En la primera clase de mi curso de Astronomía para novatos de la licenciatura suelo preguntar quién vio alguna vez las Nubes de Magallanes. Entre unos 40 alumnos, levantan la mano uno o dos. ¡No deja de asombrarme! Si bien las Nubes de Magallanes no son visibles desde las grandes ciudades, es suficiente con salir al campo para encontrarlas bien altas en el cielo, especialmente en el verano. Mis alumnos son jóvenes de 18 años, apasionados por la astronomía, y estoy segura de que todos han pasado muchas noches de verano fuera de la ciudad; pero, evidentemente, no suelen levantar la cabeza para mirar qué hay ahí.
«Lo que perdimos no es solamente belleza. Perdimos una emoción y, con ella, la oportunidad de recordar cuál es nuestro lugar en el universo y cuán inmensa es nuestra insignificancia en él.»
Se acostumbra a hablar de los efectos dañinos de la contaminación lumínica para la observación astronómica. Obviamente, estoy muy sensible a este problema, pero quiero aprovechar este espacio para estimular una reflexión sobre el empobrecimiento cultural y espiritual que la sobreiluminación de las ciudades implica para toda la humanidad. Estamos acostumbrados a vivir en ciudades mal iluminadas, que no permiten ver las estrellas, y por ello hemos perdido la costumbre de levantar la cabeza y mirar con curiosidad el espectáculo que un cielo estrellado nos ofrece. Lo que perdimos no es solamente belleza. Perdimos una emoción y, con ella, la oportunidad de recordar cuál es nuestro lugar en el universo y cuán inmensa es nuestra insignificancia en él. Podría escribir aquí el número de soles que hay en nuestra galaxia y el número de galaxias que hay en el universo, pero no lograría transmitir el mensaje tan bien como lo hace la simple visión de un cielo estrellado. ¿Es tan importante? Opino que sí, lo es. Es muy difícil lograr que nuestro actuar no dañe la naturaleza si esta ya no es parte de nuestra vida cotidiana. Un hipotético individuo del futuro que a los 20 años no hubiese visto nunca un árbol, ¿estaría dispuesto a no desperdiciar papel? ¿Queremos realmente comprobarlo?
¿Podemos evitarlo? Una ciudad mediana no tendrá nunca un cielo oscuro, pero es esencial generar conciencia sobre los daños de la mala iluminación urbana. Con esta expresión me refiero al alumbrado público o privado que dirige parte de la luz hacia el cielo, o que usa LED azules, que emiten una fracción de la energía como luz ultravioleta que nuestros ojos no pueden percibir. Esta iluminación no genera mayor seguridad ciudadana, desperdicia parte de la energía —y la plata invertida— y es muy dañina para nuestra cultura y para la fauna silvestre. Existe una amplia literatura sobre las consecuencias de la luz artificial para los animales nocturnos, los diurnos que usan la luz del sol como guía para sus migraciones y, en menor medida, para todos los animales cuyo ciclo de sueño y vigilia se regula sobre la alternancia entre luz y oscuridad. Todos podemos contribuir a mitigar el problema iluminando nuestros patios de manera responsable, pero sobre todo ayudando a generar conciencia, para que vuelvan las estrellas al cielo.
Video Complementario: ¡Qué vuelvan las estrellas! por el canal YouTube Instituto Milenio de Astrofísica MAS, https://www.youtube.com/watch?v=Z9iLz_5YQ_w&t=25s