Australia es un país diverso, característica que no solo se manifiesta en su geografía, zonas climáticas, flora y fauna, sino que también en sus habitantes. Los australianos son el reflejo de una sociedad ecléctica, que se ha construido a partir de un pasado y presente ligado a la corona británica, pero que también se ha visto influenciada por los aportes de los inmigrantes que han arribado a esta nación. Quizás porque yo también soy una inmigrante en este país —de carácter temporal y con status privilegiado por ser estudiante de postgrado— es que he decidido reflexionar en torno a la importancia de la diversidad cultural y de los inmigrantes para el desarrollo armónico de una sociedad.
La multiculturalidad en Australia tiene larga data; hace más de 40.000 años que múltiples pueblos indígenas han ocupado ese territorio y, desde 1970 en adelante, esta diversidad se ha enriquecido con la llegada de inmigrantes provenientes de los lugares más recónditos de la tierra. Actualmente, un cuarto de la población australiana está compuesta por inmigrantes y alrededor del 60% de éstos no hablan inglés como primera lengua (Australian Bureau of Statistics, 2013). Es por esta razón que en los hogares australianos no solo se habla el idioma oficial, sino que también tailandés, mandarín, cingalés, italiano y persa, entre otros.
En ese contexto, el estatus y valor de las personas no depende de su país de origen, acento o aspecto; los apodos basados en nacionalidad o color de piel no son aceptables; por ejemplo, el llamar a alguien “chino”, “negro” o “peruano” no es causa de risa, todo lo contrario, son términos cuestionados y rechazados social e institucionalmente. En Australia no hay miedo de tildar estos comentarios como discriminatorios y el respeto por la dignidad de las personas no se relativiza. Es aquí donde puede radicar una de las diferencias entre ambas sociedades. En nuestro país, muchos chilenos expresan libremente y sin pudor comentarios racistas hacia los inmigrantes, evidenciando cómo el valor de la persona puede depender de su nacionalidad, clase social o del color de su piel. Discursos asociados al narcotráfico, prostitución y crimen los rondan, configurando etiquetas sociales que determinan quién es más o menos deseado como extranjero. Sin embargo, en el contexto australiano, la imagen no es tan importante como el contenido. El valor de una persona se basa en sus principios, valores, talentos y motivaciones. El australiano habitualmente se da el tiempo de conocer antes de emitir un juicio, y cuando lo hace, el respeto está a la base de ese discurso, no la descalificación.
Creo que este es un valor que debemos trabajar en nuestro país, construyendo una sociedad más tolerante, respetuosa y empática. Es necesario generar un cambio en la forma de pensar y sentir al inmigrante, con el objetivo de desarrollar actitudes, comportamientos y discursos más respetuosos y dignos. La interculturalidad debe ser una tarea del día a día donde se valore y promueva la convivencia armónica entre personas diversas, descubriendo así al ser humano que nos mira a través de ojos que parecen diferentes.