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Cuando el Arte y la Fe Tomaron Caminos Distintos

Al hablar de la relación entre arte y fe, habitualmente entendemos que nos referimos a la fe cristiana y más específicamente a la fe católica. Lo que cobra más relevancia si lo hacemos al interior de la UC. Esto, obviamente, no se puede entender fuera del contexto cultural chileno en que la religión católica ha sido históricamente hegemónica, y la estrecha relación que la Iglesia tuvo desde la Edad Media con el arte en Occidente, como uno de los principales patronos que durante siglos fecundó la producción de innumerables generaciones de artistas. En efecto, prácticamente todas las grandes obras de arte producidas en Europa entre los siglos V y XVII abordan contenidos cristianos e incluso fueron financiadas directamente por el mecenazgo de la Iglesia.

Sin embargo, hace ya tiempo que la situación es muy distinta, y los caminos del arte y  la  religión  hoy  transcurren por sendas muy lejanas y aparentemente irreconciliables. Los patronazgos –ya sea de la Iglesia o del Estado– que tradicionalmente hacían posible la actividad del artista, establecían con él un tipo de relación que hoy resulta impensable, porque definían un marco de posibilidades donde las respuestas finales ya estaban dadas y el artista sólo podía aportar una interpretación de estas, muchas veces extraordinaria y enormemente creativa, pero siempre sujeta a las limitaciones de ese marco. El artista moderno, por otra parte (y más aún el contemporáneo), se construye a partir de la libertad: libertad para proyectar su propia individualidad, para romper con las convenciones del arte y la sociedad, para cuestionar las estructuras del poder, para explorar los límites de los lenguajes del arte. En el contexto moderno de progresiva secularización de la cultura, la ruptura entre los artistas de vanguardia y la religión ocurre como algo inevitable.

Es por eso que hoy en día, cuando hablamos de arte y fe, podemos –y debemos– entender esa relación de manera más amplia, no apegada a una fe determinada o a una iglesia específica, sino al significado más literal de la palabra: creencia. Y aquí sí podemos hablar de una relación estrecha y permanente con el arte, que más allá de lo religioso, tiene que ver con el simple hecho de creer. Creer en la dimensión espiritual del ser humano, creer en el espacio que el arte nos abre como posibilidad de una vida mejor, creer en  el poder del artista de revelar aquello que permanecía oculto, creer en la capacidad de una imagen de conmovernos o de invitarnos a la reflexión, creer que no todo en la vida es cuantificable, que las emociones pueden ser socializadas y las ideas encarnadas en objetos materiales.

Esta dimensión de la fe es la que me parece pertinente hoy en su relación con el arte. Es verdad que existen actualmente artistas confesionales que producen «arte religioso», pero son escasos y difícilmente su obra posee relevancia en el contexto global del arte contemporáneo. Existen también artistas que se precian de un escepticismo radical y producen su obra desde una actitud irónica y distanciada.

Estos son más abundantes hoy en día, pero personalmente su obra me parece carente de algo esencial, algo que podríamos llamar «fe».

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