La composición religiosa del país ha cambiado significativamente, pero ello no significa que, así como otrora no triunfaron las posiciones extremas, deba hoy triunfar el fundamentalismo de la no creencia.
El programa presidencial propone una Constitución que contemple declarar a Chile República Laica. Hoy Francia y Turquía lo hacen en sus respectivas Cartas Fundamentales.
De inmediato llama la atención la enorme diferencia existente entre las experiencias históricas de esas naciones en torno a las relaciones Iglesia-Estado, si las comparamos con las nuestras.
Hasta el momento Chile ha sido capaz de enfrentar sus problemas religioso-políticos sin luchas de religión y mediante diálogos constructivos. Francia en cambio se ha visto envuelta en prolongadas y cruentas luchas religiosas, y en una persecución abierta a la Iglesia Católica lo menos en dos periodos. Ello no sólo en la Revolución misma, sino también durante gran parte del siglo XIX y desde 1905 hasta el “modus vivendi” de 1922, décadas del siglo XX en que la misma Iglesia Católica en los hechos estuvo fuera de la ley. Turquía por su parte reprime fuertemente la libertad religiosa y enfrenta una gran corriente islámica antirrepublicana y antidemocrática.
Tanto Francia como Turquía, han cometido genocidios político-religiosos. Francia Revolucionaria lo hizo con la población de La Vandea, en la década de 1790 y Turquía lo hizo con la población armenia y con la población griega del Asia Menor, todo ello bajo el Imperio Otomano.
Por lo tanto, preciso es tener cuidado con las experiencias históricas de las actuales “repúblicas laicas”, los fundamentalismos de todo tipo en estas materias no son buenos consejeros.
Nuestro país logró la separación de la Iglesia Católica y el Estado mediante una pacífica negociación en 1925, pese a que el episcopado chileno era partidario de mantener la unión entre la Iglesia y el Estado y que una fuerte corriente de la Masonería deseaba ir más allá de lo que se logró, en especial en materia de educación. Algo cedieron todos los sectores involucrados.
En 1938 no pocos católicos temieron que un triunfo del Frente Popular significara una persecución religiosa. Dos hombres ilustres: el Presidente Pedro Aguirre Cerda y el Cardenal José María Caro Rodríguez, lograron crear un clima de diálogo y entendimiento que se ha prolongado hasta el momento.
Sin lugar a dudas desde entonces la composición religiosa del país ha cambiado significativamente, pero ello no significa que, así como otrora no triunfaron las posiciones extremas, deba hoy triunfar el fundamentalismo de la no creencia.
Algunos han creído encontrar la solución en una laicidad positiva y en el rechazo absoluto al laicismo: ¡laicidad sí! ¡laicismo no!
Más bien, y puesto que la laicidad es inherente a la república y a la democracia, hay que construir una laicidad compartida y respetar los aportes de un laicismo dialogante.
En síntesis: hay una tarea insoslayable que nos involucra a todos, en especial a los universitarios chilenos.