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Palabras clave para entender «Fratelli tutti»

¿Agathosyne y jrestótes? Es curiosa la opción del papa Francisco al dejar estas dos palabras griegas en su encíclica acerca de la fraternidad y amistad social así, trasliteradas1. La referencia a estos términos incita al Papa a explicar qué busca decir con ellas y, a nosotros, a seguir la pista y profundizarla. 

El contexto 

El griego es un idioma riquísimo desde el punto de vista expresivo y esa riqueza está determinada por la polisemia de sus vocablos, que hace imposible una traducción unívoca que no oscurezca sus amplias posibilidades. La distancia geográfica y temporal con el griego koiné, el idioma del Nuevo Testamento y de gran parte de los primeros cristianos, pone una barrera hermenéutica que debemos superar si es que queremos volver fructíferamente a la riqueza de su pensamiento. Nuestra cultura religiosa, basada en la traducción al castellano de la Biblia y de los autores del cristianismo primitivo, se ha vuelto poco sensible a un aspecto que debiera inquietarnos en el buen sentido, es decir, generarnos una sensación de incomodidad que motive una búsqueda constante, que cuestione certezas y empuje a la tarea de remar mar adentro en las convicciones cristianas. En este sentido, son dos los aspectos inquietantes de la traducción. 

El primero es bastante evidente y se aprecia en la motivación inicial de este artículo: el Nuevo Testamento y los textos cristianos primitivos que consideramos como patrimonio tradicional fueron escritos en un griego que ya no existe, del que no se sabe de manera cierta cómo se pronunciaba y cuyo vocabulario ofrece ciertas resistencias dada su amplitud semántica. Esto obliga no solo a que cualquier estudio científico de los textos considere una lectura situada culturalmente en ese mundo —distante en un sentido, pero cercano en otro—, sino también a que el lector que se acerca a sus palabras traducidas al castellano —o a cualquier otra lengua moderna— lo haga sabiendo la provisoria abundancia de sentidos que ellas exhiben. La provisoriedad es inquieta, pero debemos asumirla como manifestación de la profunda honestidad de un Dios que se revela mediante palabras humanas, frágiles también ellas, en cuanto su sentido cambia con el tiempo, con la entonación o con la intención de quien las interpreta. A la vez, esta fragilidad es, para quien las lee, una tarea de corresponder a la honestidad de Dios con una lectura respetuosa dentro de su contexto y sus posibilidades hermenéuticas. 

«La provisoriedad es inquietante, pero debemos asumirla como manifestación de la profunda honestidad de un Dios que se revela mediante palabras humanas y frágiles».

El segundo aspecto inquietante tiene que ver con un hecho menos evidente: los textos cristianos primitivos, como todo aquel anterior a la invención de la imprenta, fueron escritos y copiados a mano una y otra vez. En los primeros dos siglos, el soporte en que preferentemente se escribieron fue el papiro —un material de origen vegetal cuya vida útil era limitada2—. Se continuaron copiando a veces en pergamino —material más duradero, proveniente de la piel de animales—, durante todo el milenio siguiente a su composición. Esta copia manual, como es de esperarse, no podría haber sido perfecta e introdujo muchas diferencias que, en ocasiones, se transmitían de un manuscrito a otro o se corregían. Tampoco puede negarse la acción intencionada de borrar o modificar textos. El Nuevo Testamento ha sido conservado en más manuscritos que cualquier otro texto antiguo; los manuscritos griegos catalogados hasta ahora, completos o fragmentados, son más de 5.700; los latinos son más de 10 mil. El estudioso del Nuevo Testamento, Bart Ehrman, calcula que las variantes podrían llegar a 400 mil3. 

El problema 

Con estas inquietudes como trasfondo constante del quehacer teológico, cuando leí la encíclica Fratelli tutti me llamó la atención que el papa Francisco, en dos ocasiones, prefirió trasliterar las palabras en vez de recurrir a las traducciones en las diferentes lenguas al citar la “Carta a los gálatas”. Estos son los pasajes (cf. Gál 5:22). 

112: “En el Nuevo Testamento se menciona un fruto del Espíritu Santo, expresado con la palabra griega agazosúne. Indica el apego a lo bueno, la búsqueda de lo bueno. Más todavía, es procurar lo excelente, lo mejor para los demás”. 

223: “San Pablo mencionaba un fruto del Espíritu Santo con la palabra griega jrestótes, que expresa un estado de ánimo que no es áspero, rudo, duro, sino afable, suave, que sostiene y conforta”. 

Mi primera reacción fue revisar las otras traducciones del documento y en todas hallé el mismo recurso expresivo. Me resultó extraño que en un texto que no está dirigido primariamente a conocedores del griego koiné —lo que reduciría dramáticamente la cantidad de posibles destinatarios—, sino a un número más amplio de personas, se prefiriera un modo de expresarse tan especializado. Inmediatamente, pensé que en estas palabras había encerrada una riqueza difícil de expresar mediante una traducción y que, para Francisco, era importante. Me lo imaginé un poco en apuros, como cuando uno tiene más ideas que palabras —¡si es que pueden existir ideas sin palabras!—, y esto lo obligó a dos cosas: trasliterar y explicar con muchas palabras qué quería decir. A mi juicio, esto es lo que vemos en la encíclica.

«Agazosúne se sitúa en un contexto más teórico, pues se refiere a una actitud interna relacionada con la búsqueda de lo bueno, en un sentido que podríamos calificar de superlativo».

En este contexto, el XVIII Concurso de investigación y creación para académicos que convocaba, precisamente, mediante una frase de Fratelli tutti, llegó en un momento muy adecuado. Surgió así la idea de estudiar qué se le venía a la mente a los cristianos de los primeros siglos —primeros destinatarios y más cercanos idiomática y temporalmente— al escuchar estas dos palabras. Para ello, propuse dos autores particularmente relevantes: Pablo mismo, quien escribió la “Carta a los gálatas”, y Orígenes, un teólogo alejandrino del siglo III, reconocido por ser el autor antiguo que ha conducido la recepción más robusta de los textos bíblicos. Para cubrir el aspecto paulino, invité como coinvestigador al profesor Waldecir Gonzaga4, especialista en la “Carta a los gálatas”. Una vez pasado lo peor de la pandemia, pudimos encontrarnos en nuestras respectivas Facultades de Teología, tanto en Río de Janeiro como en Santiago, acercando ambas comunidades, incluso organizando un conversatorio abierto a toda la comunidad de la UC: “La fraternidad y la teología bíblica en Fratelli tutti”, donde participó, junto al profesor Gonzaga, la profesora Sonja Noll, biblista de nuestra facultad5. 

Los significados 

Ambos vocablos se encuentran en diferentes espacios argumentativos dentro de la encíclica y, aunque toda ella tiene un tema común —la fraternidad y la amistad social—, cada palabra tiene su propio contexto. La primera, agazosúne (ἀγαθωσύνη), se sitúa en un contexto más teórico, pues se refiere a una actitud interna relacionada con la búsqueda de lo bueno, en un sentido que podríamos calificar de superlativo. No se trata, en consecuencia, solo de aquello que es comparativamente mejor, sino de lo que es lo mejor en absoluto. Para el creyente, esto debiera identificarse con la búsqueda de Dios en todas las cosas, pero como todo lo auténticamente teórico, esta actitud interna es eminentemente práctica. Así, la búsqueda de la excelencia se traduce en la benevolencia, término que Francisco parece comprender —más allá de su mero sentido etimológico de amistad y buena voluntad, como una voluntad6 de lo bueno7  para los demás—. Así, el fundamento interno de la vida social está en la actitud moral de la búsqueda de la bondad (o de la excelencia, según Francisco), y esta búsqueda, al igual que la del bien, se difunde mediante el deseo de cosas buenas para las demás personas, rompiendo la clausura que impone el interés individual. El éxito de este valor está determinado por su capacidad de ser transmitido socialmente. 

El segundo vocablo es jrestótes (χρηστότης) y, junto a su contexto en la encíclica, apunta a una realidad más práctica, a saber, el diálogo como actividad indispensable para la amistad social. Particularmente, la jrestótes es comprendida como el estado de ánimo capaz de fracturar el individualismo, liberando a las personas y sus relaciones de la crueldad, ansiedad y descuido, permitiéndoles, en consecuencia, una relación más auténtica. La traducción que más hace sentido en el contexto es la de amabilidad, por cuanto se trata de la delicadeza de una persona que realmente quiere dialogar con otra, acoge las diferencias de opinión y, más que esto, comprende que un diálogo es, ante todo, un encuentro para el cual es necesario valorar a la persona misma junto con las ideas que trae.

De esta manera, agazosúne y jrestótes son dos términos que expresan una realidad similar. El primer término apunta a un valor interno, teórico, que determina el modo de aproximación a la realidad y, en ella, a las personas concretas y a la sociedad que componen. El segundo, es consecuencia del primero, pues se trata del modo de actuar y relacionarse que solo puede provenir de un deseo real de bien. Ambas, agazosúne y jrestótes, resultan claves para la construcción de la fraternidad y la amistad social, pues permiten un diálogo auténtico y de buena fe, capaz de derribar la barrera del individualismo que, a nivel estructural, se expresa en modelos de relaciones humanas insuficientes y utilitaristas, lo que ha sido un subproducto de un sistema económico que pone al capital por sobre las personas. 

«Jrestótes es compren dida como el estado de ánimo capaz de fracturar el individualismo, liberando a las personas y sus relaciones de la cruel dad, ansiedad y descuido».

En la aparición de ambos términos, Francisco recuerda un detalle: agazosúne y jrestótes son “frutos del Espíritu Santo”. Es una afirmación importante, porque cada vocablo ha sido utilizado en contextos diferentes. Este aspecto común da espacio para comprender que, más allá del contexto de la encíclica, los términos comparten un horizonte de significado. Este horizonte es la “Carta a los gálatas” de Pablo, escrita en Éfeso alrededor de los años 54 y 57 de nuestra era, y que es el texto desde el cual Francisco cita los vocablos. 

Lo que resulta más interesante es la motivación de esta carta. Ella nos informa que en la comunidad cristiana de Galacia, fundada y consolidada por el mismo Pablo, se ha infiltrado una teología conservadora que busca imponer a los nuevos cristianos los estándares religiosos y culturales del judaísmo, obligándolos a seguir su ley como camino de corroboración de la salvación religiosa anunciada en la persona de Jesús. Este método religioso, basado en señales corporales, tiene la aparente virtud de asegurar la salvación a quien sigue las reglas. Así, un conjunto normativo, seguido como una receta, ofrecía la posibilidad de una verificación, tanto de la piedad en vida, como de los resultados posteriores de esa piedad. El cristianismo que Pablo predica es más complejo, y está basado en la libertad: “para ser libres nos ha liberado Cristo” (cf. Gál 5:1). 

No se trata de negar el valor de la bondad de las obras, sino de colocar el peso en el punto correcto: quienes han creído en Cristo ya han sido liberados y es esa convicción la que libera para llevar una existencia guiada no por una ley entendida como una lista de preceptos, sino por un sentido vital que brota del encuentro con un Dios que ha derramado sus frutos espirituales. Estos son los frutos del espíritu que guían a una vida que ya no está bajo la ley, es decir, bajo una serie de normas externamente determinadas, sino bajo la ley de Cristo (cf. Gál 6:2), que brota, como un fruto, en el corazón de cada creyente: “En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad (jrestótes), bondad (agazosúne), fidelidad, modestia, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley” (cf. Gál 5:22). 

Como se ve, la vida del espíritu se alimenta de un solo fruto —el sustantivo en el texto griego está en singular—, que es múltiple y proviene de la relación auténtica con Dios. Para quienes han creído en el mensaje de Jesucristo, no es de extrañar que el papa Francisco sitúe la posibilidad de construir una sociedad verdaderamente fraterna en el horizonte de la gracia y la libertad. Así también debe entenderse su encíclica. Leerla, teniendo como contexto la carta de Pablo a los gálatas es, a mi juicio, necesario y urgente. 

Material complementario

Este artículo es una versión de divulgación del proyecto financiado por la Dirección de Pastoral y Cultura Cristiana del UC y la Vicerrectoría de investigación de la UC. El autor ha publicado en la revista Diadokhé una versión extendida donde elabora, de manera más acabada, alguno de los aspectos tratados, dirigido a un público especializado. Descarga disponible: La interpretación origeniana de Gálatas 5,22

Notas

  1. Papa Francisco, encíclica Fratelli tutti, 2020, 112, pág. 223. 
  2. Se estima que, en las condiciones de la región egipcia y palestina, esta vida útil era de alrededor de 60 añosdespués de los cuales los textos que valía la pena conservar eran copiados nuevamente. 
  3.  Ehrman, B. D., Misquoting Jesus: the Story Behind Who Changed the Bible and Why. Nueva York-San Francisco: Harper, 2005, pp. 89-90. 
  4. Pontifícia Universidade Catolica do Rio de Janeiro.
  5. 7Agradezco, igualmente, que el VIII Concurso de investigación y creación para alumnos permitiera la integración de la estudiante María Cristina Ariztía, del Magíster en Teología, quien llevó adelante un importante estudio del uso de la cita bíblica en los autores cristianos de los siglos I al III
  6. Del latín volens.
  7. Del latín bonus

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