Esta investigación1 nació del diálogo de tres profesoras de filosofía y teología, en torno a la cuestión del quiebre del sentido de dignidad de la persona y del vínculo de una comunidad humana. Nos preguntamos por el aporte reflexivo de Edith Stein y de su noción de empatía.
Al mirar la dolorosa herida social que la crisis de octubre de 2019 evidenciaba, tres profesoras nos sentimos interpeladas a generar una contribución reflexiva. Espontáneamente, asomaron tres palabras: dignidad, empatía, comunidad2. Aquel dramático presente dejaba traslucir el rompimiento de la ligatio de una comunidad humana, así como el no reconocimiento de la dignidad de cada persona y de la proximidad del otro como nuestro semejante. Para comprender mejor la relación entre dichos términos, acudimos a escritos de la filósofa alemana Edith Stein (Breslau 1891- Auschwitz 1942).
La empatía
La herida social mostró la necesidad de reaprender el sentido y valor del otro, del estar vinculados, así como la importancia de la responsabilidad mutua. En todo acto de inequidad, indiferencia, discriminación o violencia —sea estructural o directa, verbal, simbólica o física— subyace la ausencia de reconocimiento del otro como semejante y de sentido compasivo ante el sufrimiento. La empatía, con sus componentes afectivo y cognitivo, es clave para aprender el reconocimiento de la dignidad de sí y de otros, de nuestra proximidad y pertenencia común.
Edith Stein estudió el problema de la empatía en su tesis doctoral (1917), bajo la guía de Edmund Husserl. La empatía (Einfühlung), entendida como la aprehensión de las vivencias ajenas, es la base de la constitución de la persona y un mundo común. En los actos de empatía la vivencia de la conciencia ajena es aprehendida, lo que nos aproxima a la alteridad, a la comprensión del mundo y de la propia identidad desde otro ángulo. La empatía es “la experiencia de la conciencia ajena en general”, experiencia que un yo tiene de otro yo, en que aprehende algo de la vida anímica del “próximo”.
La empatía es una capacidad humana —no necesariamente sólo humana— relevante para la constitución del yo, del otro y del nosotros. Mediante ella nos aprehendemos como pertenecientes a la humanidad, es decir, a una comunidad de individuos del mismo tipo, que a su vez están en conexión con el ambiente natural y en relación con Dios; nos reconocemos como eslabón único de una cadena, recibiendo lo pasado, llevándolo hacia adelante y entregándolo a las generaciones venideras; de este modo, la empatía es fuente de humanización.
Si la empatía abre el yo hacia el tú y el nosotros, tiene entonces repercusiones concretas en el ámbito pedagógico-social y ético-político. ¿Qué sentido y valor de sí mismo, del otro y de la pertenencia a la comunidad, subyace al hecho de que las personas tengan que hacer largas esperas de horas, meses o años para una atención de salud? ¿Y la desigualdad evidenciada en la forma en que están construidas las ciudades y los barrios? Quien siempre ha vivido en una situación social sin carencias, entiende por empatía la posibilidad de comprender la experiencia de quien vive en la marginalidad, la angustia de estar sin trabajo o la impotencia ante la espera prolongada por una solución a su problema vital. Sólo quien se vivencia a sí mismo como persona en relación, puede entender a otro como su semejante. La empatía conduce al sentido de la dignidad del otro y al sentido de comunidad. Podemos decir que un criterio verificador del carácter ético de una acción es preguntar si comprende, respeta y valida la vivencia de las personas, actuando en consecuencia.
De la empatía a la dignidad personal y el vínculo social
La investigación sobre la empatía condujo a Edith Stein a desarrollar una antropología filosófica integral —síntesis entre el pensamiento de Edmund Husserl y santo Tomás de Aquino— que abre al asombro por el misterio de la persona, su sentido y su dignidad. Comienza con la experiencia prefilosófica del «soy y sé que soy», en la cual la persona se descubre a sí misma como única3. Esta experiencia, que viene «del corazón», revela al alma como núcleo de la persona y 4 que la dignifica. Dios creó cada alma y persona como su imagen y reflejo, como también a la naturaleza, en cuya contemplación podemos encontrarlo.
La persona es una unidad sustancial de cuerpo y alma espiritual en mutua relación: el cuerpo refleja el alma y el alma configura el cuerpo. La persona se despliega en un proceso de formación y autoformación en que interviene tanto su libertad, como las condiciones externas y los otros con que convive. La percepción sensible le permite recibir el mundo, invitándole a profundizar en su conocimiento y contemplación. El espíritu, en cuanto entendimiento, capta la estructura formal de las cosas y reflexiona sobre los actos de su propia vida; en cuanto relación de voluntad y entendimiento, quiere el bien y busca la verdad. Por el espíritu, la persona es apertura a sí misma, a los otros y al mundo; así, la persona puede dar, recibir y comunicarse empáticamente con otros5.
No basta la mera suma de las vivencias individuales para que se constituya una experiencia comunitaria, sino que ellas deben orientarse por un sentido que recorra y congregue las vivencias del grupo.
La persona se muestra intrínsecamente como un ser con otro, comunitario y social, lo que remite al éthos de la convivencia. Pensar el vínculo comunitario y social requiere comprender una forma de “ser” donde la comunidad sin sociedad es posible, pero no la sociedad sin comunidad6. La comunidad se entiende en términos de vínculos naturales y orgánicos entre los individuos; la sociedad, como vinculación racional e instrumental. El sujeto está ante otro sujeto, conviven, se afectan mutuamente y constituyen una comunidad. Pero no basta la mera suma de las vivencias individuales para que se constituya una experiencia comunitaria, sino que ellas deben orientarse por un sentido que recorra y congregue las vivencias del grupo; entonces «las vivencias que realizan esta totalidad de sentido, unidas por el vínculo de la motivación, proporcionan a la corriente de la vivencia comunitaria el carácter de una conexión única y comprensible»7, que puede comunicarse. La meta se vislumbra cuando ya no se experimentan las vivencias individuales, sino lo común. De esta manera, cada sujeto contribuye al patrimonio reunido, que se recibe y convierte en el fundamento sobre el que otros continúan edificando8 .
En su Investigación sobre el Estado (1920), Edith Stein amplía la cuestión a la pregunta por la estructura social. Un pueblo se fundamenta en los individuos vinculados con la vida de la comunidad y en contacto personal recíproco; la familia es una comunidad de vida; el círculo de amigos es una comunidad de personas unidas por la atracción arraigada en las cualidades personales de cada uno9. Ahora bien, ¿El Estado necesita un sentido de pueblo como fundamento? Si el tener en común derechos y deberes respecto al todo estatal fuese el único vínculo entre sus miembros, ¿faltaría a tal estructura una justificación interna de su existencia?10. ¿Cómo se relacionan individuo, pueblo, Estado, comunidad? ¿Qué lugar tiene en el Estado la conciencia particular de pertenencia, de entrega al conjunto en un sentido de responsabilidad?11. La reflexión de Edith Stein permite visualizar la relación entre la persona, el vínculo comunitario y la pertenencia a un Estado, en que comunidad y libertad individual se encuentran inseparablemente vinculadas12. El ser del Estado se expresa en la exclusividad de sentar derecho, que se orienta en su sentido y sus funciones hacia el bien común. De este modo, el discernimiento de las nociones de libertad, justicia, funciones políticas, modos de gobierno, lugar de la economía, etc., no están desligados de los valores de la comunidad y de los individuos que la componen.
Conclusiones
Un reto político fundamental es la construcción de un cuerpo social en que las personas puedan reconocer la dignidad inalienable de sí mismas y de los otros, un semejante con quien se está ligado en una comunidad humana, perteneciente a un Estado cuya razón de ser es el bien común y las personas, en conexión y fraternidad con otros seres y el ambiente. Edith Stein vivió en una sociedad en que se violó sistémicamente la dignidad de las personas, a lo que respondió con un sólido pensamiento antropológico; lamentablemente, tal violación retorna en cada tiempo de múltiples maneras. Un ejemplo de ello es la ausencia de un desarrollo humano integral, que comprende las dimensiones de todas las personas. Aquello imposibilita la vivencia de la comunidad y del prójimo con idéntica dignidad. En esta problemática, aparece como camino irrenunciable la formación de la empatía, dimensión fundamental de la personalidad moral.
Notas
- «Dignidad de la persona y empatía: fundamentos para la reconstrucción del vínculo social en Edith Stein. Diálogo entre filosofía y teología». Proyecto adjudicado en el XVII Concurso de Investigación y Creación para Académicos, Pastoral UC, 2019. Contamos, además, con la colaboración de la estudiante Consuelo Celis.
- Edith Stein, Sobre el problema de la empatía (Madrid: Trotta, 2004).
- Edith Stein, Ser finito y ser eterno. Ensayo de una ascensión al sentido del ser (Burgos: Monte Carmelo et al., 2007), 646s.
- Edith Stein, Ser finito y ser eterno, 1085.
- Edith Stein, Estructura de la persona humana (Bilbao: Monte Carmelo et al., 2003), 670s.
- Edith Stein, Individuo y Comunidad (Bilbao: Monte Carmelo et al., 2005), 345.
- Edith Stein, Individuo y Comunidad, 361; 381.
- Ibíd., 382.
- Edith Stein, Investigación sobre el Estado (Bilbao: Monte Carmelo et al., 2005), 539s.
- Edith Stein, Investigación sobre el Estado, 542.
- Ibíd., 547.
- Ibíd., 569.