenemos que encontrarnos con la sociedad, encontrarnos con los profesores, encontrarnos con los alumnos. Intentar que cada uno coloque su saber a disposición del resto, dejando que los alumnos y la sociedad también opinen.

Los profesores concluyen que el aporte de la UC debe estar dado por la interdisciplina y la capacidad de explorar otras realidades. En la imagen, un grupo de alumnos de Calcuta UC trabajando con mujeres privadas de libertad.

EV: Por otro lado, existen sociedades que olvidan fácilmente que los individuos tienen derechos permanentes e incondicionados, que incluyen la vida, la libertad, la propiedad y todos sus derivados. La nuestra es una de ellas. Cuando esto ocurre —como sucedió en la Revolución Francesa—, los DD.HH. deben ser proclamados, difundidos y enseñados. Debe recordarse constantemente que todos tenemos ciertos derechos fundamentales. La educación juega entonces un rol clave. No se puede dar por sentado que estos derechos se reconocen espontáneamente en el seno de una comunidad moral que ya está formada. La familia ayuda poco porque tiende a reconocer derechos solamente a los próximos, a los suyos, cuando de lo que se trata es de respetar incondicionalmente también al que está lejos, al extraño y al que no tiene nada en común con nosotros. ¿La escuela puede hacerlo mejor? La Iglesia, en cambio, ha jugado un papel decisivo, ya que no ha quedado nunca indiferente a la violencia incontrolada del poder político.

CF: Y tenemos que ser capaces de tomar esa regla de oro que alguna vez estuvo muy clara, antes de la venida de Cristo, que decía: «No hagas a otro lo no que no quieras que te hagan a ti», y asumir la nueva regla de oro que viene a enseñarnos Cristo: «Haz al otro lo que quieres que hagan contigo». En la medida en que seamos capaces de profundizar en esa regla que supone escucha, gratuidad y encuentro, creo que seremos capaces de construir una sociedad más justa, más buena y más verdadera.

 

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